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Madrid

Isabel Díaz Ayuso y el conjunto del Partido Popular tienen en Madrid razones fundadas para la esperanza, pero sólo a condición de que se mantengan los niveles más exigentes de competencia y transparencia en la gestión pública, se fortalezca la conexión con los ciudadanos en forma de oportunidades y se transmita esa tensión renovadora que la nueva presidenta representa cumplidamente.

La gente se muere de hambre, la violencia paraliza la vida social, los servicios públicos han colapsado, sólo los muy ricos pueden seguir adelante y un gobierno corrupto se recrea en toda forma de represión, indiferente al destino de las dos terceras partes de los ciudadanos. Si ustedes creen que este es el retrato de Caracas están en lo cierto. Pero no es así para la izquierda. Para la izquierda este el retrato de Madrid. El debate de investidura de la nueva presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, ha permitido comprobar la incapacidad de la izquierda para superar su sectarismo y ocultar su profunda ira al no haber conseguido desplazar al centroderecha del Gobierno de la Comunidad y antes tampoco del Ayuntamiento.

La nueva presidenta de la Comunidad -de la que no se podrá decir que lo ha tenido fácil en estos meses- ha crecido en sus responsabilidades y ha dado una muestra alentadora de nervio parlamentario y sentido político al poner coto a la grotesca caricatura que la izquierda hace de Madrid. Entre todos destacó Iñigo Errejón, tal vez por su puja para disputar a Ángel Gabilondo la condición de líder real de la oposición. Errejón empleó un tono de condescendencia profesoral con la candidata que no se justifica ni por la trayectoria académica del portavoz de Más Madrid ni por su mermado prestigio universitario después de conocerse sus trapisondas a cuenta de una beca de investigación de la que él simplemente se lucró, privando de esa oportunidad a otros posibles candidatos dispuestos a cumplir con sus obligaciones. Y empleó su tiempo en hacer uno de los discursos más tramposos desde el punto de vista argumental y político que se han escuchado últimamente en una tribuna parlamentaria, aunque bien es cierto que no se han escuchado muchos. Ignorada la suerte de los venezolanos (¿de qué se ríen cuando se les recuerda?) a los que el líder de Más Madrid contribuyó a someter al chavismo y olvidada la ligera inexactitud de sostener que en Venezuela se come tres veces al día, -todo para salvar la cara a Nicolás Maduro-, el seguidor de Ernesto Laclau y su populismo de fractura social mutó en abanderado de la cohesión y la armonía social, y haciéndose pasar por ateniense -de los clásicos- reivindicaba valores republicanos de participación, legalidad e instituciones.

Sería muy bueno salvo por el hecho de que Errejón no hizo otra cosa que remozar las mismas recetas de la izquierda que le han llevado al fracaso reiterado en la Comunidad. Su argumento sobre los que pueden y no pueden mandar a sus hijos al Colegio Británico merece pasar a la antología de la levedad demagógica y su trasposición a Madrid de la teoría de la división social en tres tercios porque a él le daba la gana y le venía bien para acusar al PP de recrearse en la desdicha de los ciudadanos fue uno de los derrapajes más clamorosos de su arrogancia libresca.

Es lamentable que la legislatura se inicie con la evidencia de las malas artes que la izquierda está dispuesta a utilizar para desestabilizar desde el primer día al gobierno autonómico. De ello deben tomar nota los integrantes de la coalición y quienes le apoyan desde fuera del ejecutivo regional. Cuando es posible que nos estemos adentrando en serias turbulencias económicas a un ritmo más acelerado del que se podía prever, que la izquierda en su conjunto pretenda dar lecciones de cómo se tienen que hacer los deberes frente a una eventual crisis, y emprenda una operación de derribo preventivo del nuevo gobierno madrileño es algo verdaderamente llamativo.

No se dan cuenta – o tal vez sí pero no saben hacer otra cosa- de que con su tremendismo, su exceso permanente, su descalificación radical de lo que es y representa Madrid, son ellos los que se quedan fuera de la realidad. Porque la mayoría de los ciudadanos, incluidos seguramente muchos de sus propios votantes, la perciben de una manera mucho más ecuánime cuando se trata de valorar el dinamismo económico, el empleo, el rendimiento de las infraestructuras, el estado de la convivencia, y el funcionamiento de los servicios públicos de la Comunidad que va a presidir Díaz Ayuso. La nueva presidenta y el conjunto del Partido Popular tienen en Madrid razones fundadas para la esperanza, pero sólo a condición de que se mantengan los niveles más exigentes de competencia y transparencia en la gestión pública, se fortalezca la conexión con los ciudadanos en forma de oportunidades y se transmita esa tensión renovadora que la nueva presidenta representa cumplidamente.