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Jovellanos y el Management

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Hace ahora dos años, el bicentenario de la muerte de Jovellanos pasó desapercibido entre nosotros para vergüenza nuestra y señal de lo enfermo que nos hallamos como país. Ya decía Freud que todo olvido nos delata. En este caso, como si la figura de nuestro prohombre dejase en franca evidencia a la mayor parte de nuestra clase política. Por eso creo de mucha justicia en plena crisis –que es también crisis de la política y del político– celebrar hoy la efeméride de su muerte en un 27 de noviembre de 1811 en Puerto de Vega, huyendo del avance napoleónico por su Gijón natal.

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Ignacio García de Leániz Caprile es profesor de Gestión de Recursos Humanos. Universidad de Alcalá de Henares

 

Hace ahora dos años, el bicentenario de la muerte de Jovellanos pasó desapercibido entre nosotros para vergüenza nuestra y señal de lo enfermo que nos hallamos como país. Ya decía Freud que todo olvido nos delata. En este caso, como si la figura de nuestro prohombre dejase en franca evidencia a la mayor parte de nuestra clase política. Por eso creo de mucha justicia en plena crisis –que es también crisis de la política y del político– celebrar hoy la efeméride de su muerte en un 27 de noviembre de 1811 en Puerto de Vega, huyendo del avance napoleónico por su Gijón natal.

Y creo que merece la pena destacar, por contraste con la mediocridad reinante, una dimensión muy desconocida de Jovellanos: la aplicación, avant la lettre, del management a la política y cosa pública, con sus correspondientes exigencias de excelencia y seriedad.

De Kant hereda Jovellanos la concepción de la función política como amejoramiento y transformación de la realidad, bajo el motor de un progreso constante. A ello le une nuestro político gijonés una aplicación rigurosa y metódica –esto es, científica– basada en un enfoque muy semejante al actual ciclo PECA de Gestión de la Calidad: Planificar, Ejecutar, Controlar y Actuar. Siguiendo las métricas de la observación y análisis de la realidad, la inteligencia de Jovellanos siempre fue fiel al ideal orteguiano de “estar a las cosas”. No extraña pues que coronase su Instituto de Náutica y Mineralogía con la divisa que mejor le define: Quid verum, quid utile.

Y esa visión ingenieril de Jovellanos explica su política de viajes tan constantes como agotadores por toda la geografía nacional: León, Asturias, País Vasco, Sevilla, Aragón, Santander, Cataluña, Castilla, Galicia… Jovellanos fue el Humboldt de nuestra península. Y de cada viaje, su correspondiente Plan de Mejora ad hoc inferido de la realidad con sus objetivos y tareas fundamentados en un enfoque racional de coste/beneficio.

Mas dicha aplicación de una tal Gestión de Proyectos y de un currículum como el de Jovellanos, no hubiese sido posible sin el hecho previo de la desaparición de la figura del valido desde Felipe V hasta Carlos III. Y su sustitución por una selección de los mejores en función de un cursus honorum riguroso que dará lugar a esta minoría burocrática tan eficaz y transformadora, del que Jovellanos es la mejor muestra. Y siempre al fondo las grandes líneas estratégicas plasmadas ya en 1714 por Macanaz en su famoso Memorial, de cuya implantación se hará cargo nuestro hombre. Pocas veces en la historia de la política española hubo tanto rigor metódico como ethos profesional.

Por eso al mirar ahora en la efeméride su rostro cansado que Goya trasluce en su retrato y comparar su grandeza con la pequeñez de su entorno en momentos de infelicidades colectivas, uno no sabe bien si seguir su ejemplo o rememorar sus últimas palabras balbucientes pre-mortem: “Nación sin cabeza… ¡desdichado de mí!”. En nuestras manos está.

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