Desde hace ya algunas semanas se están produciendo pitidos y abucheos a distintos miembros de la familia real; a la reina en Murcia, Mérida y Madrid, ciudad en la que tuvieron lugar los agravios tanto en la inauguración de la Feria del Libro como en el Auditorio Nacional.
Profesor Titular de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada
Desde hace ya algunas semanas se están produciendo pitidos y abucheos a distintos miembros de la familia real; a la reina en Murcia, Mérida y Madrid, ciudad en la que tuvieron lugar los agravios tanto en la inauguración de la Feria del Libro como en el Auditorio Nacional. Los príncipes sufrieron un escarnio parecido en el Liceo de Barcelona. Es verdad que unas veces iban acompañados de miembros del gobierno, así como que tales hechos han ocurrido con motivo de diferentes actos. Quisiera sólo referirme a lo sucedido en el Liceo y el Auditorio Nacional, lugares que comportan ciertas características referentes tanto a las personas que acuden a los mismos, como a las condiciones requeridas para acudir a los eventos que allí se celebran, por ejemplo la adquisición de una entrada o el recibo de una invitación. Todo ello los diferencia de lo que pueda suceder en otros espacios, como es la misma calle, abierta a todo el mundo sin restricción.
Esta diferenciación entre lugares y público que asiste a los mismos, permitiría admitir como juiciosa la suposición de que a sitios como el Liceo y el Auditorio Nacional acuden personas con un bagaje cultural superior a la media, por lo que habría que sospechar en coherencia con lo anterior que su formación no se limita a la cultura musical, sino que podría hacerse extensiva a otros ámbitos, también la política. Se ha escrito que los hechos del Liceo mostraban que la chusma había traspasado sus puertas, lo que también podría aplicarse al Auditorio Nacional, tras lo acaecido allí. Sin embargo me parece que esta apreciación es errónea. No creo que sea eso lo que sucedió, no se trata de que la chusma tomase ambos centros, sino que la élite, al menos una parte significativa de la élite, se ha “achusmado”, ha renunciado a ejercer la crítica de la manera en que debió hacerlo en un Estado social y democrático de Derecho, adoptando comportamientos propios de gente de vida airada. Esa conducta muestra que una parte importante de la sociedad –más por el papel que desempeña que por su número– ha hecho dejación del lugar que le corresponde en una sociedad razonable.
Un Estado o modo de organización social se justifica si es racional, y racional lo es en la medida en que se asienta sobre el interés general. Dos elementos nos permitirían calificarlo como tal: la democracia y los derechos y libertades individuales. Esto supone reconocer como soberano al pueblo, al mismo tiempo que se admite que cada uno de los individuos que conforman ese pueblo posee una serie de derechos y libertades inalienables. Es decir, los individuos en tanto que soberanos deciden, pero en su decisión han de actuar de acuerdo con sus derechos, lo que exige indudablemente el respeto a los derechos de los otros.
La sociedad civil adquiere un lugar prevalente en el acto del origen, en la medida en que funda el Estado, levantándolo sobre el interés general. Sin embargo, su labor no se agota en esa creación institucional, sino que ha de proseguir en el cuidado de las instituciones que ella creó, especialmente de aquellas que fijaron los procedimientos de reforma, a fin de que los mismos transcurran de acuerdo con los principios y reglas establecidos. En esa labor de cuidado debieran desempeñar un papel destacado las élites de la sociedad, educadas para preservar las exigencias de universalidad del momento originario. Esto sólo podrá hacerse por medio de aquellos elementos consagrados en el entramado institucional y que responden a las exigencias de la libertad y la razón. Nada que ver con la ausencia de maneras.