Este Día de Europa marca un hito: 75 años desde que Robert Schuman expuso su visión de un continente reconstruido no a través de la venganza o la rivalidad, sino a través de instituciones compartidas, interdependencia y, sobre todo, paz. Lo que comenzó como una frágil ambición después de la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en uno de los proyectos políticos más exitosos del mundo: la Unión Europea.
En la actualidad, la UE es una Unión de 27 Estados y más de 450 millones de habitantes. Ha creado un espacio en el que la paz entre antiguos enemigos no sólo es concebible, sino duradera dentro de nuestras fronteras. Donde la integración y la cooperación han reemplazado a la confrontación. Donde la libre circulación de personas, ideas y oportunidades se da por sentado, aunque nunca debería serlo.
Sin embargo, este momento de conmemoración debe ser también un momento de compromiso renovado. Los valores fundacionales de la Unión, la dignidad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho, están siendo puestos a prueba de maneras que Schuman difícilmente podría haber previsto. Desde la invasión rusa de Ucrania hasta el aumento del autoritarismo, desde las dependencias económicas estratégicas hasta la difusión digital de la desinformación, Europa se enfrenta a un entorno complejo y volátil. La neutralidad ya no es una opción. Los principios deben ser defendidos activamente.
La guerra en Ucrania, ahora en su tercer año, le ha recordado a Europa sus responsabilidades, no solo para consigo misma, sino también para con sus vecinos. La solidaridad de la UE con Ucrania ha ido más allá del simbolismo. Ha ofrecido apoyo militar, ayuda humanitaria y respaldo político. También ha reafirmado el tipo de continente que Europa aspira a ser: uno en el que se respeten las fronteras, la soberanía se respeta y la agresión tenga consecuencias.
Al mismo tiempo, la UE ha tenido que hacer frente a sus propias vulnerabilidades. Las cadenas de suministro de energía, tecnología y materias primas han expuesto los riesgos de una dependencia excesiva. La respuesta, en busca de una Autonomía Estratégica Abierta, no es un llamado al aislacionismo, sino a la resiliencia. Una Unión que no puede valerse a sí misma no puede garantizar su libertad.
Mientras tanto, dentro de sus fronteras, el tejido democrático de Europa está bajo presión. Los movimientos populistas, las narrativas conspirativas y la desconfianza institucional amenazan el propio consenso sobre el que se construyó la Unión. Cuando el debate público está contaminado por la desinformación, la legitimidad de los procesos democráticos comienza a deshilacharse. Europa no puede permitirse mirar hacia otro lado. Debe invertir en la verdad, en la educación y en la infraestructura cívica que hace que la democracia funcione.
Y, sin embargo, a pesar de todo esto, la UE sigue siendo una aspiración para otros. Muchos países de Europa del Este están tratando de unirse. No lo hacen bajo presión, sino con esperanza, porque la Unión Europea sigue representando, para muchos, la promesa de paz, prosperidad y Estado de Derecho. Este no es un logro menor en un mundo cada vez más definido por la polarización.
Es en este contexto en el que el recuerdo del Brexit sigue siendo doloroso. La salida del Reino Unido fue un duro golpe para todos nosotros. Fue una ruptura no solo en el comercio y la política, sino también en una narrativa compartida de progreso. Cualquier camino futuro hacia la reincorporación debe reconocerse como un proceso intergeneracional, no una cuestión de meses o mandatos, sino de reconstrucción de la confianza, la alineación y un propósito común renovado. Si eventualmente llegase el día en que el movimiento «REJOIN» tuviera éxito en su propósito de reincorporación del Reino Unido, será el resultado de la madurez política que aporten las futuras generaciones de nuestro querido Reino Unido.
Los europeos más jóvenes, especialmente, deberían tomar nota. Las libertades y protecciones de las que ahora disfrutan no se transmitieron a la ligera. Se ganaron a través de décadas de negociación, compromiso y coraje político. Las protecciones sociales, las normas medioambientales, la independencia judicial y los marcos de derechos humanos de la UE son el resultado de un esfuerzo colectivo sostenido y solo pueden preservarse mediante un compromiso continuo.
El Día de Europa 2025 no debe ser solo una mirada retrospectiva. Debe ser un llamado a actuar, a defender lo construido, a reformar lo que debe cambiar y a creer en un futuro que todavía está muy por moldear.