Eduardo Inclán es Maître en Histoire por la Universidad de Toulouse II-Le Mirail
El pasado miércoles 15 de octubre se conoció la noticia de la disolución del grupo euroescéptico del Parlamento Europeo EFDD (Europa de la Libertad y de la Democracia Directa), cuyo portavoz es Nigel Farage, líder del partido británico UKIP (Partido por la Independencia del Reino Unido). La causa fue la salida del grupo de la eurodiputada letona Iveta Grigule para pasar al grupo ERC (Europa de los Reformistas y Conservadores). Esto excluía al EFDD de los beneficios de ser un grupo político diferenciado de la Cámara, al no cumplir con el requisito de la diversidad nacional, que requiere estar compuesto por representantes de al menos siete países diferentes. Los euroescépticos quedaban relegados al vagón de los No Inscritos, donde tenían que compartir espacio y repartirse los tiempos de intervención en los plenos con grupos como el Frente Nacional de Marine Le Pen o la Liga Norte italiana.
Sin embargo, el pasado lunes 20 de octubre este grupo consiguió la adhesión del eurodiputado polaco Robert Jaroslaw Iwaszkiewicz, miembro del partido KNP (Congreso de la Nueva Derecha), que abandonó los No Inscritos para ser nuevo vicepresidente del EFDD. Así, el grupo volvió cumplir los requisitos exigidos para obtener el reconocimiento de la Eurocámara, que le da acceso a un presupuesto anual estimado de 1,2 millones de euros y a una silla en los órganos de gestión interna del Parlamento, algo que molesta especialmente a su actual presidente, el alemán Martin Schulz.
Este vodevil muestra la debilidad estructural de las fuerzas que se oponen al funcionamiento de la Unión Europea, conocidas como eurófobas o euroescépticas. Su problema principal es que, pese a conseguir más de un centenar de escaños en el Parlamento de Estrasburgo, están muy fragmentadas en tres grandes grupos que no son capaces de ponerse de acuerdo ni siquiera en un programa de mínimos, lo que las convierte en irrelevantes en la mecánica parlamentaria diaria. Tanto el grupo de ERC (formado principalmente por los conservadores británicos y el Prawo i Sprawiedliwośćpolaco), como el grupo de EFDD (con UKIP y el Movimiento 5 Estrellas de Italia como referentes) y el fallido grupo en torno al Frente Nacional francés y la Liga Norte italiana (que finalmente no pudo constituirse al fracasar el requisito de la diversidad de países) están de acuerdo en que la UE es un monstruo administrativo y burocrático que aplasta la diversidad de los pueblos de Europa, cuyo símbolo más dañino es el euro, que quieren hacer desaparecer.
No parece que la Izquierda Europea –la mayoría excomunistas, con aportaciones como Syriza (Grecia), PODEMOS o EH BILDU (España)–, le haga ascos a proponer junto a los euroescépticos que se replanteen algunos aspectos de la estructura económica y política del proyecto europeo surgido del Tratado de Lisboa. Además, las fuerzas que apoyan la UE han perdido demasiados meses en la designación de sus nuevos responsables, dando una mala imagen de parálisis y política de baja calidad, peleándose por unos puestos demasiado importantes como para hacerlos parte del mercadeo parlamentario. Pero las propuestas euroescépticas son muy heterogéneas. Algunos piden la vuelta a un mercado común sin peso político (ERC), otros piden la vuelta a una especie de EFTA de libre asociación y sin mecanismos de solidaridad (EFDD), y otros directamente la vuelta a los viejos Estados-nación y a las monedas nacionales como en los años setenta del siglo pasado (FN y Liga Nord).
Ni conservadores, ni liberales ni socialistas parecen dispuestos a seguir a estas fuerzas disgregadoras en su empeño. Por eso resulta poco objetiva la imagen de una UE dominada por quienes dicen no a todo lo que se propone desde la Comisión Europea o el Consejo, cuando en el día a día son precisamente los que están más divididos dentro de la Eurocámara.
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