La victoria de Giorgi Margvelashvilli, del partido El Sueño Georgiano, en las elecciones presidenciales de Georgia del pasado 27 de octubre, con una amplia mayoría del 62% de los votos, ha abierto un nuevo ciclo político en este país del sur del Cáucaso. Sin embargo, su futuro estará condicionado por dos cuestiones del pasado: las tensas relaciones con Rusia y el acercamiento a la Unión Europea y la OTAN.
«Mira Milosevich es escritora y profesora del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset
La victoria de Giorgi Margvelashvilli, del partido El Sueño Georgiano, en las elecciones presidenciales de Georgia del pasado 27 de octubre, con una amplia mayoría del 62% de los votos, ha abierto un nuevo ciclo político en este país del sur del Cáucaso. Sin embargo, su futuro estará condicionado por dos cuestiones del pasado: las tensas relaciones con Rusia y el acercamiento a la Unión Europea y la OTAN.
El triunfo de Margvelashvilli (respaldado por el fundador de El Sueño Georgiano y actual primer ministro Bidzina Ivanshvilli) y, sobre todo, la actitud del candidato del Movimiento Nacional UnidoDavid Bakradze, que habiendo obtenido el 21,8% del voto emitido ha aceptado su derrota y felicitado al vencedor, demuestran que la alternancia pacífica del poder, característica de las democracias consolidadas, funciona ya en Georgia. Bakradze fue apoyado por el saliente presidente Mijaíl Saakashvilli y su derrota significa que los georgianos se han pronunciado libremente contra la continuidad. Si exceptuamos las elecciones presidenciales de Ucrania en 2010, y las parlamentarias en Georgia del año pasado, la alternancia democrática del poder en las repúblicas exsoviéticas no ha sido precisamente lo más frecuente.
Tanto Rusia como Occidente, aunque por diferentes razones, consideran que Georgia es fundamental para sus intereses. Para los rusos, Georgia tiene una importancia a la vez real y simbólica: a través de ella fluyen el petróleo y el gas de Azerbaiyán hacia Europa, y contiene en su territorio dos Estados –Abjasia y Osetia del Sur– que Rusia “liberó” en agosto de 2008. La intervención de Rusia, que concluyó con el reconocimiento de la independencia de ambas entidades, se inició con el pretexto de defender a los ciudadanos rusos residentes en ellas. Pero su valor simbólico no reside sólo en la solidaridad con sus compatriotas, sino en la actitud de gran potencia rediviva que no duda en intervenir militarmente en otro país si lo considera oportuno. Rusia invadió Georgia después de la proclamación unilateral de independencia de Kosovo, imitando deliberadamente la intervención occidental de 1999 en Serbia. Los occidentales reaccionaron con irritación ante el “despertar del oso ruso”, pero se limitaron a discutir la conveniencia de admitir a Georgia en la OTAN.
Georgia, junto con Ucrania y Moldavia, será uno de los países que estrechen sus relaciones institucionales con la UE en la próxima cumbre europea de Vilna (28 y 29 de noviembre). Este verano, Georgia concluyó la negociación de un Acuerdo de Asociación y otro de Zona de Libre Comercio con la UE. Rusia perderá una parte de su influencia en la Europa del Este. En Georgia existe un consenso nacional sobre la necesidad de mayor integración del país en Occidente, aunque no sobre cómo articular las relaciones con Rusia, que, hasta ahora, ha obstruido este proceso. El primer ministro Ivanishvilli, que hizo su multimillonaria fortuna en Rusia, está a favor de la política moderada y de la reanudación de las relaciones económicas con aquélla, mientras los perdedores de estas elecciones –Saakashvilli y Bakradze–, que perdieron también la guerra de 2008, insisten en la defensa de la integridad territorial de Georgia. Pero el relajamiento de las tensiones con Rusia es imprescindible para que se cumpla cualquier sueño georgiano.
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