En la campaña electoral vasca, al PNV le han entrado los escrúpulos. En plena competición con Bildu por la primacía en el nacionalismo, los jelkides afean a los legatarios políticos de ETA la connivencia de estos con la organización terrorista y el hecho de no haber hecho ese “recorrido ético” que es el eufemismo para indicar que no han condenado los crímenes de ETA. Ahora Bildu pretende encapsular las décadas de ETA en lo que denominan “un ciclo”, como si los casi 900 asesinatos y los miles de heridos pertenecieran al Cretácico.
Tanto el candidato del PNV como el presidente de este partido -que en 2018 decidió la caída del gobierno del Partido Popular apoyando la moción de censura de Sánchez- se han puesto muy dignos interpelando a los de Bildu, y en concreto a Arnaldo Otegui: “¿Qué hacíais cuando ETA mataba?, ¿dónde estabais?”, preguntan.
O la pregunta es simplemente retórica o la amnesia nacionalista es preocupante por selectiva y oportunista. En cualquier caso, merece una respuesta.
Veamos. Cuando ETA mataba, Otegui, al frente de Batasuna, justificaba el crimen, acusaba al “Estado español” y sonreía complaciente en los actos en los que se gritaba “Gora ETA militarra!”. Batasuna tramitaba la extorsión bajo el nombre de “impuesto revolucionario”, amenazaba a periodistas, homenajeaba a los asesinos -ahora también lo hace- y “contextualizaba” el que unos fanáticos desalmados aspiraran, pistola en mano y bomba en ristre, a llevar a cabo en el País Vasco una verdadera limpieza étnica, si cabe llamarlo así, de los no nacionalistas.
Pasada la Semana Santa, tiempo de reflexión y penitencia -que el PNV culmina con la celebración del Aberri Eguna en vez de celebrar la Resurrección de Cristo como se esperaría de un partido nacido bajo la divisa de “nosotros para Euzkadi y Euzkadi para Dios”-, tal vez esa reflexión penitencial podría haber sido aprovechada en Sabin Etxea para preguntarse qué hacía y dónde estaba el PNV cuando ETA mataba.
Este sano ejercicio de introspección revelaría a los jelkides que mientras Batasuna legitimaba a ETA por la represión del Estado, el PNV otorgaba a los terroristas la legitimación histórica con su teoría del conflicto atávico entre vascos y españoles. Era el PNV el que abonaba la tesis del “empate infinito” entre ETA y el Estado y apenas disimulaba su complacencia al insistir en la invencibilidad de la banda terrorista porque demostraba la impotencia del Estado. Era el PNV el que pactaba en el acuerdo de Estella con ETA y Batasuna haciéndose cómplice de la “persecución social” que aquel acuerdo promovía contra los no nacionalistas. Era el PNV el que mientras ETA seguía matando, mantenía un pacto parlamentario de hierro con Batasuna, el PNV que invitaba a irse a los que no comulgaran con la hegemonía nacionalista porque “ancha es Castilla”, en inolvidable evocación literaria de Xabier Arzallus. Era el PNV el que, mientras Arnaldo Otegui, según confesión propia, disfrutaba de una apacible jornada de playa el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, rompía la manifestación en Bilbao reunida para condenar el crimen y advertía, especialmente al PP, de que no iría más allá en su condena. Era el PNV el que recogía las nueces caídas de un árbol golpeado por la violencia casi hasta la muerte. Mientras ETA mataba, el PNV sintiéndose a salvo era el principal vehículo de la fría impiedad que se extendió en la sociedad vasca, impiedad hacia las víctimas de la violencia directa, de la extorsión, de la amenaza, del éxodo silencioso y humillante.
PNV, PSOE, Sumar, Podemos, toda esa destructiva coalición que sostiene una acción de gobierno demoledora para la democracia y la concordia de los españoles han sido los que han enterrado la memoria de la atrocidad continuada en la que el País Vasco y, por extensión, toda España sufrió a manos de ETA, pero también de las estructuras políticas, sindicales y sociales de la banda. Y ahora unos preguntan y otros se callan y todos contemplan con algo más que con inquietud cómo ganan votos a sus expensas aquellos a los que han blanqueado a costa de despreciar el sufrimiento y trampear con los mínimos éticos exigibles a los que fueron parte de aquel horror, lo aplaudieron, lo apoyaron y se beneficiaron de él. Porque Bildu no es el fruto maduro de quien evoluciona sinceramente hacia la democracia, sino el fruto podrido del olvido de décadas de terror y, por tanto, de la impunidad histórica y política. Bildu es la obra de los que ahora fingen pedirles cuentas. Por eso no tienen prisa ¿Por qué habrían de tenerla si los que aparentan pedirles cuentas en realidad trabajan para ellos?
Javier Zarzalejos es director de la Fundación, diputado del PP en el Parlamento Europeo