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Los rumbos de AMLO

La celebración de las fiestas patrias –que se inician con la ceremonia del Grito la noche del 15 se septiembre y culminan con un desfile militar el 16– sirvió para que Andrés Manuel López Obrador mostrase el rumbo por el que la Cuarta Transformación (4T) quiere que discurran sus relaciones internacionales y el futuro de México: hispanofobia, aztecomanía, latinoamericanismo y autoritarismo.

“Los españoles dejaron una herencia de exterminio y muerte: enfermedades como la peste, la viruela, los piojos, el sarampión y otras calamidades”, este es el resumen que de los 300 años de virreinato hizo el breve vídeo con el que el Gobierno de México inició la retransmisión oficial de la ceremonia del Grito. Nada sorprendente, pues la historia oficial de la Dictadura Perfecta –de la que AMLO es digno epígono–, enseñó que México es una nación milenaria, identificada con el paraíso azteca, que murió en la Conquista y resucitó durante la Independencia. Nación –pretendidamente– contaminada moral y biológicamente por los españoles; de ahí que el líder de Morena, además de agitar agravios asocie repetidamente lo español con corrupción, saqueo y plagas, y presente su 4T (tras las de Independencia, Reforma y Revolución), como cura definitiva, a través de la “descolonización”.

Aunque todavía hay clases. Y es que la hispanofobia de AMLO, a diferencia de la de buena parte de los hispanófobos mexicanos, distingue entre el pueblo bueno español y sus élites –básicamente los defensores de la nación y la Constitución española–, que estarían aliadas con los mexicanos conservadores (“fifís”), traidores a México porque en realidad son leales al Rey y a las empresas ibéricas. No es contradictorio, por ello, la presencia en la 4T de descendientes de exiliados republicanos –entre ellos, María Elena Álvarez-Buylla, directora general del Conacyt–, o que dos de los tres dirigentes del Instituto Nacional de Formación Política de Morena sean el asturiano Paco Ignacio Taibo y el hijo de española Rafael Barajas, o que el influencer morenista más conocido sea el andaluz Abraham Mendieta –que antes de asesor de Morena fue miembro del equipo de campaña de Podemos (2015)–. Y es lógico que, mientras la reciente invitación de un grupo de panistas a Santiago Abascal al Senado desató una campaña que –además de demostrar el magnífico manejo de AMLO de la propaganda y la fragilidad del principal partido opositor– terminó con acusaciones de traidores y carteles de la bancada obradorista con la palabra “HEZPAÑA”, la visita de Arnaldo Otegui –invitado por el entonces presidente del Senado, el morenista Martí Batres (2019), y agasajado por el tótem de la izquierda mexicana, Cuauhtémoc Cárdenas– levantase escasa polvareda.

La retransmisión oficial continuó con un espectáculo de luz y sonido en el Zócalo en el que tuvo especial protagonismo la maqueta del Templo Mayor levantada para celebrar los “500 años de resistencia indígena”, una manipulación de la historia al nivel de los 700 años de la fundación de Mexico-Tenochtitlan, pues fueron las naciones indígenas las auténticas protagonistas de la caída del Estado azteca –cuya capital no se fundó en 1321– y de la forja de la Nueva España. Días antes, Claudia Sheinbaum –jefa de Gobierno de Ciudad de México y probable sucesora en la candidatura presidencial– anunció que la estatua de Colón que retiró el pasado octubre –alegando necesidades de conservación– sería sustituida por una escultura que representase a la mujer indígena. No debería extrañarnos que la escultura elegida por Sheinbaum para sustituirla fuera una cabeza olmeca con peinado azteca y no alguna representación de los 68 pueblos indígenas reconocidos por el Estado; como tampoco que la exsenadora “Jesusa” –dramaturga de éxito y activista, entre otros, del veganismo y la legalización de la marihuana– liderase la delegación de mujeres indígenas que avaló la decisión de la “regenta”. Y menos aún que ambas, como el resto de los relevantes indigenistas de la 4T –pareja presidencial incluida–, sean incapaces de hablar alguna lengua indígena. Y es que su indigenismo no tiene nada que ver con los pueblos indígenas –a los que Morena ha colectivizado, romantizado, falseado y usurpado su representación–, sino con el reforzamiento de la aztecomanía oficial derivada del relato criollo liberal de nación –pero no de los de las naciones indígenas–, y que es la base de la “descolonización” que propugna el filósofo de referencia de Morena, el argentino formado en Europa, Enrique Dussel.

