El pasado domingo Recep Tayip Erdoğan se impuso a Kiliçdaroğlu en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales turcas, obteniendo un nuevo mandato de cinco años al frente del país. Con un 52% de los votos frente al 48% del opositor, el líder del AKP extiende más allá de los veinte años su control del poder ejecutivo, primero como primer ministro y, tras la reforma constitucional, como presidente. Finalmente, y pese a las expectativas generadas por la oposición, el continuismo prevalece en Turquía.
A pesar de que desde el equipo del candidato opositor algunos desmienten el triunfo indiscutible de Erdoğan, tildándolo más bien de “victoria pírrica”, este asume su victoria, por estrecha que sea, como una aprobación explícita de su gestión y un apoyo a la continuación de sus políticas. La realidad es que estas elecciones dejan un país profundamente dividido entre lo que en líneas generales ha venido a categorizarse como el bloque islamista y el secularista. Tal y como puede observarse en la distribución del voto, la costa, las grandes ciudades y el sudeste kurdo ofrecieron su apoyo al candidato socialdemócrata, mientras que las áreas interiores y rurales optaron por la reelección del presidente. Las esperanzas alimentadas por algunos sondeos hicieron de la derrota un trago aún más amargo para la oposición que en anteriores comicios. Muchos habían llegado a considerar estas elecciones como la última oportunidad de refrendar un cambio de rumbo en contra de la deriva autoritaria de Erdoğan, a quien sus oponentes acusan de haber erosionado las instituciones democráticas en sus dos décadas en el poder. Kemal Kiliçdaroğlu, que lideraba una coalición de seis partidos opositores sin precedentes, mostró su decepción al declarar que estas han sido “las elecciones más injustas en años”, alegando que la parcialidad de los medios de comunicación y los límites a la libertad de expresión habían “creado un terreno de juego desigual y contribuido a una ventaja injustificada” para el presidente. Erdoğan por su parte, compaginó su discurso aparentemente reconciliador tras la victoria con un burlón “bye, bye Kemal”.
Como cabía esperar, el tono de la campaña electoral se fue elevando a medida que se acercaba la fecha de los comicios. La oposición comenzó basando su estrategia en la crítica a la administración de Erdoğan, incapaz de hacer frente a la crisis económica que asola al país, ineficaz en su gestión de la catástrofe provocada por el terremoto de febrero e indecisa sobre el futuro de los refugiados sirios en el país. Sin embargo, estos esfuerzos resultaron inocuos y no lograron desmovilizar a la base de apoyo del presidente. En un primer momento, la campaña de Kiliçdaroğlu se centró en establecer mejores relaciones con la UE y la OTAN, frenar el deterioro democrático y, sobre todo, abandonar las fallidas políticas económicas de Erdoğan. A pesar de la constante pérdida de valor de la lira, que ha sufrido una depreciación del 80% con respecto al dólar en apenas cinco años, y de la inflación galopante, cuya tasa se sitúa alrededor del 50%, Erdoğan ha seguido empujando al poco independiente Banco Central a mantener a la baja los tipos de interés. Esta política monetaria, más bien “poco ortodoxa”, no erosionó el apoyo del presidente entre su electorado, que no lo llegó a considerar un tema saliente en la campaña. De hecho, incluso las críticas por la pobre gestión de la crisis causada por el terremoto fallaron en su empeño de atraer hacia la oposición los votos en las provincias afectadas, altamente conservadoras e islamistas y que en su mayoría optaron por Erdoğan.
El tramo final de la campaña que precedió a la segunda vuelta contó con incesantes acusaciones cruzadas entre los candidatos, así como con el cambio de estrategia de campaña de Kiliçdaroğlu, con el fin de captar el apoyo de Sinan Oğan, quien obtuvo el tercer puesto en la primera vuelta con el 5% de los votos. El líder de “Alianza Ancestral”, una coalición antinmigración y ultranacionalista, se convirtió en un auténtico “kingmaker” al que ambos candidatos cortejaron con la esperanza de obtener su apoyo, decisivo para la segunda vuelta. En este contexto, Kiliçdaroğlu adoptó una retórica abiertamente nacionalista y contra los refugiados sirios, prometiendo “mandarlos a todos a casa” si era elegido. Fruto de este giro, el candidato socialdemócrata obtuvo el apoyo del ultraderechista “Partido de la Victoria”, aunque no tuvo la misma suerte con Oğan. A pesar de que el descontento causado en el país por los más de cuatro millones de refugiados era una de las principales fuentes de votos de la candidatura de Oğan, este, sin embargo, acabó por apoyar a Erdoğan. Mientras que el presidente se centró en acusar al líder opositor de estar “relacionado con el terrorismo” a causa del apoyo del pro-kurdo HDP a su candidatura.
