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Financiación autonómica: del sudoku al seppuku

Anotaciones FAES 35

La comparecencia de la ministra Montero en el Senado ratificó, a la vista de todos, esas raras cualidades que suelen adornarla en la tribuna: colorismo oratorio, gramática heterodoxa, argumentación exótica, vehemente gestualidad digital. Rasgos de estilo que animan sesiones tan vistosas como poco concluyentes. Comparecía para dar explicaciones; regaló cinceladas tautologías: “lo que está escrito es lo que está escrito; lo que no está escrito no está escrito”. Sin duda, reminiscencias de la Semana Santa: Quod scripsi, scripsi, responde también Pilato al Sanedrín, un tinglado de derecha extrema, si leemos las Escrituras con mirada progresista. El caso es que, refugiada en su burladero retórico, la ministra nos dejó como estábamos en punto a concretar la “singularidad” financiera acordada con ERC. Atendiendo a los precedentes, será que, en materia de financiación autonómica, los ministros socialistas, cuando quieren sincerarse, recurren al idioma japonés. En su día, la geometría variable zapaterista alumbró un modelo que Pedro Solbes caracterizó, por su complejidad, como resultado de un sudoku; el otro día en el Senado Montero hubiera tenido que hablar del seppuku hacendístico español para decir la verdad.

El modelo pactado entre los socialistas y ERC en 2009 espera, desde hace diez años, una renovación trabada por su propia complejidad. Ahora, un enjuague entre los mismos socios pretende valer como reforma del sistema que sostiene las principales prestaciones del Estado de bienestar sin que sus autores se pongan de acuerdo en el significado de lo que firman.

Hasta 2009, la financiación autonómica venía precedida por el acuerdo de los partidos “de Estado”, los que podían sucederse en el gobierno y dar una definición del interés nacional: PP y PSOE. Se negociaban multilateralmente en el foro pertinente: el Consejo de Política Fiscal y Financiera, para luego someterse a trámite parlamentario hasta ser ley. Desde 2009 los socialistas, embarcados en 2004 en su “cambio de socio constituyente” (J. Varela Ortega) vienen facilitando una creciente capacidad de influencia y veto de las formaciones nacionalistas hasta llegar a su actual exacerbación, en que la lealtad constitucional, la defensa del interés nacional y la solidaridad regional aparecen, si lo hacen, como flatus vocis en nuestra conversación política.

La trayectoria del Gobierno, aquí y en todo, invita a pensar que tratará de despejar el sudoku al margen de las reglas del juego, comprando a los jugadores, como hace siempre. Propiciará pujas al alza territorializadas contando con excedentes recaudatorios producto de la inflación, para fabricar el espejismo de que las partes sumen más que el todo.  Esta es la España confederalizada en nombre de un “federalismo” que ni está en la Constitución ni, tal y como lo entiende nuestra izquierda doméstica, en los tratados de Derecho Político moderno. La promesa de más recursos para todos es, en realidad, la seguridad de ver ahondado el déficit, aumentado el endeudamiento, disparada la inflación, erosionada la renta personal disponible en salarios y ahorros: otro reclamo para incautos.

Estamos ante uno de los caminos por donde avanzar hacia la “plurinacionalidad”, principal aglutinante, mínimo común denominador y meta obligada del ‘bloque de investidura’. Para avanzar en esa vía, única que garantiza la supervivencia del Gobierno, las ministras tienen que hacer como que dicen algo, diluir concertaciones anticonstitucionales en adjetivos inanes (“singularidad”), guiñar un ojo en Cataluña y apretar la mandíbula en Andalucía, desguazar la Hacienda Pública para territorializar la progresividad fiscal y transferir rentas en sentido inverso al que dictaría la mera intuición del concepto “justicia social”, otro significante vacío del que abusar mientras se avanza hacia un nuevo feudalismo.

Decimos que la ministra Montero podía haber definido su compromiso con ERC como un seppuku: el suicidio ritual del guerrero japonés que a la eventración propia del harakiri añade una piadosa decapitación de mano amiga. Ahora advertimos la impropiedad del símil: el protagonista de un seppuku se da muerte a partir de una concepción aberrante del honor. Este Gobierno revienta la Hacienda del Estado y la igualdad entre españoles para conservar la cabeza sobre los hombros y prolongar su coma político asaltando el bolsillo del contribuyente. Media una distancia infinita entre un samurái y un navajero.