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Elecciones vascas. Laguardia no se rinde

Cualquiera puede imaginar un país amagado por tensiones secesionistas. En esa Ruritania hipotética, pongamos, tienen lugar unas elecciones en uno de los territorios “tensionados”. El 66% de votantes, sigamos imaginando, se distribuye entre dos formaciones nacionalistas que postulan la secesión; con distinto tempo y énfasis, con sinceridad discutible, pero con igual desprecio por un marco constitucional que dan por amortizado y con idéntica hostilidad a la idea y a la realidad de la nación y el Estado ruritanos. Además, la mitad de ese electorado da su confianza a unas siglas que son receptáculo del legado de un terrorismo activo durante medio siglo. Tres de cada cuatro escaños del nuevo Parlamento quedan adscritos a una mayoría muy notoria dispuesta a activarse en cualquier momento para abrir un segundo frente en la apuradísima Ruritania.

Los escenarios de grave dificultad política son concebibles; incluso hay filósofos (J. Freund) que recomiendan al estadista cierta disposición singular: la “imaginación del desastre”, porque anticipar lo peor ayuda a evitarlo. Lo que ya es más difícil de imaginar es que, en la situación descrita, el gobierno ruritano aplauda aliviado. Que es justo lo que hizo el Gobierno español tras conocer los resultados de las elecciones autonómicas vascas del domingo pasado. Cada vez que se consolida una situación nacionalista el Gobierno la celebra como fórmula de supervivencia: el destornillador que le enrosca al poder es el mismo que desmonta el andamiaje constitucional. España, de la mano de Sánchez, ha vuelto a ser “diferente”.

El cloroformo ambiental

Estos días han abundado las interpretaciones anestésicas de los resultados en el País Vasco. Se nos ha dicho que “ha ganado la estabilidad”; que el PSE “moderará” cualquier tentación rupturista. Su propio líder, Eneko Andueza, repite mucho eso de que los socialistas vascos son “garantía de pluralidad, de estabilidad, de buena gestión y también de que Euskadi no entre en ningún tipo de aventuras”. Por “aventuras” se refiere al ‘nuevo estatus’ que se lleva cocinando a fuego lento para impulsar la ‘nación’ vasca y apuntillar el Estado autonómico, conduciéndolo hacia una precaria confederación.

La lectura anestésica de los resultados dice que, de todas formas, no hay que hacer caso del peligro potencial de esas “aventuras” porque, aunque el nuevo Parlamento vasco registre una mayoría soberanista inédita, en realidad van de broma y, además, ahí están los escaños socialistas cual línea Maginot (símil muy verosímil). Pero si a la posibilidad de un desbordamiento soberanista impulsado por PNV y Bildu, Andueza lo llama “aventura”, ¿qué término reservará para el acuerdo de investidura de su secretario general con Andoni Ortúzar? Firmado en noviembre de 2023, hace solo cinco meses, suena bastante “aventurero”: por ejemplo, los firmantes se comprometen a “negociar y sacar adelante” un nuevo Estatuto tan soberanista que de Estatuto no tendría nada, porque incorporaría «el reconocimiento nacional de Euskadi, la salvaguarda de las competencias vascas y un sistema de garantías basado en la bilateralidad y la foralidad». Ese pacto, blindado en Madrid y Vitoria, “deberá responder a las demandas mayoritarias del Parlamento de Euskadi” y se añade que el “plazo orientativo para culminar este proceso de negociación y acuerdo no superará el año y medio desde el inicio de la nueva legislatura vasca”.

De modo que el partido que va a hacer de “dique” en Vitoria, tiene desde hace meses firmado en Madrid un acuerdo soberanista con los “desbordadores”, que incluye –léase– reconocimiento nacional y blindaje de “lo que venga” de una Cámara vasca dominada por la mayoría resultado del 21-A. Decididamente, hay demasiado político dedicado a deslizar como argumentos simples faltas de respeto, ejercicios de pura desvergüenza difíciles de soportar.

Otra ración de cloroformo: la que se propina al decir que, aunque su representación política es soberanista, la sociedad vasca no lo es hoy por hoy, en función de estudios estadísticos que vienen preguntando desde hace décadas a los vascos y vascas qué tal se encuentran (de sentimiento de pertenencia). Y es cierto el dato, pero también es dudoso que una mayoría parlamentaria dueña de todos los resortes institucionales, un nacionalismo capilarizado, y un ecosistema mediático asfixiante no alteren con relativa facilidad ese cuadro una vez suene el irrintzi intrépido, si desde el otro lado nadie va más allá de registrar encuestas. Además, en la España de Sánchez, ya sabemos que los ciudadanos votan y las mayorías de progreso muy plurinacionales disponen de esos votos al margen de programas y compromisos.

