El eslogan más recurrente de los prodigados por la propaganda gubernamental es ese que blasona de “no dejar a nadie atrás”. Siguiéndole el rastro se llega hasta la campaña de las elecciones autonómicas gallegas, en julio del año pasado. Pedro Sánchez lo formuló entonces con máxima precisión: “Lo que nos jugamos es qué respuesta damos a la crisis. La del PP la sabemos y la hemos sufrido; su fórmula para responder a las crisis es sálvese quien pueda. Y frente a ello, está la posición de un Gobierno firme, con una clara voluntad de no dejar a nadie atrás”.
Por si el auditorio se perdía en la sutilísima gama de matices contenida en la oración, el presidente del Gobierno remachó su discurso haciéndolo asequible a la atención más distraída; ceñudamente conciso, resumió: “O sálvese quien pueda o no dejar a nadie atrás, o el Partido Popular o el Partido Socialista”. Escueta doctrina, pero acabadísima ilustración de una actitud política. Está todo ahí: la cálida ostentación de buenos sentimientos y el maniqueísmo sumario que divide la opción política entre beatitud y perversidad, sin conceder siquiera al adversario la posibilidad de estar equivocado, al denunciarle, antes que víctima de su error, esclavo de su maldad.
El problema de las raciones masivas de propaganda es que acaban indigestando. Siempre se llega al punto de saturación más allá del cual cada nuevo latiguillo resulta contraproducente. La ciudadanía acaba percibiendo la distorsión creciente entre lo que proclama la ‘lengua de madera’ de la publicidad oficial y la cruda realidad que ve alrededor.
¿No dejar a nadie atrás? Lo cierto es que muchos españoles han sido relegados con total indiferencia, desde que la “coalición progresista” empezó a gobernar. Cualquiera puede hacer, en breve balance, un recuento de bajas en este inicio de curso político:
- Han quedado atrás los miles de autónomos, hosteleros, pequeños comerciantes, que a medida que la crisis económica inducida por la pandemia se agravaba, veían como el Gobierno recurría primero a la ocultación y después al endoso de responsabilidades, sin arbitrar en ningún momento políticas coherentes que atendieran a propósito distinto de “salvar como se pudiera” al propio Gobierno.
- Han quedado atrás los ministros Campo, González Laya, Ábalos, y el asesor áulico Redondo, usados cual fusibles para “salvar como se pudiera” a Pedro Sánchez, como si las crisis de gobierno, sin mayor explicación, tuvieran de por sí las virtudes acumuladas de bañarse en río del que fueran afluentes Leteo y Jordán: olvido y perdón.
- Han quedado atrás todos los catalanes a quienes se recompensa su lealtad en moneda de indiferencia y desprecio, haciéndolos invisibles mientras se concede a sediciosos y secesionistas, que ponen fecha de caducidad a la nación, el rango de interlocutores privilegiados y representantes de una Cataluña tan homogénea como falsa. Todo con tal de “salvar como se pueda” la mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno y “seguir tirando”.
- Han quedado atrás todas las víctimas del terrorismo y sus familiares, condenados a asistir mudos y atónitos al periódico homenaje de sus verdugos y al blanqueamiento de la historia criminal de ETA sin que el Gobierno mueva un dedo para cosa que no sea aprobar acercamientos y suscribir acuerdos con Bildu. De nuevo, hay que “salvar como se pueda” el pecado original que permite gobernar.
- Han quedado atrás los jueces, magistrados, fiscales, policías, todos los servidores del Estado que, entre dificultades, contribuyeron a dar la respuesta jurídica que los sucesos de 2017 en Cataluña merecían. También han quedado atrás compromisos sobre reformas penales, indultos, tomas de posición y declaraciones solemnes en materia como esta, en la que lo sinuoso del discurso socialista alcanza calidades de filigrana. Nación de naciones o “España multinivel”, lo primero, salvar el poder.
- Han quedado atrás todas las personalidades socialistas que han mostrado en público sus dudas sobre la belleza y viabilidad de ‘Frankenstein’. Quedaron atrás, nada más salir del colegio electoral, todos los votantes socialistas que siempre lo encontraron feo y creyeron en la palabra de Pedro Sánchez comprometiéndose a no suturar los trozos del monstruo. Pero… había que “salvar” el progreso a toda costa y, a fin de cuentas, Moncloa bien vale una mesa de disección.
- Han quedado atrás todos los cubanos y venezolanos que esperaban de España algo más que silencio o evasivas cómplices cuando llega la hora en que “libertad” y “democracia” significan algo más que tópicos de mitin y toca defenderlas. Han podido comprobar que, en tales ocasiones, en el socialismo español, tan beligerante en ambientes menos tropicales, se descubre una prudentísima inclinación hacia la realpolitik. Hay que salvar como se pueda las buenas relaciones con las “no dictaduras” hermanas y, de paso, la coalición con los “no populistas”.
- Han quedado atrás, en la jaula talibán, todos los colaboradores que podrían haber sido repatriados si la respuesta del Gobierno en la crisis hubiera sido más diligente. Cuando la efectividad de una reacción se mide por horas y minutos, resalta de manera abrumadora la ausencia, en años, de las materias de seguridad y defensa en la agenda política de quienes hoy gobiernan. Salvar la cara buenista de la izquierda en política exterior siempre acaba costando caro.
- Han quedado atrás los magistrados del Tribunal Supremo, los del Tribunal Constitucional, los vocales del Consejo General del Poder Judicial, las asociaciones de jueces y fiscales, los pronunciamientos de la Comisión Europea, cada vez que, en una sentencia, un posicionamiento o un informe, contradicen el interés particular del Gobierno o denuncian un abuso de poder. Para salvar la cara basta con reprochar a la oposición la falta de celo a la hora de arrasar los últimos vestigios del principio de separación de poderes y la independencia judicial en España.
- Han quedado atrás todas las familias, autónomos y pequeñas y medianas empresas que están padeciendo la descontrolada subida del precio de la energía eléctrica, sin obtener del Gobierno explicaciones ni respuestas, más allá de alimentar, con medidas y anuncios demagógicos, expectativas inflacionistas que se perfilan en el horizonte. Si ante la subida del recibo de la luz de un 8% corrieron ríos de tinta y chorros de elocuencia progresista (aquellas legiones infantiles sumidas en la miseria energética), ante una subida de un 200% apenas escuchamos, en las ilustradas réplicas de los hijos de las Luces, magros comentarios sobre lo complicado de gobernar, la competencia europea en la materia y la pesada herencia de… ¡Aznar! Aquí la operación de salvamento solo es posible al precio de una amnesia total.
Incluso para Frankenstein son demasiados cadáveres en el armario. España no puede dejar atrás tanto capital político, y a tantas personas, solo para salvar como se pueda la ambición y el proyecto de poder de una sola: Sánchez. No es necesario consumar el naufragio para adivinar cuál sería el primer grito de socorro: “¡Los presidentes del Gobierno primero!”.