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La derecha de Sísifo

Ni las opciones son intercambiables ni da igual votar a uno u otro, sencillamente porque la fragmentación no suma y no sumará. Si se persiste en esta situación, que nadie se engañe porque ocurrirá lo mismo.

Los resultados de las elecciones generales celebradas ayer dibujan un cuadro extremadamente preocupante para España. La radicalidad sembrada por el Partido Socialista se ha cosechado en forma de un Congreso donde los extremismos –incluido por supuesto los nacionalistas– amplían su representación. Ninguno de los problemas, ninguno de los desafíos a nuestro marco de convivencia, al futuro de la economía, del modelo de bienestar y de nuestra posición en Europa son susceptibles de mejorar con una fórmula de gobierno como la establecida por el Partido Socialista en estos últimos meses. Y esa fórmula de gobierno ha quedado reforzada y con mayor comodidad para los socialistas con los resultados de ayer. La satisfacción del PSOE la pueden compartir desde los responsables del golpe contra la democracia en Cataluña hasta los que no condenan ni piensan condenar el terrorismo de ETA. Lo que se explica peor es que los que decían querer “echar a Sánchez” celebren la frustración de su objetivo por más que hayan mejorado su posición relativa en escaños o consigan entrar en el Congreso. Tal vez esas celebraciones se explican mejor si se entiende que estas elecciones se han planteado por un lado y por otro como una pugna por el liderazgo del centroderecha, en vez de como un esfuerzo real para desalojar democráticamente a los socialistas de la Moncloa.

Pero si esto ha ocurrido es, en buena medida, por la fragmentación del centro y la derecha que, como dijimos hace pocos días, ha allanado fatalmente el camino para que Pedro Sánchez continúe en la Moncloa. Los casos del País Vasco y Cataluña son paradigmáticos de esta absurda y suicida canibalización en la que se ha instalado el centroderecha español, tirando por la borda los esfuerzos y la visión estratégica que permitió la articulación de una fuerza política capaz de erigirse con éxito en la alternativa efectiva a la izquierda. No basta con expresar los deseos de “echar” a Sánchez o a cualquier otro adversario. Además de los fines hay que saber elegir los medios. Y ayer se hizo justamente lo contrario de lo que se necesitaba para conseguir ese objetivo. Ni las opciones son intercambiables ni da igual votar a uno u otro, sencillamente porque la fragmentación no suma y no sumará. Si se persiste en esta situación, que nadie se engañe porque ocurrirá lo mismo. Si lo que se ofrece por un lado es el resistencialismo estéril y, por el otro, el tacticismo oscilante, la izquierda y los nacionalistas pueden contemplar el futuro con tranquilidad. La fragmentación en el centroderecha lejos de ser saludable, es la receta del fracaso.

Naturalmente que es necesaria una profunda reflexión de lo ocurrido. Pero debe partir de evidencias en vez de negarlas: la dispersión penaliza sin remedio; la suma, beneficia. La necesidad de abordar la reconstitución del centroderecha se hace ahora prioritaria. Una reconstitución que habrá de plantearse en términos exigentes, que recupere en los votantes de este gran espacio político la ambición de erigirse en mayoría efectiva, y que pueda apelar a un amplio rango generacional y a las clases medias heridas por la crisis y la desconfianza. No hay ninguna razón para que una España moderada, constitucional, tolerante, defensora de valores sociales incluyentes, comprometida con la realidad nacional y firme en su defensa, tenga que sentirse como minoría perdedora, porque no lo es. No hay ninguna razón, salvo que siga dispuesta a condenarse a ello elección tras elección desperdiciando sus votos por ignorancia temeraria de las reglas del juego electoral y de la fuerza de la unidad.