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Francia preside la Unión Europea

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Francia acaba de asumir la presidencia de turno de la Unión Europea con la peculiaridad de que en este semestre se celebrarán las elecciones presidenciales con Emmanuel Macron como candidato en, este momento, destacado. El semestre francés ha sido propuesto por Macron como la ocasión para proyectar un liderazgo reforzado de Francia en Europa quien entiende que, después de la salida del Reino Unido y el fin de la era Merkel, la ecuación de poder en el Continente ha cambiado en un sentido favorable para París. Macron parece dispuesto a convertir esta presidencia en un gran escenario para su reelección y, en consecuencia, sus prioridades y la gestión que haga de estos meses quedarán teñidos de las conveniencias, presiones y exigencias que aquel experimente en su carrera hacia la reelección.

El impacto interno de la presidencia rotatoria de la Unión Europea suele estar sobrevalorado. Se confía demasiado en que las fotos de cumbres, encuentros y ceremonias aúpen en las encuestas al presidente. Macron podría incurrir en este error de cálculo. La situación de la Unión exige mucho trabajo y un trabajo no siempre de lucimiento. La agenda que Francia tiene por delante abarca desde la puesta en marcha del programa de recuperación con la utilización eficaz de los fondos habilitados para ello, hasta la consecución de un programa legislativo en el ámbito digital y medioambiental que marcará la regulación comunitaria durante mucho tiempo, y ya empezamos a ver las disensiones sobre el carácter verde de la energía nuclear y el gas. Pero, además, deberá encarrilarse el nuevo Pacto de Estabilidad en el que las necesidades de convergencia y reequilibrio fiscal, que son esenciales para la pervivencia del euro, se enfrentan a una situación de endeudamiento masivo en países como España, por ejemplo. Mucho menos creíble -desgraciadamente- resulta la prioridad de una Europa de la defensa, ni que se produzcan avances sustantivos en la política exterior común que se encuentra muy lejos de apearse de la regla de la unanimidad y a la que el mediocre desempeño de José Borrell tampoco está contribuyendo. La negociación nuclear con Irán, que se encuentra en un punto crítico en el desarrollo de su amenazante capacidad nuclear, la eventual reorientación de las relaciones con Rusia y China, los conflictos migratorios y una relación transatlántica que sigue varada en el distanciamiento, son todos ellos asuntos de enorme transcendencia.

Macron puede tener una presidencia mucho menos esplendorosa de lo que sugiere su gran retórica europeísta, no tanto por su voluntad sino porque el país, Francia, no le acompañe. Es una evidencia inquietante que la imagen de una Francia cerradamente europeísta no se corresponde con las posiciones de amplios sectores de opinión que se encuentran representados en la derecha populista de Lepen y Zemmour pero que se alojan también en extensos sectores de la izquierda que convergen con aquellos en su diatriba ‘antiglobalista’, el rechazo a acuerdos en materia de inmigración, y la negativa a dar nuevos pasos en el sentido de una mayor integración en diversos campos.

Sin magnificar el episodio, la polémica sobre la bandera europea que el Gobierno hubo de retirar del Arco del Triunfo para reponer la francesa después de las protestas de la derecha populista y los republicanos es una imagen de lo que puede deparar la presidencia de Macron en la Unión Europea, cuando sus conveniencias electorales y sus deberes europeos entren en probable colisión.