José J. Jiménez Sánchez es profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada
La naturaleza es implacable. En estos días terribles lo podemos comprobar, la muerte se ceba con todos, especialmente con los mayores. Los viejos, yo soy viejo, se muestran con debilidad extrema frente al virus y lo pagan con la vida. Ante esta situación poco cabe hacer, las cosas son como son y esto es muestra del poder omnímodo de la misma naturaleza, frente a ella no cabe sino resignación, seguir las indicaciones de las autoridades y quizá abrirse a la melancolía, ¿si me hubiera pillado con treinta años menos?
Todo el pensamiento de la modernidad se articula en torno al intento de dominar la naturaleza, en lo que podemos, especialmente en lo que se refiere a las relaciones entre los hombres, transformarla y convertirla en una segunda naturaleza. Si las relaciones sociales no deben quedar en manos del instinto, arbitrio o capricho, hemos de racionalizarlas. Este intento se asienta sobre la idea de Kant de que a todo ser humano solo por el hecho de serlo, se le reconoce dignidad, una igual dignidad, que es lo propio de toda persona, por lo que no se le puede tratar como mero medio, sino exclusivamente como fin en sí. Sobre ella, Hegel construye su concepto de Estado, de manera que este nos reconozca como sujetos de derecho, en la medida en que nosotros le prestamos obediencia. Estas dos ideas constituyen el núcleo argumental de toda la construcción jurídico-política de la modernidad.
Sobre la misma se fundamenta, por ejemplo, nuestra Constitución y es lo que explica que la misma se asiente sobre la igualdad de todos los ciudadanos, todos “son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Digo esto porque entre las causas explícitamente incluidas no se encuentra la de la edad; no cabe discriminar por raza o sexo, pero ¿cabe hacerlo por la edad? En principio habría que suponer que la misma quedaría comprendida bajo la expresión ‘cualquier otra condición o circunstancia personal o social’. No obstante y dado lo que voy a decir a continuación, creo que en una próxima reforma constitucional debería incorporarse con todas sus letras: edad, tampoco cabe discriminar por ella.
Tengo una amiga, de provecta edad e ideas bastante conservadoras, que durante una comida me confesó que siempre le había preocupado la cuestión del aborto, aunque en los días que corren, lo que realmente le inquietaba era la eutanasia. Creo que tiene toda la razón. Solo hace falta leer lo que publica el diario El Mundo del día ocho de abril de 2020. Se afirma que la Generalitat ha recomendado no ingresar a los octogenarios, al tiempo que desaconseja que se utilicen para estos pacientes la ventilación mecánica invasora. Eso sí, se admite que se les pueda medicar en caso de sensación de ahogo, ¡menos mal!, y puedan recibir oxigenoterapia, además, ¡gracias!, con mascarilla. En Andalucía corren rumores más preocupantes, aunque lo dejo ahí por ser sólo por ahora, rumores. Por su parte, el Ministerio de Sanidad ha elaborado un informe sobre aspectos éticos en situaciones de pandemia, en el que se defiende, ¡a buenas horas!, “la absoluta proscripción de empleo de criterios fundados en la discriminación por cualquier motivo con la finalidad de priorizar pacientes”. Esto lo fundamenta con buen criterio en nuestro artículo 14 de la Constitución, citado más arriba. Asimismo se afirma que “los pacientes de más edad, en caso de escasez extrema de recursos asistenciales, deberán ser tratados en las mismas condiciones que el resto de la población”. Por eso se considera inaceptable que se descarte sólo por tener una cierta edad el acceso a las unidades de cuidados intensivos, así como la aplicación de ventilación mecánica asistida.
La edad incide en el pronóstico clínico, de manera excesiva tal y como sucede en Cataluña, e incluso en Holanda donde esto ocurre sin tapujo alguno, pero también lo puede hacer de manera razonable en la medida en que no constituya la única circunstancia que influya. Esta es la razón por la que me gustaría conocer, mejor dicho, tengo el derecho de exigirlo, cómo influye la edad, esto es, qué peso tiene en las decisiones que se adoptan en los hospitales. Por eso tendrían que hacerse públicos los protocolos de actuación de los diferentes hospitales. Es lo mínimo que se le debe exigir al sistema sanitario.