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Hamás y la nueva izquierda

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Pasó muy poco tiempo desde el ataque terrorista de Hamás en territorio israelí para que la “nueva izquierda” española, en línea con los parientes europeos de su familia política –singularmente, la Francia insumisa de Mélenchon–, fijara el guion de su discurso. Una vez más, fue Pablo Iglesias el encargado de afinar el diapasón el mismo día del ataque, escribiendo que “el pueblo palestino sufre la ocupación, la violencia colonial y el apartheid”. Hasta hoy, un crescendo de réplicas de semejante simpleza no ha parado de atronar.

Ignoran en redondo un dato al alcance de cualquiera: Hamás siempre ha puesto sus cartas sobre la mesa. Su acta fundacional es explícita: “La Palestina que se extiende desde Jordania en el este hasta el Mediterráneo en el oeste es una tierra islámica árabe. Es una tierra sagrada y bendita que halla un lugar especial en el corazón de cada árabe y de cada musulmán”. Al principio ‘paz por territorios’ Hamás opone la reconquista por la guerra santa de todos los territorios ‘ocupados’ por los sionistas; nunca se ha desviado de esta línea, la de negar, por tanto, la existencia y legitimidad del Estado de Israel. Hablar de “violencia colonial” israelita en este contexto es, en el mejor de los casos, delirar.

Sea cual fuere la perspectiva desde la que se quiera abordar el conflicto palestino-israelí y el juicio –anticipado– que merezca la anunciada respuesta de Israel, el enfoque de la nueva izquierda merece atención.

Cabe, en primer lugar, preguntarse por la sinceridad con que se airea la solidaridad con los palestinos de Gaza en el conjunto de declaraciones subidas de tono que se escuchan. La mayor parte, tristes tópicos que ignoran deliberadamente aquello que debería centrar cualquier juicio, la barbarie de las acciones terroristas concretas cometidas por Hamás: un ataque brutal sobre población civil que desde algunos portavoces de la nueva izquierda ha querido asimilarse a una “acción militar” enmarcada a toda prisa con fórmulas recicladas de intifadas previas. Es que, en el fondo, esos portavoces no hablan del “pueblo palestino”, sino de sí mismos, queriendo dejar clara una pretendida superioridad moral que su propio reciclaje propagandístico desmiente rotundamente.

Incapaces de designar al agresor por su nombre: el terrorismo de Hamás, se sitúan voluntariamente al margen no sólo de Estados Unidos sino de la propia Unión Europea, que también clasifica esa organización como terrorista. No hace falta especular demasiado para deducir con qué países se alinea nuestra nueva izquierda al arrojar una mirada complaciente o al permanecer muda respecto a los controladores políticos de Gaza y su patronato internacional. Además, es muy notable su benevolencia hacia un movimiento ferozmente integrista y autoritario, respaldado por teocracias hostiles a cualquier noción de derecho humano, por parte de tan notorios censores de la “ola reaccionaria” que amenaza sumergir –dicen– nuestra democracia.

Donde sí son coherentes es en la proyección de su tradicional discurso victimista; esa corrupción de la virtud de la misericordia que nos obliga a prestar siempre una atención preferente al más débil. En el discurso de la nueva izquierda eso se convierte automáticamente en una suerte de indignación irreflexiva contra Israel que releva de cualquier análisis posterior y justifica cualquier cosa que se haga o se diga.

En su libro Mi tierra prometida, el periodista Ari Shavit explica que Israel es la sola nación occidental amenazada en su existencia. Nos invita a visualizar “el perímetro interior de un conflicto en el que un Goliat israelí se sobrepone a un David palestino y el perímetro exterior donde un Goliat islámico se sobrepone a un David israelí”. Los ataques de Hamás han revelado el vínculo entre el David palestino y el Goliat islámico. Sin el apoyo militar y logístico de Irán, tal operación no habría sido posible. A pesar de su ejército y de sus servicios de inteligencia, Israel es vulnerable.

En el fondo, nuestra nueva izquierda hace –de nuevo– comunicación y no política. Pero esta vez resulta menos rentable. Esta vez, el supuesto partido de los débiles mata y secuestra sin piedad y además lo publicita, mientras mantiene secuestrado y usa como escudo al mismo pueblo que dice representar. Esta vez, la nueva izquierda se embarca no sólo en una indignidad cómplice sino en un mal negocio. Está resultando ser el peor aliado de la causa palestina. Como acaba de decir Alain Finkielkraut en Francia, “la Francia insumisa no es otra cosa que la Francia sumisa al islam radical”.