Mauricio Rojas. Director de la Academia Liberal de la Fundación para el Progreso
En los años 50 Milton Friedman lanzó la idea de crear sistemas de financiamiento público que les permitiesen a todos –y no sólo a los más pudientes– la libertad de elección escolar. Entre ellos, el más conocido es el de los vouchers o vales escolares que entregan a las familias la parte correspondiente del financiamiento fiscal para que puedan elegir la escuela de sus hijos. En la actualidad, uno de los pocos países que aplican de manera consecuente e integral un sistema de este tipo es Suecia. En este supuesto paraíso socialista no sólo se ha implementado un sistema de vouchers escolares, sino que se han usado sistemas similares de subsidio a la demanda para introducir la libertad de elección y de emprendimiento en prácticamente todos los servicios del bienestar de responsabilidad pública, como la sanidad, la asistencia en la vejez, el apoyo a los discapacitados y el cuidado de niños.
Los vouchers escolares son, por tanto, parte de un cambio mucho mayor que ha transformado al viejo Estado benefactor o Estado-patrón de Suecia en un Estado solidario, que en vez de construir monopolios públicos cerrados se abre a la competencia y a una extensa colaboración público-privada, empoderando a sus ciudadanos para que puedan elegir libremente los servicios que deseen. Es un Estado que, en suma, en vez de ponerse por sobre los ciudadanos se pone a su servicio.
Esta ha sido una parte esencial de lo que Duncan Currie (National Review Online, septiembre de 2010), llamó “la revolución silenciosa de Suecia” (Sweden’s quiet revolution). Esta revolución tranquila y silenciosa es la misma que The Economist (febrero de 2013) puso como base de los éxitos suecos para enfrentar los retos de la reciente crisis europea y transformarse, junto a otros países nórdicos, en lo que llamó “el supermodelo del futuro” (the next supermodel).
Se trata, en suma, de la victoria más inesperada de Milton Friedman. Inesperada pensando, por supuesto, en la reputación socialista de Suecia, pero inesperada también porque de esta manera el Estado del bienestar ha podido encontrar una forma de sobrevivir –“cambiándolo todo para que nada cambie”– a su angustiante situación presente.
Estos nórdicos, discretos y pragmáticos, han realizado una de las revoluciones más significativas del presente sin que casi nadie se dé cuenta.
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