Según ha confirmado el semanario Der Spiegel, después de días de recelos e incertidumbres, Alemania ha accedido por fin a la entrega de una compañía (14 unidades) de carros de combate Leopard-2A6 de fabricación alemana a Ucrania, además de conceder a otros países aliados como Polonia el permiso de exportación de los distintos modelos del mismo.
El tema de la renuencia a entregar los carros de combate Leopard-2 por parte de Berlín a Ucrania se había convertido en el catalizador de las diferencias políticas y estratégicas que aparentemente minaban la unidad occidental respecto a la guerra de agresión contra Ucrania. Desde el estallido de la misma, la respuesta unitaria forjada por los países socios de la OTAN y miembros de la UE ha sido el activo político y estratégico más notable y eficaz, junto a la heroica resistencia del pueblo ucraniano y el liderazgo de su presidente Zelenski, para enfrentarse a la criminal invasión lanzada por el presidente Putin hace casi un año.
La ministra de Defensa de España ya ha declarado que nuestro país actuará en coordinación con otros aliados. Una unidad de acción que el presidente Sánchez se ha apresurado a mantener por parte de nuestro país en cuanto se ha confirmado la noticia del cambio de postura del Gobierno alemán.
España tiene 108 tanques Leopard-2A4 y 219 Leopard-2E. Con respecto a los Leopard-2A4, España no debería comprometerse a enviarlos porque dejarían sin cobertura defensiva a Ceuta y Melilla. Sin embargo, respecto a los Leopard-2E que están en Zaragoza, en los almacenes del Ejército de Tierra, se plantean dos problemas. El primero es su mal estado de conservación, que hacen necesario una puesta al día de los mismos que podría dilatar en exceso su entrega. El otro problema es que los numerosos componentes de los Leopard-2E son españoles, lo que añadiría dificultades logísticas a Ucrania en su reparación y mantenimiento.
Pero una unidad occidental es tanto más meritoria cuanto que implica una inteligente solidaridad superadora de los distintos intereses nacionales en juego. Es desde esta perspectiva que la enconada disputa a la que hemos asistido sobre el envío a Ucrania de los citados carros de combate Leopard-2 cobra todo su potencial desestabilizador, ya que explicita las latentes dificultades para mantener esa unidad de propósito y de acción de la alianza occidental, que ahora por fin parecen felizmente superadas.
Para oponerse a la entrega de los blindados, el canciller alemán Scholz (SPD) había aducido el peligro de escalada del conflicto bélico y de enfrentamiento directo ente la OTAN y Rusia que la decisión podría suponer. Sin embargo, este argumento pierde consistencia si consideramos que dicho riesgo ha sido invocado reiteradamente por Berlín (y otras capitales europeas) cada vez que se decidía incrementar la ayuda militar otorgada a Kiev, desde los iniciales equipos meramente defensivos hasta las capacidades ofensivas del presente. Aunque el argumento final que parece haber acabado con las reticencias del canciller alemán puede haber sido la noticia de que EE.UU. está también estudiando proporcionar a Ucrania un número significativo de carros de combate M1 Abrams, según ha anunciado The Wall Street Journal.
En cualquier caso, hasta la fecha, no parece que Putin se haya sentido condicionado por la cantidad o entidad de la asistencia militar entregada a Kiev en el diseño y desarrollo de su campaña militar, sino que esta más bien ha respondido a sus autónomos objetivos estratégicos y militares. Está por ver si el cambio de postura occidental al respecto puede suponer alguna variación significativa de esa doctrina, más allá de las veladas amenazas de cambio de escenario de sus portavoces.
Llegados a este punto, conviene recordar que la Alemania de la postguerra siempre ha observado una permanente autocontención política como premisa directora de su política exterior, que se ha traducido no solo en renunciar a conducirse soberanamente en la defensa de sus intereses nacionales (“nie wieder allein”), sino en declinar cualquier tentación o pretensión de liderazgo geopolítico en Europa que se correspondiese con su pujanza económica y su dimensión de primera nación europea. Y a dicha autocontención, sentida como obligación histórica por todos los cancilleres alemanes y por el propio pueblo alemán, habría que añadir la constante estrategia de Berlín de mantener unas relaciones lo más estrechas posibles con Rusia (“Ostpolitik”).
Solo teniendo en cuenta este telón de fondo, se comprenden las excesivas cautelas del canciller Scholz, y de una buena parte del electorado alemán, a implicarse más intensamente en la guerra de Ucrania. Y hasta el reciente cambio de posición, esta autocontención era una explicación objetiva, aunque no una razón válida, para no suministrar a Ucrania el armamento ofensivo que esta venía solicitando desesperadamente. Así lo habían entendido cabalmente el resto de fuerzas políticas germanas, desde la oposición cristiano-demócrata (CDU) hasta los socios gubernamentales verdes y liberales, que venían reclamando el fin de las renuencias. Así las cosas, una vez tomada la polémica decisión, hay que reconocer que Scholz ha sido capaz de, como reza un dicho alemán, “saltar por encima de su sombra”. Una vez que Alemania ha dado el paso, veremos hasta qué punto los demás países de la OTAN, incluido España, están dispuestos a mantener por su parte la citada unidad de acción.