El pasado martes 23 de marzo de 2021 la izquierda española cerró filas “para evitar que el congreso condenara el comunismo”. Así titulaba el diario El País de ese mismo día la noticia. El artículo ironizaba sobre la actualidad del tema, como si se tratara de un pasado remoto y ajeno a España, sobre el que no vale perder el tiempo. En su presentación, todo quedaba reducido a una maniobra electoral del Partido Popular que buscaría protagonismo intentando vincular a los ministros comunistas del Gobierno de Sánchez con el horror del comunismo.
La actitud benevolente que mostraba este medio con el comunismo contrasta con el tratamiento que reciben las políticas de memoria impulsadas por esa misma izquierda. La memoria y el olvido van juntos; y la izquierda española quiere que recordemos todos los días a Franco, al que vinculan con la derecha democrática, pero que nos olvidemos por completo de los crímenes del comunismo porque, al parecer, pasó hace mucho tiempo y no forman parte de la historia de nuestro país. En esta ocasión, la defensa del comunismo por parte de los diputados de izquierda, junto a los partidos nacionalistas y separatistas, venía motivada por la propuesta del Partido Popular para que Españase sumara a los países democráticos europeos en la condena a los totalitarismos que asolaron el continente durante el siglo XX.
El Parlamento Europeo, en una resolución de 2009 que buscaba que se siguiera en toda Europa, instituyó el día 23 de agosto como día de las víctimas del totalitarismo. La elección de tal efeméride radicaba en que era la fecha del Pacto Ribbentrop-Mólotov de 1939, entre la Unión Soviética y la Alemania nazi, que contenía un protocolo secreto por el que se repartían Polonia y que daría lugar a la Segunda Guerra Mundial. La motivación de esta resolución era que su adopción por los países de la Unión Europea permitiría el conocimiento más profundo de la traumática experiencia de los totalitarismos, lo que redundaría en la formación cívica de sus ciudadanos, pues muchos jóvenes ignoran lo que fue el comunismo, el nazismo y el fascismo. Por medio del conocimiento del totalitarismo, la democracia europea se vería fortalecida. En 2019 el Parlamento Europeo reiteró la necesidad de conmemorar a las víctimas del totalitarismo ante las campañas negacionistas de los crímenes comunistas puestas en marcha por Vladimir Putin.
Pues bien, la proposición presentada por el PP en el Congreso se sometió a votación el jueves siguiente, 25 de marzo de 2021, y fue rechazada. Europa Press tituló la noticia: “El Congreso rechaza la condena de los totalitarismos nazi y comunista planteada por PP y apoyada por Vox y Cs”. Así pues, España sigue sin formar parte del grupo muy amplio de países democráticos que consideran esencial el conocimiento del totalitarismo para conjurar sus males y defender la democracia. Esta situación no deja de ser llamativa cuando en nuestro país tenemos un “Ministerio de la Presidencia, de las Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática” que, en teoría, debía estar animado por los mismos fines que la resolución rechazada.
Durante la discusión de la proposición en el Congreso, Enrique Santiago, diputado y desde 2018 secretario general del Partido Comunista de España, aprovechó la ocasión, tal como detalla Mundo Obrero, para sentar doctrina sobre la memoria de los crímenes del nazismo y del comunismo:
“Equiparar nazismo con cualquier otra ideología es banalizar el mal y los crímenes contra la humanidad que Hitler y Mussolini perpetraron”. Detalló que “el único régimen político que ha planificado y ejecutado la eliminación sistemática de forma industrial de colectivos y pueblos enteros ha sido el nazismo: comunistas, gitanos, judíos, homosexuales y discapacitados fueron los eliminados. Ante tanta maldad hubo que crear el delito de genocidio. (…) Cualquier equiparación del nazismo con otro sistema político es complicidad y negacionismo” (Mundo Obrero, https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=10007 ).
