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La crisis de Ucrania

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El pasado 22 de enero las protestas contra el gobierno de Ucrania se cobraron tres víctimas mortales según las fuentes oficiales o cinco según la oposición. Este hecho luctuoso resulta trágicamente paradójico porque ocurrió el Día de la Unidad Nacional en que se conmemora la independencia lograda en 1919. Pero hay al menos dos paradojas más. «

Mira Milosevich es escritora y profesora del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset

El pasado 22 de enero las protestas contra el gobierno de Ucrania se cobraron tres víctimas mortales según las fuentes oficiales o cinco según la oposición. Este hecho luctuoso resulta trágicamente paradójico porque ocurrió el Día de la Unidad Nacional en que se conmemora la independencia lograda en 1919. Pero hay al menos dos paradojas más: 1) Las protestas comenzaron el pasado noviembre a causa de la negativa del gobierno de Victor Yanukovich a firmar el acuerdo con la Unión Europea y su correlativo acercamiento a Rusia, pero se convirtieron pronto en una campaña contra la pésima situación económica y la corrupción de la clase política, exigiendo la dimisión de Yanukovich y la convocatoria de las elecciones anticipadas. 2) Aunque ninguno de los tres representantes de la oposición –el boxeador, Vitali Klichko del partido Golpe; el tecnócrata Arseni Yatseniuk de Patria y el nacionalista Oleg Tiagnibok, de Libertad– goza de aceptación mayoritaria (Klichko, el más popular, sólo tiene el apoyo del 13% de la población) y los tres carecen de un programa claro, más allá de librarse de Yanukovich, se han convertido en los negociadores y representantes de los indignados.

El recurso de la oposición a la violencia callejera ha sido clave para el cambio de actitud del gobierno, que la ignoró mientras protestaba pacíficamente. Yanukovich ha ofrecido de todo excepto su propia cabeza, por temor a que las protestas se extiendan y fracturen el territorio: la dimisión del primer ministro Mikola Azarov (que llamó a los manifestantes “terroristas”) y que supondría la disolución del gabinete; la suspensión de las llamadas “leyes dictatoriales” (una copia de las leyes rusas emanadas del autoritarismo de Putin), que fueron el detonante de la violencia; el cambio de la Constitución de 2011 por la de 2004, que ponía mayores limitaciones al poder presidencial, y, por último, la liberación de los detenidos durante los protestas a cambio del desalojo por los manifestantes de los espacios públicos y edificios gubernamentales. La oferta de Yanukovich llega tarde: lo que ofrece no es suficiente para la oposición, que no se conformará con menos que su dimisión.

La actual crisis ucraniana refleja un retroceso en el proceso de democratización del país, que desde su independencia de la antigua URSS, en 1991, había sabido solucionar sus problemas de forma pacífica. Aunque la cleptocracia de Yanukovich y su afinidad con Rusia simbolizan todos los males de Ucrania, se necesitan unos cambios estructurales que ninguna fuerza política parece capaz de realizar. A pesar de que el acuerdo económico con Rusia buscaba afianzar al actual presidente, difícilmente podrá, tras esta crisis, ganar las elecciones previstas para el año 2015, en el dudoso caso de que se mantenga en el poder hasta entonces.

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