Que la política es una actividad en la que es difícil acabar bien, es algo que la historia, la antigua y la reciente, nos recuerda cada día. Por eso me parece que recordar a Rafael Calvo a pocos días de su fallecimiento (92 años) es de justicia porque es una persona que consiguió algo que no está al alcance de todos, salir de la política con la misma discreción y dignidad con la que empezó desde los años previos a la transición.
Rafael era una persona excepcional, yo tuve la suerte y el honor de trabajar muy mano a mano con él en su época de secretario general de la UCD y creo poder decir que contaba con su aprecio sincero. Luego en el CDS estuvimos muy unidos hasta que yo empecé a dar la tabarra con una democracia interna inexistente, ahí nos separamos, pero es porque él tenía la idea de que la política debía hacerse casi en silencio, lo que es probable que sea un poco contradictorio, sobre todo porque era muy consciente de que no podía haber ninguna política sin una militancia sólida y bien organizada y casi despreciaba las frecuentes reuniones y comidas de los políticos profesionales dedicadas a intrigar y a marear la perdiz, tal vez exageraba.
En la vida política Rafael tuvo un doble protagonismo, con la UCD fue el ministro de Trabajo que consiguió pactar con todo el arco parlamentario y sindical el Estatuto de los trabajadores; inmediatamente después fue nombrado secretario general de UCD en la época más convulsa del partido y después acompañó a Adolfo Suárez en la fundación del CDS, partido con el que fue eurodiputado y en el que permaneció hasta su final tratando de que no naufragase y siendo el último en saltar de una nave condenada.
La biografía de Rafael es la de un hombre que empieza desde abajo y pasó en muy poco tiempo de ser camarero en el restaurante familiar a catedrático de Derecho Financiero y Tributario de la Complutense doctorándose en Salamanca y en Bolonia con premios extraordinarios en ambas universidades. Ya en su madurez y fuera de la política ingresó en la Real Academia de Jurisprudencia y la Universidad de Oviedo, donde fue diputado de UCD, le concedió un doctorado honoris causa.
Rafael Calvo era por carácter un hombre estudioso, moderado y muy trabajador. Recuerdo el asombro de algunas remotas aldeas asturianas al ver que un ministro estaba haciendo campaña casa a casa en lugares más que arriscados, muchos no le creían y cuando comprobaban que era quien decía ser no salían de su asombro. Como colaborador suyo en la etapa de UCD padecí esa pasión casi insana por el trabajo y comprobé que la leyenda existente sobre su memoria era enteramente cierta, su capacidad para retener cualquier escrito, por largo que fuera, o cualquier clase de cifras era portentosa. Como carezco de esas cualidades no puedo recordar cuáles eran las cifras de la deuda española en aquella época ya lejana, ridículas, sin duda, en comparación con las de ahora, pero sí recuerdo con nitidez la preocupación de Rafael porque afirmaba que un país endeudado dejaba de ser soberano y su Estado acabaría por ser, a la larga, insostenible. En este aspecto se parecía más a la Thatcher que al propio Suárez.
Casi hasta el final de su vida política, Rafael Calvo Ortega fue un hombre de Adolfo Suárez y se separó únicamente cuando Suárez patrocinaba una idea que a Rafael le parecía contradictoria con la consolidación de un partido de centro, independiente y capaz, algo que es obvio no ha llegado a suceder.
Era un hombre inequívocamente centrista y eso significaba para él tres cosas fundamentales, estudio de los problemas dialogando con todos los implicados, defensa cerrada de los intereses nacionales, del bien común y empeño constante por construir, por levantar un país mejor al tiempo que se consolidaba una democracia todavía muy joven. Los extremismos ideológicos le parecían fuera de lugar porque siempre conservó el realismo que te impone la experiencia de sacar adelante un pequeño negocio.
De mentalidad muy abierta y liberal, hace unas décadas podía ser considerado como socialdemócrata (antes de estar con Suárez y la UCD militó en un pequeño partido con esa denominación) pero entendía con mucha claridad que cualquier alternativa a la izquierda socialista tenía que contar con la presencia plural, de liberales, democristianos y partidarios de una economía social razonable y no excluyente así como con laicos y católicos desde el punto de vista de las creencias y eso intentó tanto en la UCD y luego en el CDS. Daba por supuesto que la tarea del partido era elaborar políticas que pudieran satisfacer sin restricciones a unas bases plurales y diversas que no deberían servir únicamente para aplaudir a los líderes.
Le tocó vivir tiempos muy convulsos y aunque lo intentó con tesón no consiguió tener el partido que soñaba, pero su historia es parte imprescindible de los esfuerzos de decenas de miles de españoles por hacer un partido capaz de competir de tú a tú con las fuerzas de la izquierda socialista.
Su honradez y su preocupación por que el dinero no se constituyese en un factor que ensuciase la política eran legendarias. Era un tipo de una pieza, casi único e incomparable y no es ditirámbico. Abel Hernández, que también lo trató, ha dicho de él que fue un arcángel con ojeras. No creo haber conocido nunca a alguien tan despreocupado por sus intereses personales y tan intensamente consagrado a su trabajo. Descanse en paz y que su memoria pueda ser un estímulo para quienes podemos compartir esos ideales sobrios, patrióticos y realistas sin dejar de ser ambiciosos.