Resulta interesante recordar que el delito de genocidio fue definido por Naciones Unidas en un sentido limitado en 1948, gracias a la intervención, entre otros, de Stalin, de manera que aplicara al asesinato en masa de grupos nacionales, raciales, étnicos o religiosos, pero no a otros “colectivos” políticos o sociales como los kulaks, o la burguesía, o minorías religiosas o étnicas conceptualizadas como “enemigos del pueblo” o del “Estado”. Durante la redacción del texto se cayó la palabra “políticos” que aplicaba a los grupos víctimas de genocidio y que figuraba en el borrador de 1946, y desde entonces el asesinato en masa comunista quedó huérfano de conceptualización específica. Por tanto, puede ser discutible que los crímenes del comunismo sean genocidio, pero lo que resulta indudable es que fueron matanzas repugnantes, crímenes contra la humanidad, que deben ser conocidos y condenados.
El negacionismo del que habla cínicamente Santiago no está en su equiparación de los crímenes comunistas con los crímenes nazis sino en quienes intentan blanquear los primeros con el olvido. Por cierto, estos crímenes fueron planificados y ejecutados con la misma sistematicidad industrial que refiere el líder comunista y sobre la misma lista de víctimas, a las que habría que sumar muchas otras.
En suma, que el nominalismo no puede ser subterfugio para negar una realidad atroz. Los interesados en el conocimiento de cómo fue conceptualizado el crimen de genocidio por Naciones Unidas pueden ver una síntesis provechosa en LeBlanc (vid. infra). Allí se sigue el debate en torno a su definición y se explica la reluctancia de los Estados Unidos a sumarse este convenio. Para Estados Unidos, dejar fuera el asesinato en masa con motivación política era dar carta blanca al totalitarismo. Cierto es que el delito de genocidio fue creado para conjurar la posibilidad de que los crímenes del nacionalsocialismo volvieran a repetirse, pero eso no quiere decir que los crímenes igualmente repugnantes del comunismo deban quedar en el olvido sin condena. De hecho, estos crímenes encuentran su acomodo en los más genéricos “crímenes contra la humanidad” que el propio Santiago mencionó en su intervención.
Pero el secretario del PCE no solo se erigió en autoridad que determina qué crímenes contra la humanidad deben ser recordados y condenados, sino que además sacó pecho presumiendo del historial democrático de su partido y tachando de franquista al Partido Popular, al que en un alarde de generosidad impostada perdonó por su presunto pasado autoritario. Tal como lo recogió el diario El País:
«justificó su rechazo a la proposición defendiendo la trayectoria histórica del partido que dirige” (…) y subrayó que el PCE no solo “luchó por la democracia y la libertad” durante el franquismo, sino que en los años sesenta promovió la estrategia que se llamó de “reconciliación nacional” y, tras la muerte de Franco, “impulsó el pacto para esta Constitución que a ustedes [los populares] tanto les costó aceptar”. “A ustedes les hemos perdonado [por el franquismo], pero no tienen ninguna autoridad moral”, afirmó».
Resulta interesante que el actual secretario del PCE defienda el pedigrí democrático de su partido por medio de dos hechos muy puntuales de su historia y que olvide la tradición antidemocrática del comunismo y de su propio partido. La política de reconciliación nacional enunciada por el PCE en junio de 1956 significaba el reconocimiento del pluralismo político en España y la defensa de un acuerdo nacional entre todos los españoles. El documento, en lo que refiere a esta cuestión, buscaba superar las divisiones de la II República y la Guerra Civil aceptando como legítimos a los actores políticos a la derecha democrática. Ciertamente, esta actitud del PCE resultaba tan saludable como inédita, y significaba un cambio radical con la política sectaria y antidemocrática que había seguido el partido desde su fundación hasta entonces. Es una pena que Santiago la devalúe tachándola de “estrategia” y que, lo que es peor, haya sido totalmente abandonada por el actual PCE. En el momento de su promulgación parecía una verosímil declaración solemne de principios: “Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español”.
Así pues, en el terreno de la expresión verbal del pluralismo democrático, el PCE parece haber retrocedido bastante porque entonces, en 1956, le parecía que la derecha democrática era un interlocutor legítimo, pero ahora la asocia con el franquismo con ánimo de desautorizarla como actor político legítimo y democrático. El lenguaje integrador de entonces ha sido sustituido por la vieja retórica maniquea del PCE de siempre. Así, en la página web del partido se nos dice con toda naturalidad lo siguiente:
“Somos el PCE, el Partido de las trabajadoras y trabajadores de todas las nacionalidades que conviven en nuestro país. Aspiramos a organizar la Revolución que derroque a la burguesía y a su monarquía, para construir el socialismo con la fuerza de la unidad popular” (https://pce.es/).
