Sergio Castro es politólogo y consultor estratégico
Tenemos razón y lo sabemos. Y vamos a hacer que ustedes lo sepan. Parece sencillo, pero no pocas veces se desprecia la fuerza de las convicciones. El ejemplo lo hemos tenido en la primera vuelta de las elecciones chilenas del pasado mes de noviembre, como antes lo tuvimos en otros países como Colombia o México. Si bien hay que reconocer que la campaña electoral de la derecha fue atípica, con abandono incluido de su candidato Pablo Longueira, quedarse a 20 puntos del ganador dista mucho de poder ser considerado un resultado siquiera aceptable. Y mucho menos celebrable, como vimos en el Comando Matthei tras hacerse oficiales los segundos peores resultados de la derecha chilena desde 1990. No parece razonable que la máxima aspiración de la derecha en Chile se limite a pasar a segunda ronda o a que la coalición de izquierdas no consiga las mayorías necesarias en el Congreso y Senado que les posibiliten llevar a cabo reformas de calado como la de la Ley educativa o la reforma constitucional, por lo que se hace necesario analizar cómo se ha llegado a esta situación.
El primer y único Gobierno de la derecha chilena desde la reinstauración democrática ha sido este último período de la mano de Sebastián Piñera. Desde su misma llegada, haciendo gala de la famosa frase “creemos en la democracia sólo si gobernamos nosotros”, la izquierda no perdió tiempo en movilizar la calle desde su supuesta superioridad moral con el objetivo de radicalizar posturas que coaccionaran la acción de Gobierno y, fundamentalmente, responsabilizaran a este de cualquier suceso o situación que ocurriera en Chile, con el único objetivo de aislar social y moralmente a la derecha y recuperar el poder. Durante la última campaña electoral, ha sido grotesco ver cómo se ha utilizado el sistema educativo o la brecha social existente en Chile para tal fin, brecha que por cierto nunca dejó de existir en los 20 años de gobierno de izquierdas, pero más grotesca si cabe ha sido la estrategia adoptada por la derecha de marcar distancias con el Gobierno de Piñera. Un Gobierno que ha conseguido los mejores datos económicos de Chile de su Historia y el mayor índice de desarrollo social.
La campaña de Matthei en respuesta a las acusaciones de la izquierda ha consistido en la negación de las políticas de su predecesor en lugar de, amparándose en los excelentes datos macro del país, reforzar su buen legado, malgastando así sus fuerzas en defenderse de los ataques de la izquierda en vez de en desarrollar un programa propio que explicara la necesidad de continuar el camino abierto. El resultado ha sido una campaña sin iniciativa ni liderazgo que ha provocado una desafección total en los propios votantes de la derecha, derivando en un final, si bien esperado, absolutamente decepcionante por la ausencia de convicción en un modelo que, habiéndose demostrado acertado para Chile, no ha sido interiorizado por los miembros que ahora tenían que continuarlo. Hay un dato que no debe pasar por alto. Estas elecciones han sido las primeras en las que el voto no era obligatorio en Chile. Tradicionalmente, se entiende que una mayor participación en las elecciones favorece a la izquierda; por contra, una mayor abstención favorece a la derecha. Sin embargo, con una abstención del 55%, la izquierda ha conseguido uno de los mejores resultados de su Historia.
De cara a la segunda vuelta, Matthei necesita imperiosamente adentrarse en el terreno de las ideas si quiere tener opciones de alcanzar la presidencia. Se hace necesario enmendar errores y liderar la campaña, creer en unos valores y trasmitir unas convicciones que recuperen al electorado afín y aseguren la continuidad de un modelo que ha traído consigo un enorme desarrollo al país en los últimos cuatro años. La responsabilidad así lo exige, ya que en la segunda vuelta está en juego el futuro de Chile, pero también la estabilidad de toda la región con una Alianza del Pacífico cuestionada por todos los Gobiernos populistas latinoamericanos que todavía está dando sus primeros pasos. Porque la izquierda siempre se radicaliza cuando pierde el poder, pero lo hace aún más cuando lo recupera para no volver a perderlo.
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