Pablo Guerrero es analista en el Área Internacional de la Fundación FAES
El 25 de febrero de 1956, hace ahora cincuenta y ocho años, Nikita Jrushchov, a la sazón primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), pronunció su histórico discurso “secreto” con motivo del XX Congreso del Partido. Mil cuatrocientos treinta y seis delegados soviéticos, que no estaban autorizados a tomar notas, escucharon atónitos cómo Jrushchov denunciaba el culto a la personalidad de José Stalin y los errores en que éste, inducido por su megalomanía, incurrió durante la primera fase de la Gran Guerra Patriótica, la encarnizada lucha librada por la Unión Soviética contra la Alemania hitleriana. Además de atribuir a Stalin la forja de la oprobiosa figura de “enemigo del pueblo”, Jrushchov acusó en su alocución a Stalin de violar los principios de la dirección colegiada y, por extensión, los principios leninistas.
A pesar de su denominación popular de “secreto”, parte del contenido del discurso fue divulgada en el interior de la URSS por canales oficiales, mientras que los principales dirigentes de los partidos comunistas de Europa oriental dispusieron de copias del parlamento del líder soviético poco después de la clausura del XX Congreso del PCUS. El bloque capitalista sí permaneció ajeno inicialmente al discurso, hasta que la CIA, en colaboración con los servicios de inteligencia israelíes, terminó haciéndose con una copia que facilitó al New York Times, que procedió a publicarla el 5 de junio de 1956. Los ciudadanos soviéticos no tuvieron acceso al texto completo hasta 1988, merced a la glásnost o apertura promovida por Mijaíl Gorbachov.
Aunque ya entre 1953, fecha de la muerte de Stalin, y 1956, alrededor de cinco millones de prisioneros del Gulag habían sido puestos en libertad, el discurso puso en marcha un proceso de tímida liberalización del sistema soviético conocido como “desestalinización”, que se prolongará hasta la caída de Jrushchov y el advenimiento al poder en el Kremlin de Leonid Brézhnev en 1964. Un periodo de “deshielo” en el que se suavizaron la represión política (el resto de “contrarrevolucionarios” detenidos fue liberado en los años inmediatamente posteriores al XX Congreso) y la censura, estableciéndose asimismo el principio de coexistencia pacífica con los Estados Unidos de América. Medidas todas ellas que, unidas al mejoramiento de las relaciones con la Yugoslavia de Tito, convirtieron a Jrushchov en “revisionista” a ojos de Mao Zedong y aceleraron la ruptura chino-soviética.
En cualquier caso, la impugnación del estalinismo llevada a cabo por Jrushchov fue sesgada e incompleta. El premier soviético se refirió al papel “positivo” que Stalin había desempeñado en la lucha contra “trotskistas, derechistas y nacionalistas burgueses”, omitiendo cualquier referencia crítica a episodios infames de terror a gran escala como la represión contra los kuláks, la hambruna ucraniana de 1932-1933, las deportaciones masivas o la ejecución de 22.000 oficiales y civiles polacos en el bosque de Katyn en 1940. Crímenes de lesa humanidad de los que Jrushchov había sido un cómplice entusiasta.
El objetivo que perseguía Jrushchov mediante su discurso era el de enterrar a Stalin y sus excesos sin poner en peligro ni el sistema que el terror estalinista había forjado ni el monopolio del poder que disfrutaba el PCUS. De esta manera, Jrushchov, convertido en un primus inter pares al frente del Estado soviético tras la ejecución de Lavrenti Beria y la defenestración de Gueorgui Malenkov, reforzaba su jefatura y conseguía carta blanca para reformar la economía del país y liberalizar el aparato de terror.
El impacto de las palabras de Jrushchov en Europa oriental fue inmenso, pues parecía que a partir de ese momento Moscú iba a adoptar una actitud favorable ante los “distintos caminos al socialismo”, y que la Unión Soviética renunciaba definitivamente al empleo del terror y a la represión en sus Estados satélite. En Polonia las protestas de Poznan de junio de 1956 fueron duramente reprimidas, pero devinieron preludio del “octubre polaco” y del regreso al poder en Varsovia de Wladyslaw Gomulka, un comunista de ideas moderadas víctima de defenestración por supuesto “desviacionismo derechista”, y que tras el discurso de Jrushchov había sido rehabilitado. En Hungría, en cambio, la sublevación contra el yugo soviético, desencadenada también en octubre de 1956, fue ahogada en sangre por el Ejército Rojo.
Los húngaros, los polacos y el resto de pueblos de Europa central y oriental tendrían que esperar más de treinta años para ver restauradas sus libertades y su plena independencia. Y a dicha liberación contribuyeron decisivamente, aunque no era ése el deseo de su promotor, las políticas reformistas de Gorbachov, quien en 2007 calificó su perestroika de continuación del histórico discurso pronunciado por Jrushchov ante el XX Congreso del PCUS.
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