Lo que traducido a román paladino significa que han vuelto a lo de siempre. Contra la pretensión de Santiago de hacer valer credenciales democráticas al PCE, no hay en la página de su partido ninguna mención positiva a la democracia, ni al valor del pluralismo político, ni a la Constitución, ni a nada de todo aquello que según el secretario general confirmaría el carácter democrático de su partido. De hecho, más bien ocurre lo contrario, se denuesta la democracia actual y se apela a su derrocamiento.
Pero si nada queda de la política de reconciliación nacional a la que apelaba el PCE en 1956, tampoco nada queda ya de aquel PCE de la transición comprometido con la Constitución y con la democracia española. Que Santiago lo reivindique en el Congreso cuando él mismo abomina del efímero momento democrático del PCE no deja de ser irónico. Y esto no es patrimonio del actual líder del partido sino punto de acuerdo de su dirigencia. En contra de lo dicho por Santiago, el papel del PCE en la transición no solo no es reivindicado por los comunistas sino francamente criticado.
Así, como muestra, Alberto Garzón, militante comunista y actual Ministro de Consumo del Gobierno de España, en su libro Por qué soy comunista, de 2017, dedica un epígrafe de más de veinte páginas a “Desmontar la Transición”, cuyo hilo conductor es deplorar el llamado “eurocomunismo”, es decir, la conversión del PCE, en 1978, en un partido democrático, lo que significaba el abandono de la violencia y la dictadura como medios y fines políticos, es decir, del leninismo. Esta democratización del partido se produjo gracias al impulso de su entonces secretario general, Santiago Carrillo. El camarada Garzón nos pinta a Carrillo como un demonio y su desmontar la Transición concluye con la deconstrucción misma de la democracia española y de su fundamento, la Constitución de 1978. Pero a grandes males, grandes remedios. El PCE de Santiago ha seguido el camino opuesto al de Carrillo y ha rehabilitado a Lenin como ideólogo de su partido, es decir, ha vuelto a defender implícitamente el uso de la violencia política contra los enemigos del pueblo y a santificar la dictadura personal en nombre del proletariado como parte esencial del acervo ideológico de los comunistas españoles. Son estas las lecturas selectas que utiliza el PCE para indoctrinar a los militantes. Como corresponde a un partido de vanguardia como el PCE, la bibliografía fundamental está muy actualizada: Marx, Engels, Lenin y Gramsci. Eso sí, de bibliografía democrática el PCE no considera necesario incluir ni un autor ni una obra en la que inspirar su ideología.
La caída en desgracia de Carrillo tiene su relevancia porque se ha convertido en la bestia negra del PCE y ello no porque se le haga responsable de las matanzas de Madrid en 1936, ni porque se le impute que autorizara las purgas y asesinatos de los camaradas con desviaciones burguesas, es decir, democráticas, en la posguerra. No, el pecado de Carrillo para la actual dirigencia comunista fue por encima de todo haber llevado el PCE a la democracia.
La figura de Santiago Carrillo tiene un interés particular por ser paradigmática al encarnar de joven la pulsión antidemocrática y revolucionaria de la izquierda española, como miembro del sector radical del PSOE encabezado por Largo Caballero; es también paradigmática, también en su juventud, por prestarse a la instrumentalización soviética de las juventudes socialistas y llevarlas al comunismo al iniciarse la guerra de España; es igualmente paradigmática como ejecutor de las políticas de Stalin dentro del PCE; y, por último, es reseñable por la pirueta final de su vida: su conversión final a la política democrática durante la transición española.
