Hoy da comienzo la primera Cumbre de la OTAN después de que el presidente Trump definiera la Alianza Atlántica como organización “obsoleta”. Así que la presencia del presidente Joe Biden y la bienvenida que recibirá serán muestras del renovado compromiso de EE. UU., de la reconciliación transatlántica y de un amplio consenso sobre que la OTAN no solo no está obsoleta sino que es más valiosa y necesaria que nunca.
La preparación de esta cumbre ha sido larga, tanto por la pandemia como por la planificación de lo que el secretario general Jens Stoltenberg denominó “adaptarse para sobrevivir”, en su presentación del documento OTAN 2030. Este documento prevé la ampliación y profundización de la agenda de la OTAN para convertirla en una Alianza global y polivalente, muy alejada del propósito inicial de 1949 de defensa colectiva del Atlántico Norte.
Las consecuencias de la Cumbre serán así tanto inmediatas como de largo plazo. El impacto inmediato será político y declarativo. En primer lugar, se verá si los líderes de los treinta países que la integran están de acuerdo con el planteamiento de que la Alianza sea “global y polivalente”. Respecto a la Declaración final de la Cumbre, Rusia, ciberseguridad, las amenazas híbridas y el terrorismo se mantendrán en la agenda de la Alianza como las amenazas más importantes; pero muy probablemente entre las novedades estarán la introducción de China como una amenaza para el orden liberal internacional y la contribución de la OTAN a la lucha contra el cambio climático.
A más largo plazo, otra consecuencia de esta reunión de la OTAN será el encargo al secretario general de actualizar el Concepto Estratégico de la Alianza, revisado por última vez en 2010. El objetivo es contar con un marco estratégico hasta 2030, para una Alianza transformada que responda a los cambios y retos del entorno contemporáneo de seguridad.
Los grandes planes de la OTAN despiertan la esperanza de reinvención de la Alianza y de las instituciones que constituyen el pilar más sólido de la relación transatlántica, aunque no hay que olvidar que la actualización del Concepto Estratégico se ha postpuesto ya en varias ocasiones desde 2010 por falta de consenso, punto básico este en la toma de decisiones de la Alianza. La OTAN es más que la suma de sus treinta miembros individuales. La maquinaria de la OTAN facilita la toma de decisiones colectivas, pero no las determina: esa prerrogativa corresponde a las naciones. Su acuerdo colectivo resultante del consenso constituye una única voz dentro de la Organización, aunque con protección de la soberanía de cada miembro. Cualquier consenso implica las inevitables concesiones y compromisos a medida que las naciones ajustan sus posiciones y equilibran los intereses nacionales frente a los colectivos. A pesar de que uno de los objetivos principales de la Cumbre es demostrar el consenso y el compromiso renovado, inevitablemente habrá diferencias de interpretación y de énfasis en numerosas cuestiones clave, especialmente en lo referente a Rusia, China y Turquía. Los desacuerdos se disimularán seguramente con una redacción ambigua en la Declaración final de la Cumbre, pero estos quedarán al descubierto en las negociaciones posteriores sobre el Concepto Estratégico.
El Concepto Estratégico es el documento más importante de la Alianza porque no solo –como su nombre indica– refleja la estrategia, sino que, sobre todo, plasma la visión común de las amenazas y peligros a la seguridad de los aliados; y no disponer actualmente del mismo ha sido lo que socavó la funcionalidad de la Alianza antes de que Trump la proclamara obsoleta. La redacción de este Concepto Estratégico tendrá que resolver las posibles diferencias o aprender a convivir con ellas. Algunas diferencias no serán fáciles de solucionar. Los aliados de Europa Central y Oriental quieren aprovechar la oportunidad para reequilibrar (otros dirían “desequilibrar”) la relación con Rusia, diluyendo la actual política de la OTAN de buscar oportunidades de diálogo. Otro ejemplo puede ser las críticas que algunos aliados –también miembros de la UE– dirigen a Turquía por sus supuestas infracciones al Derecho Internacional en el Mediterráneo Oriental.
Además, la OTAN será el foro donde los EE. UU. insistirán a sus aliados europeos para tratar de establecer una política común hacia China. Los europeos probablemente aceptarán constituir un frente común para reforzar sus capacidades de resistencia frente a los riesgos cibernéticos. Todo lo demás podría ser una discusión sobre cómo gestionar las relaciones (sobre todo comerciales) con Pekín.
La “adaptación” de la OTAN 2030 inevitablemente pasa por convertirse en una Organización más global, dada la interconexión de las amenazas para los aliados. Sin embargo, es poco probable que la Alianza acepte unas responsabilidades militares globales. En todo caso, seguirá cumpliendo su principal función, la defensa colectiva del Atlántico Norte, y fortalecerá su compromiso –a través de los aliados “no-OTAN” como Australia y Japón– en la cuenca del Pacífico.