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Editorial | Llegó la hora

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El sanchismo termina como empezó: haciendo del embuste el principio rector de su conducta. Es la única coherencia que puede invocar. Asaltó la Moncloa a lomos de la mentira: la de una moción de censura basada en falsedades, la de su promesa de convocatoria automática de elecciones, la del compromiso de gobernar sin pactar con populistas o herederos del terrorismo, la de un programa de firmeza punitiva contra el golpismo secesionista… Cuatro años después, su director de orquesta, abonado a la impostura, da plantón a la presidencia española del Consejo de la UE para seguir intoxicando esta campaña con bulos de tamaño continental.

Ningún Gobierno español había pasado por el bochorno de cosechar desmentidos tan rotundos de la Comisión Europea; el último, referido al “mecanismo de pago por el uso de las carreteras que comenzará en 2024”, con el que la portavoz económica de la Comisión, Veerle Nuyts, acaba de desmontar el frágil castillo de naipes levantado por Sánchez y mantenido por la ministra del ramo, días después de que Feijóo lo denunciase. No han parado de mentir hasta el último día, y ese día ha llegado.

Es hora de poner fin al descrédito de unos aventureros de la política que arrastran con el suyo el del Estado. Es hora de votar para hacer efectiva su rendición de cuentas tras cuatro años de política abrasiva. Toca deducir una responsabilidad proporcional al destrozo político, económico, social e institucional promovido por el Gobierno de coalición y sus socios; y esa responsabilidad pasa por una derrota sin paliativos.

Hay que votar haciendo balance y, también, anticipando el curso ineluctable que tendría otra legislatura ‘Frankenstein’. Sánchez consume el final de la campaña empeñado en exhibir como único socio para esa prórroga eventual un figurín neocomunista confeccionado a toda prisa con retales de Dior y mediocre literatura de autoayuda. No cuela. En cualquier proyección verosímil Sánchez seguiría necesitando a Bildu y ERC que, disimulados tras la tabla de planchar, no ocultan su plan de voladura constitucional simultánea. Solo el CIS promociona la posibilidad de un Gobierno social-yolandista sin el concurso decisivo de Otegi y Junqueras. Con tan poco éxito que el latiguillo recurrente de la campaña socialista –“remontar”– es la mejor refutación de la ‘tesis Tezanos’, según la cual el PSOE habría liderado en casi todo momento las encuestas de intención de voto.

Hay que votar para cancelar cinco años de retroceso histórico. Pero también para otorgar un mandato claro de reconstrucción política, económica e institucional. Y la mejor garantía para eso, la única, está en la papeleta del Partido Popular. Para la tarea que aguarda, los mejores utensilios no serán el miedo, el hastío o el cansancio; deberán ser la ilusión, el patriotismo y la confianza.

Para restaurar el respeto que el país se merece hay que asegurarse de elegir representantes que lo respeten y que a su vez se respeten a sí mismos; por tanto, que prometan lo que saben que puedan cumplir, y no simplemente lo que halague a su electorado potencial. Hay que cuidarse de elegir políticos, no demagogos.

El próximo día 23 la ciudadanía tiene una cita, en primer lugar, consigo misma. Los españoles, a buen seguro, harán valer su condición cívica; la ofende quien los toma por multitud servil, dispuesta a enajenar su dignidad nacional y su libertad por un plato de lentejas –o por unas entradas de cine– con cargo al erario.

Desde aquí pedimos el voto para el Partido Popular porque no solo hay que derogar la mentira; también hay que restaurar la confianza; también hay que recuperar la unidad; también hay que fortalecer la convivencia nacional.

Tenemos la convicción de que concentrar el voto en las siglas del PP es el camino más corto para que un Gobierno fuerte pueda hacer lo contrario del sanchismo, que es algo muy distinto a practicar un ‘sanchismo al revés’.

Donde se ha estado alimentando la confrontación entre españoles, apelamos al patriotismo para hacer justo lo contrario: integrar a los españoles, poniendo en primer plano lo que les une e invitándoles a compartir objetivos auténticamente nacionales. Esos objetivos están a la vista de todos: hay que perfeccionar nuestro Estado de derecho; hay que garantizar el orden constitucional frente a amenazas anunciadas; hay que fortalecer los fundamentos de nuestro sistema productivo; hay que garantizar la viabilidad financiera del estado de bienestar; hay que enfrentar los grandes retos de futuro en el campo demográfico, educativo, tecnológico. Hay que devolver al ejercicio de la política la seriedad de los compromisos asumidos con convicción y de las obligaciones que impone el patriotismo; el de verdad, el largo en obras y parco en palabras.

Pedimos el voto al PP para que pueda acometer con garantías esa tarea. Porque es falsa la idea que presenta a otras formaciones como refuerzos en un hipotético Gobierno de coalición. Esa fórmula no obtendría un Ejecutivo más fuerte, sino uno mucho más débil.

El PP puede mantener su aspiración a gobernar solo no porque le amedrente la denuncia cínica del PSOE contra su política de pactos. Carecen de autoridad moral después de haber gobernado en coalición con el populismo de extrema izquierda y apoyados en una mayoría parlamentaria de separatistas, golpistas y herederos políticos del terrorismo. Compañías que no se limitan a proponer reformas parciales de la Constitución, sino que impugnan frontalmente su fundamento porque niegan existencia política a la nación española.

Un Gobierno fuerte del PP es la mejor fórmula, porque los retos a enfrentar no consienten distraer fuerzas en querellas intestinas de gabinete y porque el centro-derecha liberal no necesita avalistas a la hora de defender su crédito en materias tales como la defensa de la unidad nacional; en otras, como son las referidas al Estado autonómico, la libertad de comercio, la construcción europea, o la libertad de conciencia, mantiene divergencias con la derecha populista que complicarían el día a día de un Ejecutivo sin tiempo que perder.

Por eso, emplazamos a los españoles comprometidos con los valores de unidad nacional y libertad expresados en la Constitución de 1978 a sostenerlos votando al PP. Desde el respeto a otras opciones, pero también desde el convencimiento de que esas otras opciones no son –ni quieren ser– un “PP auténtico”. Procede hacer este llamamiento al voto deslindando los campos entre un centro-derecha liberal que no prescinde de la mitad del país y es leal al texto constitucional íntegro, y una derecha populista nacida al calor de omisiones y renuncias superadas, crecida en la polarización que fabricó el sanchismo y con vocación resistente antes que gubernamental.

Es hora de restaurar el valor de la confianza en la esfera pública, en todas sus dimensiones: confianza de los españoles entre sí, por encima de opciones partidarias; confianza del Gobierno en la sociedad, porque gobernarla es dirigirla, no suplantarla; y confianza de la sociedad en sus instituciones, porque son de todos y permanecen mientras se relevan los que en cada momento las ocupan.

Ha llegado la hora de la unidad y de la libertad, y por eso animamos a votar al PP: las campanadas que la anuncien deben sonar con fuerza inequívoca.