Su peripecia vital es una refutación en sí misma del comunismo y prueba de su fracaso; y el hecho de que acabara por enajenarse de la tutela soviética, que terminara por ser expulsado del PCE y que volviera de alguna manera al socialismo en el que se había criado, es muestra patente de que los partidos comunistas son un anacronismo extravagante en las democracias avanzadas. El pecado de Carrillo para los comunistas de hoy fue declarar, y obrar en consecuencia, en su obra de 1977, “Eurocomunismo” y Estado, que “hay que reconocer (…) que el enfoque que se hace a continuación del problema del Estado entraña una diferenciación con las tesis de Lenin en 1917 y 1918, aplicables a Rusia y teóricamente al resto del mundo en aquella época; inaplicables hoy, por rebasadas, en los países capitalistas desarrollados de Europa occidental”. Unas líneas antes Carrillo intentaba curarse en salud afirmando que el eurocomunismo no era “un retroceso hacia las posiciones de la socialdemocracia, ni (…) una negación de las razones históricas que justifican el nacimiento de los partidos comunistas”, pero resulta obvio que era justamente eso.
Si España se definía como “país capitalista desarrollado de Europa occidental”, entonces el comunismo, una doctrina diseñada para asaltar el poder del Estado en sociedades atrasadas, escasamente industrializadas y pobladas por masas campesinas hambrientas y analfabetas, dejaba de tener sentido. El PCE fue creado bajo el patrocinio soviético como un partido que debía arrebatar al social-fascismo, así denominaba en los años veinte del siglo pasado al PSOE, el liderazgo en la conducción de las masas obreras y campesinas y para ello era necesario infiltrarlo y destruirlo. Este es el papel que los comunistas soviéticos adjudicaron al PCE. En contra de lo señalado por Santiago, su partido fue creado no para promover “la libertad y la democracia” sino para llevar a España al comunismo y para acabar con la democracia.
La obra de Stéphane Courtois et al., El libro negro del comunismo, es testimonio elocuente de los crímenes del comunismo que Santiago quiere ocultar y en él, cómo no, aparece retratado al detalle el papel que desempeñó su partido en el ejercicio del terror durante la guerra civil española. Pero si alguien piensa que esta lectura está demasiado circunscrita a la situación de guerra que vivía España y que, por tanto, señala un comportamiento excepcional en un momento excepcional, entonces lo mejor es que se dirija directamente a la matriz del PCE, el Komintern y se consulte directamente lo que pensaba el comunismo soviético sobre España y la democracia y el papel que asignaba al PCE como satélite al servicio del proyecto soviético.
Allí encontrará el interesado por la verdad el compromiso histórico con la democracia y la libertad del PCE. Por ejemplo, en los años treinta se recuerda que el PCE rechazaba la república burguesa por ser un engaño para desactivar la lucha revolucionaria del proletariado. La vía que debía seguir el PCE era la de Rusia, la propia de un país atrasado y, por tanto, no debía colaborar con los traidores republicanos, social-fascistas, el PSOE, anarco-reformistas, sino ejecutar de inmediato la movilización revolucionaria de las masas que permitiera la dictadura en nombre del proletariado.
Tras caer la monarquía el 14 de abril de 1931, el lema que acuñó el PCE fue “¡Abajo la república burguesa!”. Como observó Piátnitsky, “cuando se proclamó la república en 1931 las organizaciones del partido [PCE] siguieron tácticas incorrectas. Cuando las masas se echaron a la calle para celebrar la proclamación de la república, los comunistas y los monárquicos gritaron ‘¡Abajo la república!’ aislándose así de las masas. Con la ayuda del Komintern, el Partido Comunista de España corrigió este error y se convirtió en un factor importante de la revolución”. Esa corrección consistió en apoyar instrumentalmente la República con el ánimo de destruirla una vez producida la acumulación de fuerzas.
En el análisis del Komintern, que ponía como tarea para el PCE, “dado que la burguesía y sus partidos, incluido el Partido Socialista, se han mostrado como fuerzas contra-revolucionarias, será más fácil para el proletariado liderar la revolución burguesa-democrática, sumar a los campesinos a su causa, guiar la revolución democrática hasta la victoria completa y así crear las condiciones para su rápida transformación en una revolución socialista. La condición esencial para completar la revolución burguesa-democrática es la existencia de un Partido Comunista de masas que sea consciente de las cuestiones básicas de la revolución y que sea capaz de organizar al proletariado de forma que alcance la hegemonía en la revolución”.
