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El triángulo fatídico de Rusia

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La noticia de la muerte de Alexei Navalny, símbolo de la oposición política al régimen de Vladimir Putin, en una cárcel situada a 60 kilómetros del Círculo Polar Ártico, ha producido estupor en la opinión pública occidental, pero no es una sorpresa. Desde su llegada al poder en 2000, Putin ha recurrido a la eliminación física de sus adversarios políticos, como un instrumento para mantenerse en el poder y aterrorizar a la oposición. Primero la usó contra los oligarcas que se enriquecieron durante los dos mandatos presidenciales de Boris Yeltsin. Después fueron asesinados periodistas, como Anna Politovskaya, que le criticaban e informaban sobre la guerra de Chechenia. Después, Boris Nemtsov en el puente del Kremlin, en 2015, mientras otros numerosos políticos de la oposición eran encarcelados. Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, varias personas que se oponían a la invasión se han “suicidado”. Navalny, que ya en 2020 había sido envenenado con novichok, un agente químico nervioso a cuyo uso solo pueden acceder altos cargos del gobierno o de la cúpula militar, había definido al partido Rusia Unida de Putin como el “de los delincuentes y ladrones”. Fue también impulsor de las masivas manifestaciones en contra del régimen durante el invierno de 2011-2012 (las mayores hasta ahora), a causa de un supuesto fraude electoral en las elecciones regionales. La figura más desafiante al régimen de Putin, Navalny ha pagado con su vida el único mensaje que insistió en mandar a los rusos: que deberían luchar por la libertad.

La muerte de Navalny es un síntoma más de lo que ocurre realmente en la Rusia de Putin. Las próximas elecciones presidenciales se celebrarán del 15 al 17 de marzo. Putin las ganará con toda seguridad.  La desaparición de la oposición política al régimen ruso no se ha traducido en una protesta masiva de la población ni —lo más importante— en un voto contra el gobierno. Boris Nadezdin, bautizado por los periodistas occidentales como “el candidato por la paz” no podrá presentarse a los comicios porque el Tribunal Supremo de Rusia ha respaldado la decisión, tomada por la Comisión Electoral Central, de invalidar 100.000 firmas que avalaban su candidatura, con el pretexto genérico de “irregularidades”. Nadezdin aboga por una tregua inmediata y una transición a negociaciones de paz en formato trilateral que involucre a Rusia, Ucrania y Occidente. Según él, la decisión sobre el destino de los territorios anexionados por Rusia debe basarse en la voluntad de las personas que allí habitaban antes del conflicto.

La guerra en Ucrania, que entra ahora en su tercer año, es la causa de la ruptura de las relaciones entre Rusia y Occidente y la creciente dependencia rusa del “eje de los sancionados” (Corea del Norte, Irán y China). Ucrania está perdiendo en el campo de batalla por falta de munición y por la fatiga de guerra que afecta tanto a su propia población, como a sus aliados. La perspectiva de la victoria de Donald Trump en noviembre de este año ensombrece aún más su futuro, dado que los países de la OTAN no podrán superar una eventual suspensión de ayuda militar de EE. UU. a Ucrania, como ha advertido el secretario general de la alianza. La guerra se está convirtiendo en una competencia entre las industrias militares de Occidente y Rusia. Si Europa no espabila, Ucrania y sus aliados perderán todo lo que hasta ahora Kiev había ganado, y se cumplirá así el objetivo ruso de convertir a su país vecino en un Estado fallido. Los aliados occidentales habían conseguido proporcionar a Ucrania un importante apoyo político, militar y económico durante los dos años de guerra. Sin embargo, no es tan claro que estén preparados para una guerra larga ni para la contención y disuasión de Rusia, aunque es sabido que invertir en disuasión siempre es más barato que invertir en una guerra abierta. La muerte de Navalny, la victoria electoral de Putin y la larga duración de la guerra en Ucrania son el triángulo fatídico que opone ahora el Kremlin a Occidente, un triángulo fortalecido por el silencio vergonzoso de la mayoría de la población rusa, un silencio que es consecuencia de la tiranía y manipulación informativa que lleva a cabo el régimen, pero también de su apatía política.