Eduardo Inclán es Maître en Histoire por la Universidad de Toulouse II-Le Mirail
La situación actual del Gobierno francés sigue deteriorándose día a día. El pasado martes, el gabinete presidido por Manuel Valls salvó una moción de confianza por solo 25 votos de ventaja en la Asamblea Nacional, con 31 diputados socialistas enrocados en la abstención y el Gobierno salvado por los votos del Partido Radical. El gabinete Valls II queda así muy tocado a la hora de plantear las reformas que ha presentado a la vuelta de vacaciones el pasado agosto y, por ello, es difícil su supervivencia a medio plazo. Además, las encuestas son tozudas a la hora de presentarnos un panorama político endiablado para el futuro de Francia, donde el Partido Socialista se hunde, y cuyos votantes están huyendo en masa hacia las ideas populistas y extremistas que está presentado el Frente Nacional y Marine Le Pen. El presidente Hollande es rechazado ya por el 89% de la población francesa y ve cómo sus opciones reformistas embarrancan sin haber conseguido salir del puerto. Ante esta situación tampoco parece que haya una alternativa viable, ya que la oposición conservadora de la UMP continúa inmersa en sus querellas internas, sin plantear un modelo alternativo que no sea una vuelta al sarkozismo, algo magullado socialmente por los escándalos y los procesos judiciales abiertos.
Y mientras se habla de la necesidad de cumplir los compromisos reformistas acordados con las instituciones europeas, como reducir el déficit en 50.000 millones de euros desde ahora a 2017 y liberalizar diversos aspectos de la legislación económica para modernizar las estructuras económicas y de relaciones laborales de la República, no hay nadie al timón de las instituciones francesas para tripular la nave hacia un nuevo horizonte de crecimiento y nuevas oportunidades.
El presidente Hollande se muestra superado por los acontecimientos, y huye hacia cumbres de política exterior (con temas como Irak o Siria) para intentar rehacer un perfil de estadista, mientras deja a Manuel Valls bregar con el Partido Socialista Francés y su grupo parlamentario, que tiene que elegir entre suicidarse políticamente convocando elecciones anticipadas, o ir haciéndolo a plazos aprobando una serie de leyes que chocan frontalmente con el programa y las promesas que le llevaron al poder en 2012. Valls tiene que imponer su autoridad a los diputados socialistas para desarrollar su proyecto de reforma de la Nación, llevándola a una situación más estable a todos los niveles, mientras marca sus diferencias con el proyecto europeo que capitanea Angela Merkel y sus tecnócratas del Bundesbank.
Ante este panorama, la UMP debe tener claro que su papel debe ser salir de su ensimismamiento interno y presentar un nuevo liderazgo que le haga creíble frente a la crisis económica y social que asola Francia desde 2011, y que evite que los populismos y las fuerzas políticas extremistas se hagan con las riendas del sistema político de la segunda potencia política y económica de la UE.
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