La fiesta del Grito terminó con la actuación de Lila Downs cantando “Latinoamérica”, del grupo puertorriqueño Calle 13, cuya primera estrofa –“Soy, soy lo que dejaron / Soy toda la sobra de lo que se robaron”– se refiere al pretendido “saqueo” español. La 4T sumó a las conmemoraciones del Bicentenario de la Consumación de la Independencia, el natalicio de Bolívar (24 de julio). El venezolano nada tuvo que ver con la independencia mexicana, pero AMLO quiere presentarse como adalid de la unidad de Latinoamérica, entendida como el conjunto de países con las “venas abiertas” por España y Occidente que no han logrado aún su unión por los “conservadores”. El gran protagonista del desfile militar del 16 de septiembre fue el dictador de Cuba, Miguel Díaz-Canel, al que AMLO no solo recibió con honores sino que permitió dar un discurso antes del desfile. La excusa fue la celebración de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), aunque AMLO nunca ha ocultado su admiración por el castrismo –a tal punto que su hijo menor se llama Ernesto Jesús; Ernesto por Che Guevara, y Jesús por Jesucristo–.

Frente a Díaz-Canel y AMLO desfilaron contingentes militares de varios Estados; de España no, pues a falta de disculpas está fuera de toda conmemoración. Entre otros, desfiló un grupo de pionniers de la Légion étrangère, herederos de las tropas que lucharon contra el héroe por excelencia de AMLO, el presidente Benito Juárez. Y puestos a buscar agravios, el tabasqueño podría reavivar el reclamo de la isla de Clipperton –ocupada en 1858 y perdida por discutible laudo de 1931–, que permite a Francia rentabilizar su rica zona económica exclusiva. Pero desde el inicio de su mandato, cuando anuló la construcción del aeropuerto de Texcoco –ligado a empresas españolas– para impulsar el estrafalario aeropuerto de Santa Lucía –encargado a Aéroports de Paris–, AMLO ha demostrado que la hispanofobia de las élites hispanoamericanas suele ir acompañada de una servil francofilia que Francia utiliza para expandir la L’Organisation internationale de la francophonie y presentarse como los mejores “aliados, socios y sobre todo, amigos” de México en la Unión Europea. Comparen el twitter de la Embajada de Francia en México con el de la española.

Pocas horas antes del inicio de la VI Cumbre de la CELAC el 18 de septiembre y precedida por el aterrizaje de Delcy Rodríguez, el canciller Marcelo Ebrard recibió en el aeropuerto al dictador Nicolás Maduro, que llevaba sin salir de Venezuela desde que Estados Unidos ofreció una recompensa de 15 millones de dólares por su apresamiento acusado de narcotráfico. La llegada al poder de Biden afloró el antiamericanismo de AMLO, cuyas cordiales relaciones con Trump hay que interpretar teniendo en cuenta la importancia de un voto evangélico agrupado alrededor del PES, partido que se sumó a la coalición “Juntos haremos historia” que le llevó al poder (2018). Un voto que ahora, enfrentado al impulso de Morena a una agenda progresista (aborto incluido), AMLO probablemente da por amortizado. México apuesta por arrumbar la OEA, pero lo único que demostró la cumbre fue que AMLO comanda los Estados del Grupo de Puebla. Sucesor del Foro de Sao Paulo y fundado, entre otros, por José Luis Rodríguez Zapatero e Irene Montero, el Grupo aúna organizaciones que bajo la etiqueta de “progresistas” apoyan las dictaduras hispanoamericanas y proyectos para transformar el mundo hispano en una serie de Estados autoritarios; al menos en lo que se refiere a la quiebra de la división de poderes, la demonización de la oposición y el control de la economía, procesos de “transformación” marcados por el empobrecimiento de casi todos, la polarización social y mucha propaganda. Algo que AMLO maneja a la perfección.

En definitiva, y a pesar del desgaste de su presidencia –tal y como demostró el raquítico 7,8% del censo que participó en la “consulta popular para enjuiciar a expresidentes” (1 de agosto)–, es factible pensar que el candidato que AMLO designe a las Presidenciales sea capaz de ganar en 2024 y que un México morenista aspira a liderar la América diseñada por el Grupo de Puebla. Una Latinoamérica unida en la hispanofobia ante la apatía de un Estados Unidos enfocado en China, y que necesita que México le siga parando los migrantes. No son buenas noticias para la democracia mexicana, para Hispanoamérica y para la nación y el Estado español; aunque no son necesariamente malas noticias para el proyecto de poder del Gobierno socialcomunista de Sánchez. Esta es, sin duda, la tragedia española.