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La revisión exhaustiva de la banca, la oferta de crédito y la nueva normalidad

La buena noticia es que la publicación de los resultados de la revisión exhaustiva (comprehensive assesment) llevada a cabo por el Banco Central Europeo y la Autoridad Bancaria Europea durante el último año certifica la culminación con éxito del proceso de reestructuración de la banca española. Un ejercicio ambicioso y complejo que se ha prolongado durante un año y en el que han intervenido más de 6.000 profesionales para auditar el valor de los activos (Asset Quality Review, AQR) y medir la resiliencia de los balances (stress tests) de 130 entidades europeas frente a hipotéticos escenarios adversos hasta 2016.

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La buena noticia es que la publicación de los resultados de la revisión exhaustiva (comprehensive assesment) llevada a cabo por el Banco Central Europeo y la Autoridad Bancaria Europea durante el último año certifica la culminación con éxito del proceso de reestructuración de la banca española. Un ejercicio ambicioso y complejo que se ha prolongado durante un año y en el que han intervenido más de 6.000 profesionales para auditar el valor de los activos (Asset Quality Review, AQR) y medir la resiliencia de los balances (stress tests) de 130 entidades europeas frente a hipotéticos escenarios adversos hasta 2016.

En el primer capítulo, el relativo al AQR, la banca española es la que registra el menor impacto de la lista de toda la banca europea en cuanto a necesidades de ajuste valorativo, al considerar el auditor que tan solo es necesaria una corrección del valor de las carteras equivalente al 0,14% de la base agregada de capital sustantivo para el conjunto del sistema. Se validan por tanto los procedimientos de valoración, clasificación y provisionamiento de los activos en el balance de las entidades españolas y, lo que es más importante a efectos prácticos, se certifica públicamente que “lo que se muestra es lo que de verdad hay”, argumento central para el restablecimiento de la confianza en el funcionamiento del sistema.

El segundo pilar del examen, los test de estrés, simula el deterioro hipotético de la base de capital de las entidades ante una situación adversa definida por una contracción acumulada del PIB de hasta casi 6 puntos entre 2014 y 2016. En ese escenario límite, el conjunto del sistema bancario registraría una erosión de su base de capital de 1,44 puntos, situándose la banca española como la segunda de la muestra con mayor capacidad de absorción del choque recesivo. A efectos prácticos, el resultado indica que ni en ese caso límite serían necesarias recapitalizaciones ulteriores y que, por tanto, la banca aguantaría con la base de capital que tiene actualmente.

La suma de ambos efectos arrojaría un deterioro agregado de la base de capital sustantivo de 1,6 puntos para el conjunto del sistema hasta situarla en un 9,0%, todavía con suficiente holgura sobre el 5,5% de capital regulatorio exigido bajo ese escenario, umbral por debajo del cual se exigirían recapitalizaciones adicionales a las entidades. También es cierto que este buen resultado hay que situarlo en el contexto de la base de capital más reducida de la que parte el sistema español y que hace que, a pesar de la buena nota de los ejercicios, el conjunto se situé en un menos destacado décimo puesto por solvencia en la lista de países. Una posición más modesta, pero todavía muy alejada de los límites de incumplimiento regulatorio.

Ahora bien, ¿son estos buenos resultados por sí mismos condición suficiente para anticipar una restauración de la oferta de crédito a medio plazo? El supervisor ha hecho un esfuerzo declarado en este último examen por conjugar unos estándares de revisión creíbles que no impusiesen al tiempo restricciones adicionales a la oferta de crédito. Si bien es cierto que en este caso el consenso parece avalar los procedimientos y el rigor empleados –recordemos que es el cuarto ejercicio tras los realizados en 2009, 2010 y 2011–, será necesario contar con otros ingredientes antes de ver que el crédito vuelva a normalizarse.

Este último punto es importante, porque quizá haya que empezar por entender a qué nos referimos al hablar de la normalización de la oferta de crédito. La gran recesión y el despliegue de medidas necesarias para superarla en el ámbito bancario han dejado un panorama muy distinto al de partida. Tenemos, en primer lugar, una nueva regulación, Basilea II y III, que limita y condiciona ciertas actividades de la banca, que fija baremos más exigentes para la determinación del riesgo y de la solvencia, y que orienta en definitiva a las economías hacia la senda del desapalancamiento y, con ello, a una reducción del riesgo y de la cantidad agregada de crédito del sistema. Esto ya anticipa por sí mismo no solo cambios en la estructura de la oferta, sino también crecimientos más moderados de los balances. Y condiciona además la rentabilidad de las entidades, que en respuesta tendrán que aplicar criterios de concesión más estrictos si han de disponer de menores márgenes y fuentes de beneficios para absorber pérdidas esperadas en el futuro.

