Sobre la Ponencia Política del 21 Congreso del Partido Popular
En 2022 se impuso la idea de que para Feijóo formar Gobierno era sólo cuestión de tiempo, un remate a puerta vacía. No era cierto, no lo es. Lo llamó su partido para arreglar un problema, pero había más. Antes de la moción de censura de 2018 la situación del Partido Popular era crítica, en segunda, tercera o incluso cuarta posición en las encuestas, sobrepasado por Ciudadanos como primera fuerza. Algunas proyectaban un resultado peor que el de abril de 2019. La valoración del último Gobierno del PP fue 2,54, la del último Gobierno de Zapatero fue 3,47. Entre noviembre de 2011 y abril de 2019 perdió casi seis millones y medio de votos y 120 escaños: el sesenta por ciento de su voto y el 65 por ciento de sus escaños. La mayor caída fue en las elecciones de 2015. La leve subida de noviembre de 2019 no cambia lo esencial.
Ése fue el punto de partida electoral de Feijóo, más allá de las urgencias de 2022. En julio de 2023 logró la mayor subida de la historia del partido. Y ganó.
No hubo para el PP una época dorada bruscamente interrumpida por la moción, y saberlo es necesario para ponderar con justicia los resultados que han venido después. El PP no puede “volver”, no tiene a dónde, tiene que “crear”, como en 1990. El próximo Congreso Extraordinario se hermana con aquel momento histórico.
Nunca ha habido un presidente del Gobierno de España que lo haya sido después de una larga presidencia autonómica. También en esto Feijóo tiene que crear porque no hay precedente. Aznar estuvo dos años, en un momento autonómico muy distinto del actual y siempre con una proyección nacional muy marcada. Una experiencia autonómica extensa es un activo, pero mover el foco desde ahí hasta el escenario nacional no es sencillo cuando gobiernas en muchas Comunidades y la política autonómica ha desarrollado hábitos desatentos a la construcción de un proyecto nacional integrado como el que Feijóo tiene que completar. Esta tensión entre el interés autonómico y el bien nacional ya la sufrió en 2023. Ningún modelo autonómico le sirve, ni siquiera el suyo, y compararlo con ellos carece de sentido y es nocivo: no hay diputados de Bildu, ERC, PNV o Junts en Andalucía, en Madrid o en Galicia decidiendo investiduras, la complejidad de la competencia nacional es mucho mayor, y Génova es el pararrayos de todas las tormentas locales de un país que lleva décadas sin que apenas nadie le proponga tareas nacionales que vinculen territorios y generaciones.
Además, Feijóo trabaja sobre un fondo económico que no se percibe como catastrófico y una ortodoxia europea muy confortable para el Gobierno, menos exigido desde ahí de lo que razonablemente debería estarlo. Sus barreras de investidura son más altas que las de cualquiera antes, la polarización y los vetos cruzados obligan a buscar caminos a La Moncloa nuevos porque los conocidos se han cerrado, y Vox ha operado deliberadamente como razón suficiente de la continuidad de Sánchez pese a todo y ha neutralizado el efecto electoral de la corrupción.
Por tanto, hay que apartar la creencia de que Feijóo no tiene más que empujar el balón, porque es falso, crea frustración y no permite que la derecha española en sentido social amplio se tome en serio su trabajo y ponga en él la inteligencia, el sacrificio y la paciencia que exige. La movilización antisanchista, por definición, se agotará con Sánchez, y no sabemos contra qué socialista habrá que competir.