El PCE de hoy no solo quiere que no se conozcan los crímenes del comunismo, sino que no ha aprendido nada de la experiencia terrible del comunismo. Como si no hubiera pasado nada en estos cien años, sigue repitiendo los mismos dogmas de antaño: “Aspiramos a organizar la Revolución que derroque a la burguesía y a su monarquía, para construir el socialismo con la fuerza de la unidad popular”. Es decir, su compromiso con la democracia es, como mostraron las palabras de Santiago en el Congreso, pura táctica, nada. La mala memoria del comunismo no tiene nada de democrática.
ALGUNAS LECTURAS PARA NO DEJARSE ENGAÑAR CON EL COMUNISMO
Resolución del Parlamento Europeo sobre la necesidad de recordar a las víctimas de los totalitarismos de 2 de abril de 2009. Vale la pena leerla completa porque resulta difícil de entender que alguien se presente como demócrata y no la suscriba: https://www.europarl.europa.eu/sides/getDoc.do?pubRef=-//EP//TEXT+TA+P6-TA-2009-0213+0+DOC+XML+V0//ES
Sobre el delito de genocidio, su génesis, sus limitaciones y su utilización:
Lawrence J. LeBlanc, “The United Nations Genocide Convention and Political Groups: Should the United States Propose an Amendment?”, Yale Journal of International Law, Vol. 13, 268, 1988. https://digitalcommons.law.yale.edu/yjil/vol13/iss2/3/?utm_source=digitalcommons.law.yale.edu%2Fyjil%2Fvol13%2Fiss2%2F3&utm_medium=PDF&utm_campaign=PDFCoverPages
La Declaración del Partido Comunista de España “Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español”, de junio de 1956, puede leerse en http://www.filosofia.org/his/h1956rn.htm
El libro del ministro Alberto Garzón donde se reniega del PCE democrático de la transición: Por qué soy comunista, Barcelona, Península, 2017. El juicio a la transición y a Santiago Carrillo puede verse en la sección “Desmontar la transición”, pp. 288-316. Una reseña analítica del libro puede verse en: https://www.revistadelibros.com/discusion/se-puede-ser-todavia-comunista
El PCE abandonó el leninismo como ideología del partido en 1978, este es para los comunistas uno de los grandes pecados de Carrillo. La marcha atrás en la historia de la evolución ideológica del PCE puede seguirse en: https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=8141
El Santiago Carrillo hereje del comunismo y converso de la democracia puede verse en “Eurocomunismo” y Estado, Barcelona, Crítica, 1977. El libro está lleno de circunloquios y cautelas para evitar la condena por revisionista o desviacionismo burgués, pecados gravísimos que condenaban severamente los tribunales populares comunistas, pero la verdad que aflora es la declaración de defunción del comunismo.
El libro testimonio de la cosecha atroz en vidas humanas del comunismo es el de Stéphane Courtois et al.: El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión, Barcelona, Espasa, 1998. Lamentablemente, España tiene su propio capítulo en esta obra: “La sombra del NKVD proyectada en España”, II, 2, pp. 377-406.
Sobre el PCE y su contumaz enemistad en relación con la democracia lo mejor es, para que no quede duda alguna, consultar directamente los documentos del Komintern:
Jane Degras (ed.), The Communist International 1919-1943, Documents, Londres, Routledge, 1971, 3 vols. Todos los volúmenes son interesantes en relación al PCE, pero donde puede seguirse al detalle la oposición de este partido a la II República, y después su manipulación con vistas a la realización de un golpe de Estado, con abundantísima documentación, es en el tercero. Para el PCE la república no merecía otra consideración que la calificación de burguesa y, por tanto, debía ser destruida. El PCE consideraba que España era un país atrasado y, por tanto, no era merecedor de seguir la vía occidental al socialismo sino la vía rusa: un golpe de Estado que instalara al partido en el poder y que mediante el ejercicio de la dictadura transformara revolucionariamente la sociedad. Los comunistas siguieron tan al pie de la letra el dictamen soviético de que España era un imperio oriental que obligaron al partido, que al principio se resistía, a reconocer que vascos y catalanes constituían minorías nacionales oprimidas, lo que explica que durante el tiempo de Stalin los catalanes tuvieran finalmente su propio partido comunista: el PSUC.
https://www.marxists.org/history/international/comintern/documents/volume2-1923-1928.pdfhttps://www.marxists.org/history/international/comintern/documents/volume3-1929-1943.pdf