El principal corolario de estas elecciones es, en definitiva, la legitimación del continuismo. Es altamente probable que Erdoğan, envalentonado por la reelección, mantenga el rumbo tanto de su política interior como exterior, algo facilitado en gran medida por la victoria de su partido también en las elecciones parlamentarias. En el ámbito interno se espera que la guerra de Erdoğan contra lo que él denomina “el lobby de los tipos” continúe indefinidamente, con la esperanza de que los bajos tipos de interés fomenten un crecimiento alimentado por la exportación. Por ahora, la caída de la lira a mínimos históricos tras la publicación de los resultados sugiere que los inversores no auguran un cambio en la singular política monetaria seguida hasta la fecha. Además, ahora que la campaña ha terminado, parecen alejarse las perspectivas de una expulsión en masa de refugiados tal y como proponía la oposición. Habrá que esperar para ver cómo se materializa la propuesta que Erdoğan hizo el pasado mayo de “repatriar voluntariamente” a un millón de sirios a la zona ocupada por Turquía en el norte del país. Por último, en línea con la tendencia de sus últimas administraciones, cabe esperar más religión a costa de secularidad y, por supuesto, más autoridad presidencial a costa de la división de poderes.
Este continuismo político se reflejará también en la política exterior. En primer lugar, el papel de Turquía como mediador entre Ucrania y Rusia la ha confirmado como un actor geopolítico de primer orden, logrando importantes compromisos como la “Iniciativa sobre el cereal del Mar Negro”, que creó procedimientos para exportar cereales de forma segura desde Ucrania para hacer frente a la crisis alimentaria de 2022. Es por ello por lo que es de esperar que Erdoğan mantenga su actual posición de “neutralidad pro-ucraniana”, sin comprometerse más allá y manteniendo la cordialidad con Putin. Por otra parte, no cabe duda de que la reelección no supone una buena noticia para las aspiraciones de Suecia de entrar en la OTAN en un futuro cercano. A pesar de la insistencia de EE. UU. para encontrar una salida a este punto muerto, Erdoğan no parece dar su brazo a torcer y sigue exigiendo a Suecia la extradición de miembros del grupo terrorista PKK. Sin embargo, la posibilidad de que Erdoğan tenga que concentrarse en estabilizar las finanzas y atraer la inversión extranjera podría resultar un punto débil para impulsar la adhesión de Suecia a la alianza atlántica.
En cuanto a la relación con la UE, que algunos categorizan como de “cooperación conflictiva”, nada invita a pensar que se revertirá la tendencia al alejamiento de posiciones. Esta relación se ha tensado exponencialmente sobre todo desde el fallido intento de golpe de Estado de 2016, con un aumento de la retórica antioccidental y un incremento del autoritarismo en Turquía. Específicamente en política exterior, se observa una creciente disociación entre ambas partes, que comenzó a exacerbarse con el giro gradual de Ankara hacia una postura más individualista y antagonista. De hecho, este retroceso democrático y esta política exterior hostil llevaron al Consejo de la UE a declarar en 2018 la detención de las negociaciones de adhesión. En lo referente al Proceso de Paz de Oriente Medio, se prevé que Erdoğan continúe con su acercamiento paulatino a Israel que, asegura, beneficiará en última instancia a los palestinos. Por último, Ankara continuará desarrollando sus relaciones con los Estados del Golfo, cuyos fondos soberanos son para el recién reelegido presidente una pieza clave de la recuperación económica del país.
Gonzalo Rosillo Odriozola es estudiante de máster en Sciences Po