En la España de Sánchez, Bildu captura y fideliza voto joven porque la memoria se cultiva selectivamente y hay generaciones enteras que ya han olvidado –si lo supieron alguna vez– qué fue ETA, quiénes fueron sus víctimas y por qué algunos mataron tanto. Es más, tal amnesia se considera un éxito de “convivencia”, porque arreglar cuentas con el pasado es operación que el poder practica a conveniencia: enconando heridas cerradas y enterrando agravios recientes, según cuadre. Pocos jóvenes vascos están en condiciones de saber qué cosa sea exactamente lo que Ochandiano tiene que condenar. La “memoria democrática” ha arrojado una densa capa de olvido sobre medio siglo de terrorismo nacionalista. Hoy Bildu puede ser socio estable del sanchismo porque si para ser legalizada como marca no tuvo que condenar en serio la trayectoria etarra, ¿a santo de qué reconocer ahora la naturaleza terrorista de la banda? Todo es discutible, cada uno tendrá su propia interpretación del pasado…, pero lo que viene no es un simposio de historiadores posmodernos, sino la convalidación política, social y penitenciaria de cincuenta años de terror nacionalista.

La negociación política desplegada desde 2004 en el abordaje del final del terrorismo presume por haber silenciado pistolas herrumbradas; también silenció conciencias. Ese tipo de final tenía que excluir, por el desenvolvimiento mismo de sus premisas, que la sociedad vasca asumiera la verdad y dedujera las consecuencias oportunas de su tragedia reciente: ETA fue una organización criminal nacionalista y el PNV y Bildu-Batasuna rentabilizaron políticamente el terrorismo. Por eso hoy gozan de una hegemonía impensable sin el precedente de la violencia etarra. En el País Vasco los lobos han bailado con bobos demasiado tiempo.

Queridos camaradas

No debe olvidarse tampoco el papel de la extrema izquierda en lo del domingo. Esa que, encuadrada luego en Podemos, nunca nutrió hasta ahora las filas de la izquierda abertzale tradicional. Ya están dentro: han seguido los pasos de Eusko Alkartasuna, Aralar y otros retales políticos de saldo, engullidos por el mismo vórtice. Pablo Iglesias debería estar contento; ha tenido el éxito de quien sacrifica la herramienta al mensaje: su auditorio le ha dado la razón votando en masa a los que “mejor entendieron la Transición”, a los pioneros en lo de no creerse la “democracia fraudulenta” del 78. Teniendo a esos lúcidos exégetas tan a mano, para qué votar sucedáneos. Además, Bildu-Batasuna lleva muchos años haciendo propia la chatarra ideológica de la nueva izquierda. Dentro de un orden y hasta cierto punto, naturalmente: donde esté un buen pasacalles con el pistolero de turno que se quite cualquier performance ‘queer’.

Hay que completar los análisis sobre el evidente blanqueamiento socialista a Bildu añadiendo una consideración adicional: a la extrema izquierda española no le ha hecho falta nunca que nadie blanquease el brazo político de ETA: siempre fue muy partidaria. Otegi ha sido un referente para ese mundo bastante antes de que un presidente del Gobierno español le reconociese como interlocutor y “hombre de paz”. Nada sucede porque sí. Otro vicepresidente del Gobierno de España llevó al Consejo de Ministros esa tradición política devota de matones mitificados. Queridos camaradas, Podemos ha muerto de éxito en el País Vasco.

Le mot de Cambronne

Así que poca sorpresa en lo cuantitativo del resultado. Eso no merma, en absoluto, la trascendencia de sus efectos. Era absurdo esperar que el infame y persistente blanqueo de Bildu, junto a las inercias políticas generadas desde hace veinte años, no tuvieran consecuencias. Como es ingenuo, cobarde y manipulador volverle el rostro a lo que viene y construir a toda prisa hipótesis tranquilizadoras. Y lo que viene es un pseudo-Estatuto confederal, una grave amenaza a la unidad de jurisdicción como primera providencia, un inminente desafío sobre Navarra y la práctica expulsión de lo que queda de Estado en el País Vasco, todo ello con el telón de fondo de sendas consultas de autodeterminación allí y en Cataluña. Las “aventuras” de las que habla Andueza nos van a tener entretenidos en breve.

Quien vea la menor sombra de pesimismo derrotista en lo dicho hasta aquí, se equivoca de parte a parte. La genuina “aventura”, en el sentido noble y estimulante del término, se desarrolla siempre a partir de una dificultad grave. Frenar la degeneración democrática en España; combatir la mentira y la indignidad en el País Vasco; restaurar la decencia histórica y política reparando abusos y atropellos que claman justicia; pelear por la España constitucional en el lugar donde primero se formuló, articuló y levantó un “constitucionalismo” capaz de desafiar memeces sangrientas…, eso sí puede ser una aventura; desde luego, es todo un programa.

Examinando el mapa electoral, monocromático y pastueño, se discierne una pincelada azul, una disonancia alentadora que parece intimar al PP vasco para hacer suyo, algo adaptado, le mot de Cambronne: “Laguardia no se rinde”. Y aventurarse.


Vicente de la Quintana es analista político y escritor