Anotaciones FAES 72
La delegada de Puigdemont en Madrid ha querido ponerse estupenda, solemnizando que con el informe del abogado general del TJUE sobre la amnistía “han perdido el Tribunal Supremo, Aznar, FAES y Vox”. Descontada la inveterada costumbre del nacionalismo catalán –singularmente llorica– de celebrar las derrotas, lo de ayer fue como festejar una Champions a mitad del partido. De hecho, así se lo recordó el hombre de Waterloo a su comisionista, aprovechando para, ya puestos, insultar a los jueces que “tienen la última palabra”. En todo caso, siempre hay que atender a lo que diga Miriam Nogueras, no por su valor intrínseco, sino por su calidad de síntoma. España padece una suerte de enfermedad autoinmune. Ciertos órganos de gobierno y del aparato institucional viven dedicados a minar el Estado y la nación a que deberían servir. De ahí lo sintomático: una diputada de la nación (española) para quien la bandera nacional (española) es kryptonita; una portavoz para quien lo único español que no merece sus ascos es su nómina (española), abonada por el Erario (español) y sufragada por el contribuyente (español), esa diputada, esa portavoz, y todo lo que representa es a lo que el sanchismo ha querido regalar la estabilidad política de España. Nombrar a Landrú ministro de Igualdad hubiera sido más prudente.
Los secesionistas tienen acreditada la curiosa manía de elevar a definitivas conclusiones provisionales cuando creen convenirles. Su europeísmo es como su respeto a la ley: de “quita y pon”. Desde que, en 2017, la Unión respaldó el ordenamiento constitucional español, es decir, su propio ordenamiento, y la intervención del Gobierno de entonces neutralizando una autoridad sediciosa, Puigdemont ha venido prodigando declaraciones francamente eurófobas: «Europa da la espalda a Cataluña: la UE solo es valiente cuando habla de países sobre los que no tiene competencia». «La UE es una caricatura de lo que es Europa; sus dirigentes han corrompido los valores fundacionales de la Unión». «La UE es insensible al atropello de los derechos humanos, de los derechos democráticos de un territorio solo porque la derecha posfranquista española tiene interés en que sea así. Los catalanes deberían decidir si quieren pertenecer a esta UE y en qué condiciones». Años más tarde, el Parlamento Europeo rechazaba una enmienda que pedía a las instituciones europeas y a los Estados miembros respetar el derecho «universal» a la autodeterminación. Y poco después se aprobaba una reforma del mecanismo de la euroorden contemplando que a los reclamados por delitos de sedición y por atentar contra el orden público o la integridad constitucional de un Estado miembro se les debe aplicar automáticamente la orden de entrega sin necesidad de ulterior comprobación sobre doble incriminación. Luego han ido decayendo las excusas y las mentiras urdidas para presentarse en Europa fingiéndose víctimas de una España calumniada como falsa democracia. Hasta que, hace apenas una semana, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos concluía que el Tribunal Supremo no vulneró los derechos a la libertad, a la libertad de expresión y a unas elecciones libres de Jordi Turull, Oriol Junqueras y Jordi Sànchez, por dictar su encarcelamiento preventivo por el caso del 1-O y privarles de participar en las elecciones catalanas de diciembre de 2017.
Y es que el problema no está fuera, lo tenemos muy cerca. El verdadero problema es un Gobierno empeñado en indultar, amnistiar, deformar códigos, colonizar instituciones y hacer lo que haga falta para que salga muy barato alzarse contra el orden constitucional. En España, el primer obligado a la custodia de la Constitución y la continuidad nacional, es precisamente el más dedicado a comprometerlas gravemente, porque de eso depende su supervivencia política. Resulta difícil imaginar que alguien con un mínimo respeto por sí mismo acepte consolidar tesitura tan indigna como peligrosa.
En cuanto a sus cómplices necesarios… Fugarse en un maletero y regresar bajo palio: ese es el programa del golpismo low cost, encerrado en el bucle de un octubre perpetuo. Entre aquel de 1934, con Dencás escapando por las alcantarillas de Barcelona, y el de 2017, con Puigdemont en decúbito prono, pueden historiarse unas nuevas vidas paralelas. Su moraleja: en los episodios sediciosos que contra cualquier legalidad constitucional española –republicana o monárquica– viene protagonizando el secesionismo catalán durante el último siglo, los cobardes nunca deben su regreso a sí mismos; siempre han dependido de la alevosía de los traidores. Bien lo sabe Nogueras, diputada y portavoz en nómina que ayer cumplió con su parte.