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Elecciones vascas. Adiós a todo eso

Los vascos están convocados el 21 de abril para ejercer su autogobierno. Es decir, para desplegar las facultades de decisión que les brinda la autonomía política consagrada en la Constitución y concretada en el Estatuto. Son ya 45 años de autogobierno sin precedentes en su historia. Cierto que, desde una óptica nacionalista, el “pueblo vasco” como sujeto político dura ya “siete milenios” (Ibarretxe): ¿qué son cuatro décadas y media en ese abismo temporal? No siendo todavía obligatorio ser nacionalista, algunos vascos distinguimos entre política y antropología y hacemos constar que libertad, democracia y autonomía fueron realidades rigurosamente inéditas hasta 1978 en nuestra tierra. Sobre lecturas interesadas de la etapa foral tenemos ya algo escrito[1]. Además, hay que desconfiar por principio del cómputo nacionalista: cuenta por milenios la identidad y a medio siglo de terrorismo lo llama “ciclo”. Pensando en gente como Otxandiano, Hanna Arendt escribió una vez: “hablar de los campos de concentración sin ira, no es ser objetivo sino indultarlos”.

Hablemos un poco del “ciclo” porque explica realidades muy evidentes hoy. Y también por no dejar solo en esto al PNV. Escama que sea él quien más esté aludiendo a ETA en precampaña. Resulta extraño que en la conversación sobre nuestro reciente pasado sangriento sean ahora tan locuaces quienes estuvieron en todo momento al abrigo de aquella amenaza. Quien lo vivió lo recuerda: cuando los demás arriesgaban el pellejo el PNV era muy, muy lacónico.

Ese “ciclo” y el método empleado para clausurarlo han tenido consecuencias. Medio siglo de campaña terrorista de signo nacionalista debía tener efectos deformantes en el paisaje social y político del país. En 2017 el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo publicó un informe sobre participación política de la población vasca[2]. Sus conclusiones acreditan cómo la actividad terrorista de ETA retrajo políticamente a muchos vascos; y cómo afectó, sobre todo, a la población no nacionalista. A ese primer factor (palmario y mensurable: durante décadas los partidos constitucionalistas hacían política como quien juega al fútbol con los tobillos atados) se sumó otro: la negociación política con ETA. Aquello acabó híperlegitimando el “nacionalismo ambiental”, ese que asimila categorías abertzales de forma inconsciente. El ‘método Zapatero’ de resolución de conflictos propició en el País Vasco una impregnación nacionalista de cualquier noción prestigiosa: “paz” era aceptar sumisamente dogmas nacionalistas; “diálogo”, tragar sin respuesta imposturas y mentiras; “convivencia”, no desafiar una hegemonía regalada al nacionalismo en todos los ámbitos: social, económico, cultural, por supuesto político y hasta eclesiástico y deportivo.

En suma, “paz” fue “tener la fiesta en paz”. ¿Por la paz un Ave María? Más bien todo un rosario: si la participación de Bildu en las elecciones garantizaba el cierre del “ciclo”, el incentivo de la “paz” dopó sus listas sin necesidad de que ninguno de sus candidatos necesitara condenar el asesinato de más de 800 inocentes. Legalización motorizada, normalización blanqueadora, y perspectivas de confluencia con el nacionalismo radical para crecer a lomos de la “geometría variable”, mientras se bloqueaba la alternancia acordonando al PP… El País Vasco fue banco de pruebas del socialismo zapateril; nada de lo que luego hemos visto practicar al sanchismo dejó de ensayarse primero allí.

El método viajó luego a Cataluña y hoy asistimos a su total metástasis. Su precio lo conocemos: despedirse del valor normativo de la Constitución y de la vigencia de España como realidad nacional. El artefacto “plurinacional” hacia el que transitamos es horizonte asumido por el PSOE para pacificar el “pleito territorial” español. Zapatero empezó leyendo a Anselmo Carretero; el cálculo electoral socialista ha hecho el resto.

Hoy los aprendices de brujo tienen que apechugar con las consecuencias; el socialismo vasco presume de influencia decisiva porque todo su capital político se reduce a la posibilidad de elegir séquito: o el del nacionalismo hipócrita o el del nacionalismo cínico. Su acción desde 2004 ha operado una simplificación brutal en el País Vasco; por mucho que se pretenda repintar fórmulas caducas barajando nombres y caras, se acaba siempre en lo mismo. Nada de eso concierne a una alternativa auténtica, constitucional y autonomista. El PP vasco no tiene vocación de escolta para figurar en ninguna combinación limitada a discutir el aliño de un plato único, con una u otra guarnición.

Es falsa la disyuntiva “Bildu o PNV”. El PNV tanto como el PSOE-PSE han sido cómplices y émulos en el crecimiento de Bildu. Ninguno puede presentarse como “dique”, porque ambos han excavado los cauces que ahora se desbordan. Uno, el PNV, apuntillando un Gobierno popular, trajo el “ciclo sanchista” con el que está consustanciado. El otro, Bildu, es quien firma investiduras y presupuestos con tanta rapidez como opacidad en materia de contrapartidas indisimulables, aunque se invisibilicen: el acelerador del cacharro que conduce Frankenstein.

Con más PNV, lo que ha habido y habrá es más Bildu y más Sánchez. Y eso implica consecuencias graves en el medio plazo. Que en el foco de una campaña electoral no ocupen el primer plano ciertas cosas no las elimina de la escena. Hay un telón de fondo que no puede perderse de vista porque lo encuadra todo. Ninguno de los problemas sectoriales –crecientes– de los que se discutirá en campaña (educación, sanidad, declive económico…) puede resolverse añadiendo incertidumbre a base de planteamientos de ruptura y planes de desbordamiento del marco institucional.

