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Hacia un multilateralismo renovado

Existe un amplio consenso en torno a la idea de que el multilateralismo es el mejor sistema para ordenar las relaciones internacionales y resolver los conflictos mundiales. Ha sido un impulsor clave de prosperidad e integración global durante las últimas décadas.

La Organización Mundial del Comercio (OMC) constituye la columna vertebral del multilateralismo y la cooperación económica internacional. Ha contribuido a la apertura y el desarrollo económico global, y pocos son los escépticos que dudan del papel clave que ha desempeñado en la reducción de los conflictos, la pobreza y las desigualdades entre países a lo largo y ancho del mundo.

Sin embargo, las bases del orden internacional basado en normas multilaterales se están agrietando y las instituciones multilaterales actuales se ven cada vez más cuestionadas en un contexto en el que la pandemia de la COVID-19 y los conflictos geopolíticos que la han seguido han acelerado el proceso de deslegitimación de la globalización y en el que el impulso de nociones como la autonomía estratégica, en los ámbitos de la seguridad y la defensa, pero también en el económico, cobran una importancia creciente.

La emergencia de nuevas potencias geopolíticas y el declive de las tradicionalmente dominantes, las guerras comerciales entre Estados Unidos y China, el auge del proteccionismo y de los sentimientos contrarios a la globalización, el surgimiento de bloques alternativos a la Unión Europea y Estados Unidos, como el llamado Sur Global, han puesto en tela de juicio la capacidad del multilateralismo para ordenar las relaciones entre Estados soberanos.

El declive de la OMC es una de las proyecciones más evidentes de la crisis del multilateralismo y, sobre todo en la Unión Europea –que es uno de los mayores defensores del orden económico internacional basado en normas multilaterales como motor de prosperidad económica, paz y estabilidad global–, se ha impuesto la idea de que la OMC necesita refundarse para funcionar eficazmente y poder responder a los retos que plantea el nuevo contexto global. Sin embargo, la reforma de la OMC se antoja altamente improbable. En primer lugar, por una razón fundamental que tiene que ver con el tamaño e influencia de China como potencia económica mundial –si se mide en términos de Paridad de Poder de Compra, es la mayor economía del mundo–, su modelo económico dirigido por el Estado, con un encaje cuando menos difícil con las normas del sistema de comercio multilateral regido por la OMC y sus prácticas ajenas al mercado. A China no le interesa que el statu quo actual cambie, sino que lo más cómodo para ella sería seguir operando en el comercio internacional bajo su modelo económico dirigido, como lo ha venido haciendo durante las últimas décadas. Tan poco le interesa a China reformar la OMC –o al menos en el sentido que desearía la Unión Europea–, que lleva tiempo tejiendo una tupida red de acuerdos bilaterales y regionales con el objetivo de llegar a constituir un nuevo bloque comercial que pudiera sustituir, aunque solo fuera de manera imperfecta, la OMC.

En segundo lugar, una hipotética reforma de la OMC resultaría muy difícil porque los Estados Unidos –que desde la Segunda Guerra Mundial han liderado el sistema internacional liberal– ya no creen en el modelo OMC. Están obsesionados con frenar a China y se están tomando cada vez más en serio los criterios de seguridad económica nacional y de-risking. Un cambio de paradigma que podría hacerse aún mucho más evidente bajo un nuevo mandato de Donald Trump, que desprecia el sistema multilateral internacional tal como está concebido actualmente y que, bajo su lema make America great again, podría terminar de socavar la OMC como instrumento clave de ordenación de la globalización.

Pero eso no significa que todo esté perdido. Los flujos de comercio internacional siguen avanzando intensamente, lo cual sugiere que no nos dirigimos a un escenario de desglobalización radical, sino más bien a situaciones de fragmentación, de temor al uso de la interdependencia como arma arrojadiza y de impulso de nociones como la autonomía estratégica –algo que ya se está concretando en el terreno de la seguridad–, la defensa y la tecnología, con un claro enfrentamiento entre Estados Unidos y China, y también, aunque en menor medida, entre China y la Unión Europea.

En fin, nos encontramos ante un cambio de paradigma económico internacional evidente y parece claro que la Unión Europea, en vez de seguir empeñándose en reformar la OMC y asistir como un mero espectador a su declive, debe asumir y aprender a navegar el nuevo mundo de las relaciones internacionales y actuar en consecuencia, planteando soluciones alternativas que eviten la desglobalización y permitan que siga elevando los niveles de prosperidad y estabilidad en el mundo.


Texto elaborado tomando como base al Diálogos FAES “Hacia un multilateralismo renovado: la refundación de la OMC y el papel de Europa”.