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LOS PACTOS QUE NO QUIERE SÁNCHEZ

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Pedro Sánchez se apunta a aquello de que la realidad no te estropee una buena historia. Su “buena historia”–así lo cree– es el retrato de un Partido Popular extremado e incapaz de acordar y cautivo de un papel estéril en la oposición. Por eso, cuando se perfila con claridad la disposición del PP a pactar medidas sensatas y eficaces para afrontar la crisis, empezando por la sanitaria, Sánchez hace muy visible su incomodidad e insiste en provocar la ruptura. Si el pasado martes la conferencia de prensa de la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno fue una continua descalificación del PP utilizando sin la menor contención la tribuna institucional de la Moncloa, la sesión de control parlamentario de ayer volvió a mostrar a un Sánchez que parecería que busca provocar que los acuerdos sean imposibles. Con la vieja técnica de embarrar el terreno, el presidente del Gobierno echó mano de dos falsedades: una, las supuestas maniobras del PP para dificultar el acceso de España al fondo europeo de reconstrucción y, la otra, la supuesta descalificación del Estado de derecho en nuestro país por un informe que, en el marco de la evaluación por parte de la Comisión Europea de las medidas adoptadas por los Estados miembros con motivo del COVID-19, recopila diversos datos que apuntan críticamente a la gestión del Gobierno. Confundir deliberadamente el Estado con el Gobierno es un mal síntoma. Intentar que los demás paguen por responsabilidades que son propias del Gobierno cuando tiene que negociar con otros socios y con las instituciones europeas, es un peligroso síntoma de debilidad. En vez de descalificaciones, Sánchez debería dejarse ayudar por el Partido Popular, que es el que puede contribuir a superar el serio problema de credibilidad que su Gobierno suscita en Europa. Debería recordar que el fondo de reconstrucción ha sido una iniciativa de la presidenta de la Comisión (PPE), impulsado por Angela Merkel (PPE) y liderado en el Parlamento Europeo por la primera fuerza política a escala continental, el PPE.

Pero Sánchez no quiere acuerdos, quiere adhesiones. No busca el diálogo sino el asentimiento a su monólogo; no está dispuesto a la transacción sino que exige sumisión. Puede haber dos razones para ello y las dos, malas para el interés general de España. Una razón puede radicar en las actitudes de un dirigente que cultiva sin descanso la división, la polarización y la confrontación. La otra radica en la necesidad de conservar la salud de Frankenstein, que Sánchez tal vez piense que puede sobrevivir a tratos limitados con Ciudadanos, pero que no podría mantenerse en pie si llegara a acuerdos sustantivos con el PP. Acabado el estado de alarma, la dura realidad diaria que los españoles tienen que afrontar debería dictar la reflexión política. Sánchez puede reconocer esa realidad y actuar en consecuencia o seguir paseando los restos de una legislatura como la que proyectaron él y sus socios, pero que murió el 14 de marzo.