Y esos son los planteamientos de fondo de un PNV a la baja. La ponencia promovida por los jelkides sobre “actualización del autogobierno” fraguó un texto común con PSE y Podemos. El PNV propuso ahí incluir una Disposición Adicional Segunda en el nuevo Estatuto que dice cosas como esta: “la plena realización de los Derechos Históricos del Pueblo Vasco, como manifestación institucional de su autogobierno, se exterioriza a través del derecho a decidir de su ciudadanía libre y democráticamente expresado, siendo su ejercicio pactado con el Estado”. A eso, el PNV lo llama “concierto político”. Su carácter confederal lo concretaba estableciendo una Junta Arbitral paritaria con el Estado para eludir la potestad última del Tribunal Constitucional en la interpretación de la Constitución y el Estatuto. Postulaba, por supuesto, la autodeterminación en esa disposición adicional segunda, pero queriendo eludir los límites fijados por el TC en 2014, en su Sentencia sobre la declaración soberanista de enero de 2013 del Parlament. Como en su día el ‘Plan Ibarretxe’, recuperando además la distinción entre ciudadanos vascos y nacionales vascos.

No cabe la sorpresa. El empeño del PNV ha consistido siempre en identificar sus aspiraciones partidistas con las aspiraciones del ‘pueblo vasco’, obviando la pluralidad real de la sociedad vasca.El nacionalismo ha pretendido inocular en el imaginario colectivo una ficción histórica que sustente su intención de proseguir y culminar la ‘construcción nacional’. Cuando la ficción es asumida, se convierte en realidad; mientras encuentra resistencia, necesita seguir siendo ‘construida’; la natural resistencia a la imposición, mediante la violencia y la fabulación, de un cuento, la llama el nacionalismo vasco “conflicto”.

Lo que el PNV ha venido alimentando, con el acompañamiento de fondo de la violencia terrorista, es un pseudoconflicto instrumental del que obtiene siempre ventaja mostrando rostros y discursos distintos en función de cada circunstancia puntual.

Por su parte, los socialistas vascos renunciaron hace mucho a ser o formar parte de una alternativa al nacionalismo; se resignaron a escoltarlo. La presencia socialista en el gobierno de coalición en la Comunidad Autónoma Vasca ha servido de coartada para alimentar el mito de la moderación nacionalista. Pero lo cierto es que la moderación brilla por su ausencia cuando se aspira a definir un concepto de ‘pueblo vasco’ excluyente y a reservarse a perpetuidad la capacidad de definir de forma unilateral su vinculación política con el resto de España. No es moderado recurrir a lecturas imposibles de la Constitución para liquidar su fundamento. Pactar el ejercicio de la autodeterminación “con el Estado” no es una propuesta moderada. Es una propuesta absurda; uno no pacta consigo mismo su propio suicidio.

El PP vasco tiene, respecto de todo eso, discurso propio. Se reconoce heredero de una tradición fuerista dominante en la historia del país. Esa tradición se actualiza modernamente en la formulación del principio de subsidiariedad, que trae causa tanto del pensamiento democristiano como del liberal-conservador, congruentes en su rechazo del jacobinismo y en postular una descentralización del poder político en garantía de la libertad.

La tradición histórico-institucional vasca se compadece bien con tal principio. Las Provincias vascas se incorporaron al proceso histórico de construcción del proyecto común que llamamos España y participaron en él preservando sus señas de identidad. En 1978, la Constitución devolvió a los ciudadanos vascos su derecho de autogobierno. Posibilitó que tal derecho se actualizara como derecho positivo gracias al Estatuto de Gernika. La nueva Constitución fue el origen de dos novedades históricas: la “codificación” de los viejos derechos forales, actualizados, y la unión de las provincias hermanas, asociadas en una nueva comunidad política. La Constitución fue el origen de una auténtica reintegración foral. La reintegración y actualización forales se llevaron a cabo respetando y preservando los derechos que correspondían a cada Territorio Foral por voluntad e historia. Se respetó el pasado y la voluntad coetánea de vizcaínos, alaveses y guipuzcoanos. Luego, el plan Ibarretxe supuso la peor amenaza a los derechos históricos de los territorios forales: un gobierno del PNV formuló una Ley abolitoria de alcance mucho mayor que las del siglo XIX.

Hoy los vascos deben advertir lo fraudulento de muchos disfraces. Se viste de actualización del autogobierno un artefacto confederal y ahistórico. Se camina hacia la ruptura que supone la autodeterminación invocando el “pacto”. Se defiende la existencia de vascos de primera y de segunda intentando explicar que eso no tendrá consecuencias prácticas. En medio de todo esto, el PP vasco es la única alternativa sin máscara para tantos vascos que quieren pensar seriamente en su futuro y en el de sus hijos, amenazado por el horizonte de ruptura hacia el que camina la coalición de facto que conforman en toda España –País Vasco incluido– nacionalismo e izquierda. Todo el nacionalismo y toda la izquierda. Es hora de decir, también en el País Vasco, adiós a todo eso.


[1] https://fundacionfaes.org/editorial-urkullu-y-la-ley-vieja/

[2] chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/ https://www.memorialvt.com/wp-content/uploads/2017/04/Informe01links.pdf


Vicente de la Quintana es abogado y escritor