La actitud de la Iglesia Católica frente a la protesta ciudadana y la represión gubernamental produce admiración y extrañeza en sectores que desconocen las críticas esenciales de la Conferencia Episcopal Venezolana a los proyectos del régimen y olvidan episodios memorables de la lucha contra la anterior dictadura.
«Alejandro Arratia es analista político
La actitud de la Iglesia Católica frente a la protesta ciudadana y la represión gubernamental produce admiración y extrañeza en sectores que desconocen las críticas esenciales de la Conferencia Episcopal Venezolana a los proyectos del régimen y olvidan episodios memorables de la lucha contra la anterior dictadura.
Las razones del presente. La exhortación pastoral de enero 2014 recalca la existencia de dos grandes sectores de la población con iguales derechos y legitimas exigencias. Una fragmentación confirmada por los resultados electorales del 2013. Desconociendo esa realidad, el llamado “Plan de la Patria” aprobado por la mayoría espuria de la Asamblea Nacional con el propósito manifiesto de imponerlo a las instituciones sociales y a los ciudadanos, designa “un sistema socio político y económico de gobierno, estatista, totalitario, radical y excluyente, de corte marxista-comunista, que descarta cualquier otra alternativa sociopolítica e ideológica, e impone un pensamiento y un partido únicos”.
Hablemos de un hecho histórico que ayudará a comprender que nada tiene de coyuntural o casual la toma de posición de los prelados, que exigen el encuentro y el diálogo, sin abandonar la condena de la barbarie y el saldo de muertos, heridos, presos y torturados. Para refrescar memorias anoto breves datos y comentarios del Segundo mensaje de monseñor Arias Blanco a los obreros, Pastoral publicada el 1º de mayo 1957 para su lectura en los púlpitos de todas las iglesias.
El arzobispo de Caracas exponía la transformación radical de la economía y las insuficiencias sociales con el apoyo de estadísticas de las Naciones Unidas e investigaciones propias. En 20 años (1936-1956) la nación había pasado de rural a industrial y minera, con el consecuente éxodo campesino. La Iglesia, decía Monseñor, “tiene la gravísima obligación de hacer oír su voz”.
Y habló. El país se iba enriqueciendo, la producción per cápita superaba los 540 dólares estadounidenses, lo cual le situaba primero en Latinoamérica, y por encima de Alemania, Holanda, Australia e Italia. Esa riqueza no llegaba a todos los venezolanos. Una inmensa masa de nuestro pueblo vivía en condiciones infrahumanas. La crítica contundente continuaba con la exposición de los problemas y las propuestas. Discurso extraordinario, valiente. Una Junta Militar había asumido el control de Venezuela en 1948, la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez imponía la más férrea censura y desde 1952 reinaba un silencio casi absoluto.
Partidos perseguidos, pequeñas maquinarias clandestinas disciplinadas y audaces llevaron el mensaje de Monseñor Arias a la calle, a las fábricas, a los centros de estudio, a los cuarteles donde las fuerzas armadas se distanciaban de la cúpula burocrática-militar-gobernante. En junio se formó la Junta Patriótica, espacio de encuentro de los cuatro partidos políticos de la época. En noviembre el régimen anunciaba el plebiscito. Se intensificaron las huelgas estudiantiles, las arengas en las empresas y las movilizaciones callejeras. En enero de 1958 caía la dictadura.
Trascendental la Pastoral en los acontecimientos que pusieron fin a la década dictatorial. El arzobispo de Caracas publicó dos mensajes más (1958 y 1959) explicando los fundamentos de la doctrina social de la iglesia, defendiendo los derechos de los trabajadores y combatiendo las estrategias del comunismo. La democracia representativa con el apoyo de las fuerzas armadas, de los sectores productivos y del clero se estabilizó por cuatro décadas; el ciclo lo cerró el suicidio de las élites en 1999. En el siglo XXI, otra vez los prelados anatematizan a la dictadura.
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