Eduardo Fernández Luiña es director del Instituto Juan de Mariana y profesor de UFM Madrid
El presidente electo Nayib Bukele es un político/candidato protesta capaz de canalizar el voto del descontento y edificar a su alrededor una imagen de renovación. Difícilmente puede ser visto como un fanático ideológico, pero es un pragmático capaz de bascular para conseguir el poder.
El pasado domingo 3 de febrero El Salvador, uno de los estados más complejos al interior de la región centroamericana, pasó por las urnas. Han sido las sextas elecciones democráticas después de la Firma de los Acuerdos de Paz sellados en México en 1992. Los resultados de dichos comicios han despertado el interés de la comunidad internacional. En una elección poco competida, Nayib Bukele ha obtenido la victoria en primera vuelta llegando a conseguir el 53.10 por ciento de los votos válidos emitidos.
La victoria del candidato del Partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA) pone fin oficialmente a más de veinte años de bipartidismo en El Salvador. La pequeña república centroamericana fue vista en un determinado momento como un ejemplo de transición a la democracia. Por un lado, presentó un sistema de partidos ordenado desde el inicio, mostrando en el espectro del centro-derecha al partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y en el espacio de la izquierda al famoso Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Además de ordenar el sistema de partidos, la transición fue aclamada por famosos politólogos como Elizabeth Jean Wood o Mitchell A. Seligson por el hecho de incorporar al proceso político a la ‘vieja guerrilla’ representada en el FMLN. Muchos veían en el citado sistema de partidos un ejemplo de madurez democrática y de futura estabilidad.
El tiempo, sin embargo, ha demostrado el hartazgo de la ciudadanía. Precisamente –y sobre todo– contra el FMLN, un partido que no ha llegado en la elección presidencial al 15 por ciento del voto válido emitido. A día de hoy y después de lo sucedido el domingo 3 de febrero, parece que el centro político se desplaza levemente a la derecha después de diez años de presidentes de izquierda (Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén). En el legislativo, ARENA es el partido mayoritario con 37 diputados. GANA, una escisión desafecta de ARENA, posee 10, llegando con ello a la cifra de 47 diputados que dan una mayoría cómoda si ambas organizaciones fuesen capaces de generar ciertos consensos (la mayoría legislativa se consigue con 43 votos favorables).
Ahora bien, ¿quién es Nayib Bukele? ¿Quién es el nuevo presidente electo de El Salvador? A pesar de su juventud –nace el 24 de julio de 1981– este político salvadoreño tiene más experiencia de lo que puede parecer a primera vista. Venido del mundo de los negocios, aparece en política hace siete años cuando se convierte en alcalde del municipio Nuevo Cuscatlán. Posteriormente y en una carrera meteórica, asciende a la alcaldía de la capital, San Salvador, en el año 2015. Por tanto y como se puede comprobar, el futuro presidente de la República de El Salvador lleva en política casi una década. Muchos medios de comunicación en el escenario internacional hablaban del triunfo del outsider. Pero, honestamente, parece que Nayib Bukele no es ajeno al sistema político salvadoreño. Quizá lo más preocupante y generador de incertidumbre tenga que ver con su habilidad (camaleónica) para competir electoralmente con distintos vehículos electorales a lo largo de los últimos ocho años.
Su paso por los gobiernos locales señalados líneas atrás no se puede explicar sin la ayuda y apoyo del Partido FMLN. En esencia, hablar de Bukele hace menos de dos años era hablar de un joven político de izquierdas con el potencial de convertirse en presidente. Sin embargo, en el año 2017 el Tribunal de Ética del viejo partido anti-sistema (uno de los grandes defensores de Chávez y Maduro en la región) expulsa a Bukele de su estructura partidista por –se supone– vulnerar los principios del partido y realizar comentarios descalificadores contra dirigentes históricos de la organización. En definitiva, la expulsión acercó a Bukele a GANA, ubicada por muchos en el espectro ideológico del centro-derecha (un partido que por otro lado enfrenta importantes acusaciones de corrupción). Es esta habilidad para transitar por distintas formaciones, característica en muchos políticos centroamericanos, la que despierta –como no podía ser de otra forma– recelo e incertidumbre. El transfuguismo presenta a un personaje pragmático y capaz de bascular a un lado u otro siempre con el objetivo de conseguir el poder. Esto es sin duda peligroso y debería despertar ciertas alarmas.
En relación a su programa político, son pocas las acciones que podemos describir con claridad. Bukele apuesta por incorporar al sistema salvadoreño una Comisión Internacional contra la Corrupción y la Impunidad en El Salvador (CICIES) similar a la existente en Guatemala (a día de hoy en situación crítica) y por luchar abiertamente contra la corrupción –incluidas tanto la de dentro del FMLN como de GANA–.
Además, su agenda desea promover las cuestiones de seguridad (un problema eterno dentro de El Salvador) y una mejora y reforma profunda de la educación. Al analizar los programas y, como hemos señalado, la oferta de Bukele no es demasiado atractiva ni sofisticada. Muchos ven en la misma sencillamente un instrumento de persuasión para capitalizar descontento y obtener con ello votos interactuando en los medios de comunicación y las redes sociales. Cuando comparamos, parece evidente que el programa generado por el partido ARENA poseía más calado, incidiendo en elementos esenciales para el desarrollo de El Salvador como la inversión extranjera directa.
De todas formas y a modo de conclusión, Bukele difícilmente puede ser visto como un fanático ideológico. Sin lugar a dudas, son muchas las cuestiones que le alejan de personajes abiertamente liberticidas como Andrés Manuel López Obrador en México o Daniel Ortega en Nicaragua. Nayib Bukele es un político/candidato protesta que ha sido capaz de edificar a su alrededor una imagen de renovación. Eso, su frescura como candidato, ha emocionado a amplias capas de la sociedad salvadoreña. El Salvador sufre una crisis económica de primer orden e importantes problemas de seguridad. Hablar de Bukele es hablar del voto del descontento, de la insatisfacción, incluso de la frustración. Sin embargo, esta vez dicho voto ha sido capitalizado por un político joven que no parece estar comprometido con el famoso Socialismo del Siglo XXI (reniega abiertamente de Marx) que está asolando determinados países en la región.
Esperemos que el nuevo presidente sea capaz de articular intereses (sobre todo con ARENA) y que El Salvador avance tanto en su lucha contra la corrupción, como en la provisión de seguridad y en la generación oportunidades de desarrollo económico para sus ciudadanos. Definitivamente, Bukele tiene muchos y muy importantes retos por delante.