El resultado de las elecciones de Argentina del 22 de octubre fue inesperado. Tras haber ocupado el tercer lugar en las elecciones primarias de agosto –en las que se disputan candidaturas internas, pero también sirven como gran encuesta nacional–, el candidato oficialista Sergio Massa ganó la primera vuelta y avanzó al balotaje junto a la gran sorpresa de este ciclo electoral, el outsider libertario Javier Milei. Desde entonces, cualquiera que siga la política argentina me pregunta: ¿cómo se explica que el ministro de Economía con una inflación interanual del 140% gane las elecciones presidenciales? ¿Es otro truco del peronismo? ¿Qué tal es este Milei? ¿Cómo sigue esto?
En primer lugar, vencer en un sistema electoral como el argentino no alcanza para gobernar. Si bien Massa logró crecer del 27% que cosechó su coalición en las elecciones primarias hasta el 36% en las elecciones generales, estuvo lejos de las mayorías que le hubieran permitido consolidar una victoria en primera vuelta. Más aún, su espíritu ganador esconde el hecho de que el peronismo ha obtenido su peor resultado desde el retorno de la democracia en 1983. Cuando el expresidente Macri rompió en 2015 la hegemonía peronista de 12 años en el gobierno, logró entrar al balotaje gracias a un peronismo dividido entre un candidato, Scioli, que con el beneplácito de Cristina Fernández de Kirchner obtuvo el 37% de los votos, y el propio Sergio Massa, quien consiguió el 20% del apoyo en una aventura peronista anti-kirchnerista. En síntesis, el ministro Massa concentró el menor apoyo del peronismo unido en su historia reciente.
En segundo lugar, no está claro que le queden estrategias a Massa para sumar adeptos. En septiembre y octubre ya anunció beneficios para todos los sectores sociales, incluyendo subsidios o exenciones de impuestos para trabajadores formales, informales, pensionistas, beneficiarios de planes sociales, entre otros, por valor de 1,3% del PIB. Este esfuerzo fiscal, sumado a una fuerte campaña de polarización con Milei, permitieron al peronismo aumentar la participación electoral y sumar más de 3 millones de votos. Asumiendo que los electores de Milei volverán a acompañar a su candidato, los ojos están puestos en qué hará el 24% que acompañó a Juntos por el Cambio, la alianza que gobernó entre 2015 y 2019, y esta vez quedó en tercer lugar. Su candidata, Patricia Bullrich, pronunció rápidamente su apoyo al libertario en la segunda vuelta, así como el expresidente Macri. Los otros dirigentes de la coalición decidieron no apoyar a ninguno de los dos candidatos. Los sondeos parecen indicar que alrededor de dos tercios de sus votantes se inclinarán por el libertario, mientras que el otro tercio se repartirá entre votos en blanco y Massa. Con una participación en niveles normales y poco margen para atraer muchos votantes de otros partidos menores, el peronismo tiene una dificultad para alcanzar más del 50% de los votos y ganar. Parece estar primando la responsabilidad del ministro de Economía en la crisis económica y los sondeos están anticipando una victoria ajustada de Javier Milei. Sin embargo, Argentina suele sorprender.
En tercer lugar, quien sea que gane el domingo 19 de noviembre va a asumir con un poder político limitado. Si gana el peronismo, arrastrará los niveles bajísimos de confianza del gobierno actual. También necesitará apoyos de aliados en el Congreso para aprobar sus iniciativas claves. Más delicada aún será la legitimidad con la que contará para llevar a cabo el programa de estabilización que la economía argentina necesita. Esto se debe al piso histórico de votos que obtuvo Massa entre la población general, pero sobre todo al tibio apoyo de sus propios votantes. Una buena parte de sus electores lo acompaña por rechazo a las otras alternativas –principalmente un sector importante más cercano a la actual vicepresidente, CFK– y se opone a un programa de ajuste fiscal. Del otro lado, Milei lo tiene aún más difícil. Va a contar con solamente un 15% de la Cámara de Diputados, un 10% del Senado y una relación compleja con sindicatos y movimientos sociales, dificultando “el control de la calle”. Ni sumando posibles aliados cercanos a Macri podría salvarse de un juicio político que lo busque destituir, riesgo latente en la política latinoamericana. Por supuesto que eso implica un freno para sus iniciativas más alocadas, como la libre portación de armas, pero también lo es para su propuesta central de dolarización y su proyecto de equilibrio fiscal y liberalización de la economía.
Si bien las encuestas están dando una leve ventaja para Milei, esperamos una elección ajustada en la que no está claro quién ganará. Gane quien gane, ojalá lidere un gobierno que pueda domar la inflación rampante, generar confianza en el mercado y colocar a la Argentina en una senda de crecimiento a largo plazo para terminar de una vez con este largo ciclo de estancamiento y empobrecimiento. En cualquier caso, es difícil imaginar un gobierno con el poder político, la legitimidad y el impulso suficientes para implementar un programa de estabilización exitoso. Por ahora Argentina tendrá que seguir viviendo muy por debajo de su enorme potencial.
Brian Berezovsky es director para América en AEI y profesor de IE University