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Elecciones en Madrid

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Produce estupor que la izquierda clamorosamente derrotada en Madrid reaccione a su fracaso insultando al 45% de los votantes madrileños que decidieron apoyar a la candidata del Partido Popular y presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso. Desde Podemos se echa mano del apolillado análisis marxista sobre la conciencia alienada que lleva a cientos de miles de trabajadores a votar al PP. Desde el PSOE, la vicepresidenta primera del Gobierno no solo ha ido pregonando unos delirantes análisis electorales, sino que se refiere a los votantes del PP como gentes alucinadas sin contacto con la realidad porque, de haberla tenido, habrían votado sin duda a los socialistas. Aunque se recomienda que cuando el adversario se equivoca, lo mejor es no distraerle, lo cierto es que la izquierda de la coalición gobernante en España es la que ha demostrado encontrarse fuera de la realidad. No solo pretenden prolongar sus mensajes fallidos de la campaña electoral, sino que exhibiendo una infinita arrogancia abroncan e insultan a los votantes que no han comprado la averiada mercancía izquierdista. El fracaso de la izquierda no es solo cuantitativo. Lo es también cualitativo. Es el fracaso de sus grotescas “alertas antifascista”, de la impostura permanente de líderes como Pablo Iglesias, verdadero depredador de la política democrática que busca hacerse pasar por víctima; es el fracaso de su inconsistencia, que en el caso del candidato socialista pasó de rechazar el pacto con Podemos a convocar a Iglesias a ganar juntos las elecciones; el fracaso, en fin, de la inveterada pretensión de la izquierda de imponer para su ventaja los marcos conceptuales que condicionan el debate político.

Frente a este despliegue de soberbia y resentido desprecio a los votantes, Isabel Díaz Ayuso ha hablado de prudencia y compromiso, reconociendo los votos “prestados” que han contribuido a construir su mayoría, sabiendo dimensionar lo que significa su enorme victoria en función de una tarea de gobierno para la que pidió la confianza de los madrileños. Esta confianza le ha llegado con un mensaje inequívoco de reconocimiento del compromiso con su comunidad, de la solvencia de sus equipos y de la afirmación de un modelo desde el que Madrid se ha situado a la cabeza de España. Ese mensaje se extiende también al propio futuro del centro derecha y de su capacidad para articularse como alternativa a esta conjunción decadente de socialistas comunistas e independentistas. Que la implosión de Ciudadanos no haya sorprendido porque venía precedida de todos los pronósticos, apunta inequívocamente a un reagrupamiento en el centroderecha que tiene que seguir consolidándose como un proceso de unión de fuerzas, no como una apuesta por la derrota de un adversario que ha ocupado provisionalmente un segmento del electorado que el PP puede legítimamente reclamar.

Díaz Ayuso pidió el voto para poder desarrollar su proyecto político con libertad de acción. Una libertad que tiene que predicarse frente a todos porque la presidenta se la ha ganado. El hecho de que el PP sume de largo más que toda la izquierda junta le libera del condicionamiento de escaños que contaban con ser decisivos y que los resultados del 4 de mayo dejan considerablemente devaluados. Díaz Ayuso puede gobernar sin frentes innecesarios y sin cordones sanitarios antidemocráticos; puede gobernar por lo que es y por lo que el electorado espera de su gobierno porque en estos dos primeros años ya lo ha percibido.

Es evidente que ningún resultado es extrapolable al 100%, pero sería absurdo negar que las elecciones en Madrid marcan una inflexión en la política española en la que el Gobierno de Sánchez y su agrietada coalición salen seriamente debilitados mientras se refuerza el centroderecha en el que el PP afianza su hegemonía y su condición de alternativa de gobierno. El éxito de Isabel Díaz Ayuso lo es también de Pablo Casado. No solo es el presidente del Partido Popular, sino que encabeza esa generación de dirigentes políticos de la que Díaz Ayuso es tan representativa, aunque afortunadamente para el PP no sea la única en la que depositar la confianza del cambio político que España requiere. Pablo Casado tiene ante sí una tarea compleja y exigente, pero ha dado pasos importantes y hoy, desde su liderazgo, esa tarea parece algo más fácil.