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Los Balcanes en 2014

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Sin duda, los Balcanes de 2014 no son los de 1914. A pesar de que las crisis de Ucrania y Siria nos hacen reflexionar sobre posibles semejanzas entre la Europa actual y la del comienzo de la Primera Guerra Mundial, en los Balcanes se recuerdan mucho más las guerras de la antigua Yugoslavia (1991-1999), que supusieron la destrucción y desintegración del país y la consiguiente aparición de siete nuevos Estados. De ellos, dos están ya en la Unión Europea (Eslovenia y Croacia); dos han firmado el Acuerdo de Asociación con la UE (Montenegro y Serbia), y tres se hallan empantanados en sus problemas internos (Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Kosovo). «

Mira Milosevich es escritora y profesora del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset


Sin duda, los Balcanes de 2014 no son los de 1914. A pesar de que las crisis de Ucrania y Siria nos hacen reflexionar sobre posibles semejanzas entre la Europa actual y la del comienzo de la Primera Guerra Mundial, en los Balcanes se recuerdan mucho más las guerras de la antigua Yugoslavia (1991-1999), que supusieron la destrucción y desintegración del país y la consiguiente aparición de siete nuevos Estados. De ellos, dos están ya en la Unión Europea (Eslovenia y Croacia); dos han firmado el Acuerdo de Asociación con la UE (Montenegro y Serbia), y tres se hallan empantanados en sus problemas internos (Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Kosovo). La creación de estos nuevos Estados hizo desaparecer las aspiraciones políticas de los nacionalistas radicales, pero no las del nacionalismo étnico. Croacia y Serbia siguen enredadas en un proceso jurídico internacional por haberse acusado mutuamente de genocidio; Eslovenia y Croacia todavía no han solucionado su conflicto acerca de las fronteras marítimas. Sin embargo, los casos que más preocupan son los de Bosnia y Kosovo porque su independencia fue resultado del empeño de la comunidad internacional en acabar con la guerra, pero sus instituciones estatales resultan ineficaces en el sentido político y económico, y no han servido para mejorar la convivencia entre sus ciudadanos.

En 1995, los Acuerdos de Dayton institucionalizaron el primer Estado bosnio entre la República Srpska y la Federación croato-musulmana (creada en 1994 en Washington bajo presión directa de los EEUU) y cerraron así el conflicto armado entre serbios, croatas y musulmanes que había espantado a toda Europa entre 1992 y 1995. Los serbios de la República Srpska, la región más desarrollada de Bosnia, tienen relaciones fluidas con Belgrado. Mientras los croatas de Bosnia se sienten bloqueados por la comunidad musulmana y cada vez más alejados de Zagreb. Las recientes protestas de los ciudadanos contra la corrupción del gobierno bosnio fue una de las pocas actividades conjuntas de ambas comunidades. Aunque no hay guerra, Bosnia sigue siendo un país descuartizado, donde la rivalidad entre las comunidades étnicas no ha desaparecido. El nacionalismo sigue siendo el vector político principal.
El ejemplo de Kosovo es aún más dramático: después de 15 años desde el bombardeo de Serbia por la OTAN (1999) que enterró el conflicto entre serbios y albaneses, y seis años después del reconocimiento de Kosovo (2008) como Estado independiente por los EEUU y la mayoría de los países de la UE, la presencia de la Eulex (la misión de la UE en Kosovo) sigue siendo imprescindible para mantener una paz frágil. Los serbios y los albaneses han hecho algunos avances en unas negociaciones que definen como “técnicas” para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, pero Serbia no tiene intención de reconocer la independencia de Kosovo, por mucho que esta sea la condición (injusta) que se le ha impuesto para su entrada en la UE. Además, la exigencia planteada por la UE y los EEUU de un tribunal que juzgue los crímenes de guerra contra los serbios en Kosovo ha sido definida por el actual gobierno kosovar como una ofensa.

Es obvio que la UE confía en su poder para transformar las realidades políticas e históricas en los Balcanes. Pero también lo es que la transformación solo ha sido posible hasta ahora donde no hubo conflictos étnicos. Es hora de replantear una política que supone un enorme gasto para los europeos, con pobrísimos resultados prácticos.

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