Eduardo Inclán es Maître en Histoire por la Universidad de Toulouse II-Le Mirail
El pasado 29 de abril, la Asamblea Nacional francesa aprobó un primer gran paquete de medidas que el nuevo gabinete socialista, dirigido por el recién llegado Primer Ministro Manuel Valls, ha presentado como la única manera de cumplir con los objetivos económicos fijados por la Unión Europea. Según este plan, presentado como “Pacto de Estabilidad”, los gastos de las Administraciones deberán reducirse por un total de cincuenta mil millones de euros hasta el 2017, de los cuales al llamado “Estado de bienestar” le tocan 11.000 millones en recortes de los programas de protección social y otros 10.000 millones a ahorrar en gastos sanitarios. A esto se añade la reducción de 18.000 millones en el Estado y sus agencias oficiales y otros 11.000 millones de euros en la administración local y regional.
Con este panorama, al presidente François Hollande le restan todavía tres años de mandato en una situación muy desagradable. En 2012, durante la campaña electoral, se nos presentó como el hombre que podía liderar un proyecto contra la austeridad que Alemania imponía a la UE y, sobre todo, romper con la complacencia del resto de países, cosa que parecía representar el presidente Nicolas Sarkozy, acusado siempre de no saber separarse de Angela Merkel. Siguiendo este guión, los socialistas franceses aparecían como el nuevo modelo keynesiano para Europa, basado en gastar más, invertir mejor y contratar más profesores, investigadores y demás personal básico del Estado, mientras se mantenían al mismo tiempo las prestaciones sociales. Pues bien, en tan solo 24 meses todo parece haberse venido abajo. Hollande ha tenido que renunciar a su política de expansión del gasto, ha tenido que ver cómo la Comisión Europea comienza a advertir de que tendrá que intervenir en el Presupuesto de 2015 si no se toman medidas importantes de reducción del gasto y aumento de los ingresos, y ha visto cómo en las últimas elecciones locales de marzo, el Partido Socialista (PS) ha perdido un tercio de los votos que, en gran parte, están pasando a alimentar las candidaturas extremistas y populistas como el Frente Nacional de Marine Le Pen.
Ante estos pésimos datos, ha sido necesario el nombramiento de un nuevo Primer Ministro, siendo el elegido el más popular de los ministros, el antiguo ministro del Interior, el barcelonés nacionalizado, Manuel Valls, lo que produjo el rechazo y la salida del gabinete de los antiguos aliados izquierdistas del partido verde Europe Ecologie. Este nuevo periodo ha comenzado con un giro de 180 grados frente a la política anterior. Se ha aprobado de forma urgente el Programa de Estabilidad con los recortes ya comentados, se ha anunciado para 2015 una bajada en las cotizaciones que pagan las todas las empresas, lo que supondrá una pérdida de ingresos del Estado de más de 24.000 millones de euros; también se congelan los sueldos de los funcionarios y las pensiones superiores a 1.200 euros mensuales y se anuncia una revisión y disminución del sistema de ayudas sociales vigente en Francia, hasta ahora de los más generosos de Europa. Según parece, de aquí al 2017, Francia tendrá que ajustarse en los gastos siguiendo el modelo de países como España, que sin tener que pedir un rescate a la UE y al FMI, han venido implantando nuevas políticas de aumento de la presión fiscal, reducción del gasto de las Administraciones públicas y la intensificación de los esfuerzos por internacionalizar la economía nacional para hacerla más competitiva en un mundo globalizado.
Todo ello choca frontalmente con los postulados políticos tradicionales de los socialistas franceses. Y los votantes también están sorprendidos: Hollande es actualmente el presidente peor valorado de la historia de la Vª República, con una aprobación de tan sólo el 18% de los franceses. Ante los malos augurios electorales, también los repentinos cambios del tándem Hollande-Valls han venido a hacer tambalear la mayoría de que goza el PS en la Asamblea Nacional, ya que en la votación del Plan de Estabilidad el pasado 29 de abril hasta 41 diputados socialistas rompieron la disciplina de voto y se abstuvieron por el rigor de los recortes anunciados y la adopción de la austeridad como vía para salir de la actual crisis económica que atenaza la economía francesa desde 2009. Esto ha hecho que el propio presidente Hollande haya tenido que conceder una entrevista en televisión el pasado 3 de mayo para anunciar bajadas de impuestos en 2015 para las familias y a la vez anunciar un nuevo intento de mediación para conseguir el diálogo entre patronales y sindicatos.
Y a pesar de todo, lo peor para los socialistas puede estar por llegar. Las encuestas dicen que en las próximas elecciones europeas del 25 de mayo, los socialistas podrían ser la tercera fuerza más votada, con tan sólo el 18% de los votos, lejos de una victoria que se disputan ahora mismo los conservadores de la UMP y el eufórico FN, al que algunas encuestas dan ganador con un 24% de los sufragios, frente al 23% del rival.
Por ahora los sectores más izquierdistas del PS están callados a la espera de las europeas. Pero si el resultado avala las encuestas, el panorama puede ser muy desagradable para Hollande, que ya ha jugado todas sus bazas y se encuentra sin más opción que esperar, mientras que Valls deberá elegir entre inmolarse como mero ejecutor de los designios de la austeridad, defendiendo los recortes y el pragmatismo de su línea de gobierno, al tiempo que espera que la ansiada recuperación económica llegue a los datos económicos; o bien convertirse en un estadista que salga a diario a los medios de comunicación y haga un gran esfuerzo de pedagogía a la sociedad francesa, para que acepte algo básico en esta coyuntura económica: que no se puede seguir manteniendo un enorme déficit en el sistema a base de pedir préstamos. El inmovilismo ante la crisis ha fracasado, veremos si esta nueva política no se lleva por delante las bases de poder de los partidos tradicionales de la República. Próxima estación del Vía Crucis: 25 de mayo.
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