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José María Gil-Robles, europeísta y democristiano

José María Gil-Robles y Gil-Delgado ha sido enterrado en Salamanca, su patria chica, conforme a su voluntad. A quienes le hemos acompañado en su trayectoria pública y humana nos ha dejado un gran vacío. Fue un hombre bueno, que dedicó su vida al servicio del bien común de España y de Europa. Una vida marcada por las vicisitudes de la España del siglo XX. Transcurrió su infancia en el exilio, mientras España vivía las duras condiciones de su postguerra y de la postguerra europea. Hizo los estudios de Derecho en Deusto y en 1959 ingresó por oposición en el Cuerpo de Letrados de las Cortes.

José María nos contaba con humor que, tras concluir sus oposiciones, el entonces Presidente de las Cortes, Esteban Bilbao, les recibió a los nuevos letrados, les dio la bienvenida y les dijo: “han estudiado mucho y aprendido el Derecho parlamentario y el Derecho constitucional, pero esto es otra cosa”. Aquellas Cortes estaban muy lejos de lo que es un Parlamento de verdad, lo que no fue óbice para que José María se dedicara al estudio del Derecho parlamentario y de los sistemas electorales, cuyos conocimientos pudo poner al servicio de la naciente democracia a partir de la Transición.

José María Gil-Robles fue democristiano y europeísta, lo que, a la postre, resulta ser lo mismo. Se alimentó de los ideales de aquellos “padres fundadores” de la Europa Unida (De Gasperi, Adenauer, Schuman), que cumplieron una doble misión histórica: la reconstrucción de las democracias en sus países devastados por la segunda guerra mundial y poner los cimientos de una Europa unida y reconciliada, sustentada en los valores de la libertad y de la democracia. Aquella “pequeña Europa” empezaba a suscitar la atracción de otros países, que llamaban a su puerta. La convicción de José María, y de quienes le acompañábamos en esa travesía, era que España estaba llamada a formar parte de ese sugestivo “club de democracias”. Ese era nuestro destino histórico, al que deberíamos contribuir con nuestra acción. Una España fuera de la nueva realidad europea era un sujeto extravagante y marginado del tiempo histórico en el que habría de vivir.

El compromiso europeísta de José María Gil-Robles se canalizó en la Asociación Española de Cooperación Europea (AECE), que constituía el cenáculo del europeísmo español en los años del tardofranquismo. Allí se fraguó el “contubernio de Múnich” (1962), en lo que a la España del interior se refiere. En las Actas de la AECE está el proyecto de Declaración que casi en sus términos se adoptó en Múnich gracias a la generosidad y buen hacer de Salvador de Madariaga. En ese documento está ya el programa de la Transición: reconciliación, democracia y Europa. E incluso el método del cambio político (“de la ley a la ley”) está esbozado en el último párrafo de la resolución del Movimiento Europeo en Múnich. En aquellos años sesenta presidía la AECE José María Gil-Robles (padre) y José María Gil-Robles (hijo) lo hizo en los años noventa, una vez que la AECE se hubiera convertido, ya con la democracia, en el Movimiento Europeo de España.

Llegada la Transición, complejos factores históricos no hicieron posible que una opción democristiana tout court, como la que preconizaba José María Gil-Robles, fuera actor protagonista de nuestro proceso constituyente y formara parte del sistema de partidos que en él se configuró. José María se retiró a los cuarteles de invierno. Pero las ideas que defendía contribuyeron a nutrir los programas del centro-derecha español. La ubicación más natural del centro-derecha español en la Europa política, que se estaba configurando a través de corrientes ideológicas de carácter amplio, era el Partido Popular Europeo. Y esa incorporación se produjo en 1989, tras las segundas elecciones al Parlamento Europeo en las que participaba España.

Ese fue el momento de la reincorporación de José María Gil-Robles a la vida política activa, formando parte de la lista del PP que encabezaba Marcelino Oreja. Ya en el Parlamento Europeo, desplegó su buen hacer y su bagaje de conocimientos e ideales al servicio del proyecto europeo. Enseguida fue elegido vicepresidente de su Grupo parlamentario. Desplegó una intensa actividad parlamentaria con numerosas iniciativas y contribuciones de gran calado en las tres legislaturas (1989-2004) en que desarrolló su vida política en la Eurocámara, que culminó con su elección como Presidente del Parlamento en 1997. Su presidencia se caracterizó por el impulso de reformas orientadas a aumentar la eficacia y transparencia del Parlamento. En su discurso de despedida de su presidencia afirmó: “no hay democracia viva donde no hay un parlamento vivo, ni parlamento vivo que no suscite el recelo y la incomodidad del ejecutivo de turno”.

José María Gil-Robles, que era un excelente jurista, defendió vigorosamente la concepción de la Unión Europea como una comunidad de Derecho, rasgo que fue determinante para su fisonomía desde su momento inicial –como preconizara con insistencia Robert Schuman en la creación de la CECA– y que, acaso, es su mayor fortaleza hoy. Gil-Robles ha subrayado que este elemento consubstancial a la Unión ha servido también para el fortalecimiento de los Derechos nacionales de los Estados miembros mediante esa compleja e inédita imbricación entre el Derecho comunitario y los Derechos nacionales. Esta concepción es lo que hace a la Unión Europea el mejor baluarte de nuestras libertades.

José María Gil-Robles abandonó su actividad parlamentaria en 2004, pero no concluyó su compromiso con los ideales europeístas. Presidió el Movimiento Europeo Internacional y llevó a cabo una intensa labor de publicista en diversos foros, en los que defendió siempre una Unión más fuerte, con mayor protagonismo internacional, pero siempre anclada en los valores y reglas con los que los “padres fundadores” la diseñaron. Gil-Robles creía que el destino de nuestra democracia estaba indisolublemente unido a la Europa de las libertades y que defender la democracia europea era defender la nuestra.

José María Gil-Robles fue fiel a sus ideales y trabajó por ellos hasta sus últimos días en este mundo. A pesar de sus dificultades físicas no faltaba a los cenáculos europeístas y en ellos formulaba sus consejos. Deja una gran huella José María, que sus amigos no debemos dejar que se pierda. Tras una vida fecunda, descanse en paz.


Eugenio Nasarre