Para esa tarea hay que corregir los graves efectos del Congreso de Valencia de 2008, que inició el proceso de destrucción de la formidable base electoral que acababa de consolidar el PP, incluido el centro, donde ganó ampliamente al PSOE, aunque pensó que no y comenzó a extraviarse. Abandonó su flanco derecho -liberalismo y conservadurismo- para buscar lo que ya tenía, justo cuando Occidente basculaba hacia ese lado. Ese abandono produjo pérdida y degradación política de lo perdido, porque lo captó el populismo para su idea de que es mejor perder solos y “contra” que ganar con otros y “para”. Hay que recuperarlo, y no sirve la llamada al voto útil o al del miedo. Hay que dar razones y afirmar compromisos ante el votante de derecha que ha dejado de confiar en el PP, y sin perder voto en otra parte. Se puede, se hizo en 2008, se había hecho antes. No se vota “al centro”, se vota “desde el centro”, y el centro ya ha votado a un PP situado en el 8 de la escala ideológica -lleno de gente de derecha-, aunque el PSOE estuviera mucho más próximo a él. La mayoría absoluta de 2011 se produjo así: el noventa y cinco por ciento del voto de 2011 ya había sido del PP en 2008, la crisis impulsó muy poco más. Y sin apelar a las nuevas bases de Valencia sino al “lo hicimos en 1996 y lo volveremos a hacer” -pura continuidad-, después de la sentencia del Estatut y después de haber recurrido la ley del aborto. En 2011 no fue Valencia, fue el PP; en 2015 no fue el PP, fue Valencia.
Hoy prospera un bloque de ruptura del sistema político de 1978 del que forman parte el actual socialismo con sus socios -desde antes de Sánchez y más allá de él- y también Vox, al servicio de un proyecto contrario a la convivencia entre españoles que quiere garantizar la continuidad de este socialismo porque la necesita para seguir polarizando. Vox, como supuesto socio indispensable, impide cuanto puede el vuelco del centro a favor del PP.
Feijóo encara, pues, una tarea extraordinaria: no es sólo ganar, tampoco ser investido, sino derrotar al bloque de ruptura, reformar y dar continuidad a la España constitucional.
La Ponencia Política para el 21 Congreso Nacional que acaba de hacer pública el Partido Popular constituye una base sólida y esperanzadora sobre la que asentar este trabajo. Afirma dos cosas simultáneamente: primero, el compromiso del PP con el sistema común, incluyendo una explícita voluntad de reforma de lo que necesita ser reforzado a la luz de la experiencia y de la erosión a la que lo han sometido el socialismo y el rupturismo de forma mancomunada. Segundo, una posición muy nítida de centroderecha, pero no sectaria ni divisiva, sino acogedora de un votante desamparado que sin ser del PP sabe que ahora España necesita al mejor PP.
La Ponencia explicita compromisos sobre las instituciones y los valores constitucionales, sobre el modelo autonómico y el europeísmo, sobre la libertad, la igualdad y la justicia, y también sobre la familia, la maternidad, los cuidados paliativos, la educación, la protección de la infancia y el respeto a los mayores, entre otros asuntos sobre los que el PP ha tenido dificultades para expresarse con voz propia durante años. Esa voz es ahí más clara de lo que ha sonado en mucho tiempo.
Es cierto que deja abiertas cuestiones esenciales que la sociedad española -y todas- también mantiene abiertas, como el aborto. Pero esa ausencia puede entenderse legítimamente como la decisión de mantener disponible un espacio para dar continuidad al libre debate interno, que ha de proseguir y en el que algunos seguiremos aportando razones y argumentos. El conjunto de la ponencia manifiesta una reiterada voluntad de defensa de la maternidad, de la familia y de la vida, hasta el punto de que los compromisos que se adquieren en esta materia podrían, con muy poco más, equivaler a una “ley Red Madre”, e incluso presentarse así, semejante a la que Feijóo aprobó en su primera legislatura como presidente de Galicia, que, en ausencia de un consenso social más exigente sobre los principios, constituye actualmente el enfoque pragmático más eficaz para la defensa efectiva de la vida en una sociedad como la española.
Con esta Ponencia Política el PP inicia un buen camino, que no será fácil y que habrá de expresarse en un programa, para convertir la mayoría social contra Sánchez en una mayoría electoral para España. Una mayoría constructiva, acogedora, reformista y restaurativa de las mejores tradiciones del constitucionalismo español, que hoy se encuentran en grave riesgo.