Anotaciones FAES 45
Notre Dame es un símbolo. Su reconstrucción ha vuelto a demostrarlo, por si hiciera falta recordarlo a quienes hubieran olvidado las escenas vividas durante su incendio. Es un símbolo francés y europeo tanto como civilizatorio y occidental. Para creyentes y no creyentes, esos muros, contrafuertes y arbotantes albergan un legado histórico que nos define. Por eso la ceremonia de reapertura concitó la presencia de casi medio centenar de las más altas representaciones institucionales de todo el mundo.
Lamentablemente, también ha sido un símbolo de la ausencia de España en el plano internacional. Hoy se discute el porqué de la inasistencia española a la ceremonia. Sobre sus causas puede especularse todavía, porque cualquiera de ellas es responsabilidad del Gobierno, es decir, de un agente productor de incertidumbre al que pueden atribuirse distintas hipótesis, todas verosímiles, y todas ridículas: Notre Dame sería para él un “museo” pendiente de “descolonizar”; el ministro de jornada vería toda asistencia a una ceremonia religiosa como una agresión a su insobornable laicismo republicano (aunque la patrocine la República por antonomasia); el personal de Moncloa se lio con las invitaciones; faltó coordinación entre los socios de coalición gubernamental…
Tal vez sea más productivo centrarse en el para qué antes que en cualquier por qué. En efecto: ¿para qué asistir a un acto en que el anfitrión quería desplegar su influencia diplomática con actores que nos ignoran? ¿Para qué acudir si Estados Unidos dispone ya de otro socio preferente en el Mediterráneo occidental? ¿Para qué acudir si en Ucrania y en toda Europa es conocida la cacofonía entre miembros del Gobierno español en cuanto al grado de implicación en la contestación a la agresión rusa? Y, sobre todo, ¿para qué acudir si no se va a ser protagonista en ningún photocall?
Una vez más se comprueba que la política exterior de este Gobierno es de pasarela, relumbrón y turismo diplomático. Y de silla vacía cuando se trata de acudir a los sitios en que España debe estar, por dimensión y trayectoria histórica. A tono con las maneras abaciales del máximo representante de nuestra política exterior, nuestra posición en las citas históricas es de sede vacante.