Por otra parte, y el caso específico español, el enorme esfuerzo de consolidación del sector nos deja con apenas quince grupos bancarios frente a los casi cincuenta de 2008. La evidencia demuestra que los procesos de concentración bancaria se suelen resolver con una disminución de la oferta y un encarecimiento del crédito. No hay argumentos para sostener que en España esto vaya a resolverse de una manera distinta. Es más, cabría sostener que fue del exceso de capacidad instalada en nuestro sistema bancario de donde nacieron las raíces de una oferta de crédito excesiva y mal calibrada por riesgo, como la historia se ha encargado luego de demostrar. Es precisamente mediante la reducción de la capacidad como se conseguirá una oferta más selectiva, capaz de ponderar adecuadamente los riesgos necesarios y de remunerar adecuadamente los recursos.

Además a todo esto se añade el peso del legado patrimonial de la crisis, que hace que la mora en los balances del sistema siga todavía en un 13,2% de los activos ponderados por riesgo. Una cifra inmensa que, si bien es verdad que se encuentra ya provisionada en una parte sustancial, habrá de ser absorbida por unos beneficios futuros que, como decimos, no van a despegar a medio plazo. Por tanto, se traslada a la cuenta de resultados una parte del problema de balance ya resuelto mediante las medidas de recapitalización y consolidación sectorial, en cuanto que la generación de resultados futuros ha de concretarse para terminar de absorber las pérdidas del pasado. Las dificultades para generar beneficios harán que el capital que respalde el nuevo crédito, pese a su abundancia actual, continúe siendo durante los próximos años un bien escaso que habrá que vigilar con atención.

Escuchamos con frecuencia a las entidades enfatizar su disposición a prestar a la demanda de crédito solvente. Aunque es siempre difícil distinguir si la restricción crediticia proviene del lado de la oferta o de la demanda, el matiz es importante: cuando se subraya la condición de solvencia el problema de demanda empieza a convertirse en un problema de oferta. Nada sorprendente con la lógica de los factores restrictivos a los que nos referimos. Sea como fuere, y a pesar del esfuerzo de señalización realizado por las entidades en este último año, el hecho es que todavía durante 2014 la concesión de crédito al sector privado se reducirá cerca de un 5% hasta alcanzar una cifra próxima a los 350.000 millones de euros frente a los 900.000 de 2007, y que crecerá muy modestamente todavía en 2015. Una contracción brutal que nos lleva a pensar que la normalización del crédito no será la vuelta a nada parecido a aquello de lo que partíamos antes de la crisis, ni en términos de tamaño de balances, ni en criterios de concesión de nuevas operaciones de crédito.

La normalización será por tanto algo distinto. Quizá estamos hablando de eso que ya se atisbó en los comienzos de la gran recesión como destino final de las economías y a lo que se llamó la “nueva normalidad”, un panorama mortecino caracterizado por crecimientos muy moderados y prolongados en contextos no recesivos, pero con frecuencia bordeándolos. En el ámbito crediticio esta nueva normalidad se vería como una época de contención de los crecimientos excesivos, del alejamiento de las exuberancias y de una oferta restringida y muy condicionada por la memoria reciente, por la reducción de capacidad y por una regulación que busca alinearse con el sesgo macroprudencial de las políticas económicas desplegadas en el contexto de la postcrisis.

En definitiva, la estabilización del sistema bancario permitirá pasar de la fase de racionamiento a un periodo de normalización del crédito, pero esa normalización estará caracterizada por volúmenes de oferta contenidos y por el mantenimiento de términos de concesión estrictos. Hay, por tanto, pocas probabilidades de que a medio plazo el crédito se manifieste como un factor dinamizador de la economía o del sentimiento de los consumidores. Quizá el feel good factor vaya a continuar proviniendo más del desapalancamiento de las familias, que han visto aumentar su riqueza financiera en un 30% durante el último año –mayoritariamente como consecuencia de la amortización de créditos–, que de las casas, los coches o los viajes financiados con crédito.

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