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La ficción independentista en Cataluña

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Miquel Porta Perales es crítico y escritor

La única anomalía reside en un independentismo catalán que se caracteriza por la deslealtad institucional y constitucional y por el incumplimiento sistemático de la legalidad democrática. Y quien se encuentra en prisión lo está –la Justicia dirá la última palabra– como consecuencia de sus actos anómalos. Ilegales y antidemocráticos.

Cataluña y el “proceso”. ¿Cómo es posible que el “proceso” –aunque, esté en fase de colapso por falta de apoyo, social, político, económico, legal e internacional– haya resistido si tenemos en cuenta que se levanta sobre ficciones y engaños? El secreto del “proceso” –su capacidad de resiliencia– reside, en buena medida, en la habilidad del independentismo para crear una hiperrealidad. Me explico.

Señala Jean Baudrillard (Cultura y simulacro, 1978) que “disimular es fingir no tener lo que se tiene” y “simular es fingir tener lo que no se tiene”. Así se adultera la realidad en beneficio de una hiperrealidad que se acepta y asume como real. Una hiperrealidad –un simulacro o una representación o una ficción– producto de una consciencia que no distingue lo veraz de lo fraudulento. Una hiperrealidad contagiosa –vírica– que puede dominarnos. Al respecto, el independentismo catalán ha construido una hiperrealidad a su medida –una nación sujeto del derecho a decir en donde el pueblo elige su futuro y una república catalana libre de cualquier represión o dominación en la cual florecerá la libertad, la democracia y el progreso– que atrae y seduce. No hay engaño sin autoengaño. No hay engaño sin olvido o fingimiento. Disimular o simular. Una hiperrealidad a la carta. La ficción nacionalista.

El independentismo catalán, ¿disimula o simula? Ambas cosas. Detengámonos en el Juicio.

El independentismo catalán disimula cuando finge no tener conocimiento sobre la cuestión del censo electoral, la publicidad, las urnas o la financiación del referéndum ilegal. O cuando se presenta como el paradigma de la denominada cultura de la no violencia. Por otra parte, el independentismo catalán simula cuando finge que Cataluña es una nación con derecho a la autodeterminación o asegura que la Constitución admite un referéndum de autodeterminación. Y el independentismo catalán engaña y miente cuando sostiene que existe una causa general contra Cataluña, o cuando afirma que en España se persiguen y reprimen ideas y no ilícitos penales o presuntos delitos, o cuando dice que estamos ante un Juicio farsa con la sentencia condenatoria escrita de antemano, o cuando asegura que España incumple la legalidad democrática. Para ello, todo vale. Incluso –la actitud de los acusados y sus abogadores defensores, sin olvidar la prensa amiga, lo pone en evidencia–, el intento de enjuiciar al Estado en un cambio de papeles diabólico.

Volvamos a Jean Baudrillard con el objeto de señalar un detalle de la hiperrealidad creada por el independentismo catalán. Aduce el sociólogo francés que los medios de comunicación son indispensables en la dialéctica entre el disimular y el simular. Unos medios que ofrecen “credibilidad” a la ficción creada y recreada sin solución de continuidad. Cataluña brinda el ejemplo. Veamos.

Una de las características más acusadas de la inmensa mayoría de los medios de comunicación con sede en Cataluña, sean públicos o privados, copartícipes o afines del “proceso”, es la voluntad manifiesta de desinformar sobre el independentismo y el “proceso”. Una desinformación –con frecuencia, manipulación– que toma cuerpo en dos ideas fundamentales del relato del independentista. En primer lugar, la idea según la cual el independentismo es inocente por definición: así se culpabiliza, en todo o en parte, al Estado. En segundo lugar, la idea según la cual el Gobierno y/o el Estado son los responsables políticos de lo ocurrido en Cataluña por haber judicializado conscientemente la política con la intención de bloquear las legítimas aspiraciones del “pueblo” catalán.

A partir de imágenes y representaciones construidas ex profeso, los medios de comunicación de parte inundan el mercado con un argumentario –perfectamente diseñado, empaquetado y distribuido– para soy abuso del independentismo y asociados. ¿El Juicio? Sostiene el independentismo que los políticos presos –“presos políticos”, aseguran– no han cometido ningún delito o, en el peor de los casos –ni rebelión, ni sedición ni malversación–, solo han incurrido en desobediencia. Una desobediencia que daría satisfacción al derecho de autodeterminación de Cataluña (!), al mandato democrático del pueblo (!) y a su “revolución democrática de la sonrisa” (!). Un pueblo que –asegura el relato de la desinformación– organizó el referéndum ilegal del 1 de octubre frente a una España “urnofóbica” y antidemocrática.

Los “presos políticos” y los “exiliados”, ¿no han cometido ningún ilícito o delito? El Alto Tribunal decidirá. Pero, ¿acaso se pueden aprobar dos leyes que demuelen el Estado de derecho, convocar y celebrar un referéndum de autodeterminación ilegal y declarar la independencia unilateral de Cataluña? ¿Se puede hacer eso y acto seguido afirmar que aquí no se ha hecho nada? ¿Se puede decir que todo eso fue simbólico?

Hay más. Al socaire del Juicio, el independentismo catalán y sus propagandistas sostienen que la existencia de “presos políticos” y “exiliados” constituye una anomalía. Cierto. La cuestión: ¿dónde está la anomalía? Contrariamente a lo que dice el independentismo y afines, la anomalía surge cuando –septiembre y octubre de 2017– el parlamento y el gobierno de Cataluña dinamitan, de una tacada, el Estatuto y la Constitución, celebran un referéndum de autodeterminación ilegal y proclaman la República Catalana. ¿Quieren mayor anomalía –en una democracia– que eso? ¿Que resulta anómalo que en España haya políticos independentistas en prisión o fugados? Cierto. Pero la anomalía reside en el comportamiento de un independentismo catalán que se caracteriza por la deslealtad institucional y constitucional continuada, así como por el incumplimiento sistemático de la legalidad democrática del Estado de derecho. Ese y no otro es el problema. Esa y no otra es la anomalía. Y quien se encuentra en prisión lo está –la Justicia dirá la última palabra– como consecuencia de sus actos anómalos. Es decir, ilegales y antidemocráticos.

En cualquier caso, con el mimbre de la desobediencia y la anomalía, la prensa copartícipe y afín del “proceso” lanza una suerte de cruzada –papel, audiovisual y digital: editorialistas, informadores, articulistas o humoristas cortados por un mismo patrón con algún outsider para justificar la “pluralidad”– con el único mensaje del “solo querían que la gente votara y por ello están siendo injustamente juzgados”.

Así se protege, aísla, encapsula y manipula al individuo de las nocivas influencias externas. Una personalidad duplicada, dicen los psicólogos. En definitiva, la hiperrealidad –entre el simulacro y la suplantación con el telón de fondo de la ficción– diseñada y construida por el independentismo catalán al servicio de la causa. Y ese inconsciente freudiano de un independentismo –omnisciente, prepotente y displicente– que nunca asume sus responsabilidades. Visto para sentencia.