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Por la España de todos

XLVII Aniversario de la Constitución

Conmemorar algo es celebrar periódicamente su vigencia y significado. En este aniversario constitucional tal vez sea más necesario que nunca desahuciar actitudes rutinarias. Celebramos 47 años de Constitución Española comprometidos no tanto con una efeméride histórica, sino con el cauce de nuestro futuro colectivo. Por eso, conmemorar la Constitución, hoy, es defenderla y tomar conciencia de su sentido auténtico. La carta de 1978 es una larga frase cuyo sujeto se menciona en las tres primeras palabras de su Preámbulo: “la nación española” y cuyo objeto, como el de toda constitución digna de tal nombre, es, primordialmente, garantizar derechos y trazar límites al poder político mediante la división de sus funciones. Decir Constitución en España es decir nación y libertad.

Conviene recordarlo en la España de hoy. La España en que un Gobierno despliega en apenas horas un contingente militar en misión venatoria, pero tarda cinco días en movilizar efectivos ante una catástrofe nacional. La España en que el presidente del Gobierno vaticina sentencias del Tribunal Constitucional antes de que existan los recursos que las propicien. La España en que ese mismo presidente, para eludir su responsabilidad en el pantano de corrupción que le ahoga, blande como argumentos su desconocimiento e incompetencia. La España en que el Gobierno humilla al Estado subordinando su dignidad a los intereses de un prófugo. La España en que la falta de decoro político no se limita a pasearse por Moncloa con la bragueta abierta, porque consiste, ante todo, en pervertir hipócritamente el significado de cualquier palabra, incluida la de “feminismo”. La España en que el Ejecutivo prescinde de sesenta mil millones en fondos europeos por pura incapacidad gestora, en ausencia de unos Presupuestos que ni siquiera existen.

Conmemoramos la Constitución en una España en la que lo anterior ocurre apenas en el lapso de unos días, corriendo el peligro de normalizar lo aberrante. Que este aniversario sirva por lo menos para recordar algunas verdades elementales: que la unidad política en una democracia moderna requiere un trabajo constante hacia una acción común más allá de las diferencias. Que esa unidad no es un estado pacífico de felicidad, sino una forma de vida exigente. Porque en una sociedad libre y, por lo tanto, diversa, la unidad no significa pensar igual; significa actuar juntos. Y los españoles seguiremos juntos si recordamos que nuestros desacuerdos vienen después de nuestra pertenencia compartida a una misma nación. Si recordamos que solo el gobierno de la mayoría puede legitimar la acción política, pero también que las mayorías pueden actuar de manera opresiva y de eso debemos hacernos cargo, exigiendo que el consenso popular sea demostrado por mayorías múltiples, duraderas y razonablemente amplias en instituciones elegidas por diferentes circunscripciones.

Nuestro sistema constitucional nos recuerda que la verdadera acción política busca el acuerdo productivo, no los eslóganes performativos. Y sugiere que nuestro problema de hoy no es que hayamos olvidado cómo estar de acuerdo, sino que hemos olvidado cómo estar en desacuerdo. Urge recordar el espíritu con el que se redactó la Constitución: el ánimo de construir una España de todos y para todos. No para alimentar ninguna nostalgia, sino para inspirar nuestra cultura política. Horacio sigue teniendo razón dos mil años después: “¿Qué aprovechan las leyes sin las costumbres?”