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Matteo Renzi y la posible regeneración de la izquierda italiana

La fuerza con la que el nombre de Matteo Renzi ha irrumpido en la vida política italiana ha provocado cierta desorientación en la opinión pública nacional e internacional en torno a su persona y su proyecto. Hasta hace unos meses Matteo Renzi no pasaba de ser el joven alcalde de Florencia que disputó la Secretaría General del Partito Democratico a Pier Luigi Bersani a finales 2012, siendo ampliamente derrotado. «

Jorge del Palacio Martín. Universidad Rey Juan Carlos


La fuerza con la que el nombre de Matteo Renzi ha irrumpido en la vida política italiana ha provocado cierta desorientación en la opinión pública nacional e internacional en torno a su persona y su proyecto. Hasta hace unos meses Matteo Renzi no pasaba de ser el joven alcalde de Florencia que disputó la Secretaría General del Partito Democratico a Pier Luigi Bersani a finales 2012, siendo ampliamente derrotado. Sin embargo, el tempo de la política italiana obra a su gusto y ha permitido que quien el año pasado no era más que un joven alcalde que había osado enfrentarse a Bersani por la dirección del Partito Democratico, un año más tarde haya sido aupado como flamante nuevo Secretario General del PD. Además, si nada lo impide, en los próximos días será nombrado nuevo primer ministro de la Republica Italiana.

El hecho de que Renzi sea insultantemente joven –solo tiene 39 años–, y que su experiencia en política se circunscriba a su Toscana natal, ha provocado un desconocimiento lógico sobre su figura. Y en ese desconocimiento han encontrado acomodo tanto los elogios más desmedidos, como las críticas más injustificadas. Este desconocimiento sobre su persona ha generado comparaciones de primera hora con figuras como Obama, Berlusconi o Maquiavelo. Todo ello según se haya querido señalar su condición de político moderno, de aprendiz de populista o de conspirador florentino. Pero también ha generado algunas estampas divertidas, como las protagonizadas por el párroco del pueblo en el que creció, Rignano sull’Arno, comentando su hacer como monaguillo; o las procuradas por sus compañeros de colegio rescatando anécdotas de su niñez; o la de su madre declarando a La Stampa: “Matteo? L’Ho affidatto alla Madonna” (“¿Matteo? Lo he encomendado a la Virgen”).

Su corta ejecutoria al frente del Partito Democratico se ha caracterizado por vender una política “nueva y joven” –signifique lo que signifique– y por explotar al máximo una imagen de político enérgico y resuelto, que funciona como la extensión lógica de la primera característica. Dos facetas pensadas para trabajar en una política italiana que, amén de las muchas virtudes que la adornan, resulta corporativa en exceso, e inmovilista rayana en el “gatopardismo”. Dos facetas que también encajan con el enfoque personalista introducido con éxito por Silvio Berlusconi en la política italiana tras la desintegración del sistema de partidos nacido de la posguerra. De momento, su llegada a la política nacional ha valido para desatascar la reforma de la ley electoral, promover una reforma constitucional que reajusta la relación entre el Estado y las regiones a favor del primero y cobrarse una pieza de caza mayor: el primer ministro Enrico Letta, ni más ni menos. Enrico Letta, quien amagó con entorpecer el plan de reformas de Renzi desde su propio partido, ya sabe lo que es el “decisionismo renziano”.

De los muchos aspectos interesantes que ofrece la llegada de Matteo Renzi a la escena política italiana, merece especial atención el reto que su política supone para la izquierda. Renzi no ha escondido en ningún momento su admiración por Tony Blair y el modo en que éste desmontó el viejo Partido Laborista británico y su dependencia de los sindicatos obreros para traducirlo a los principios del New Labour. El Partito Democratico es un partido joven, fundado en 2007, en el que antiguos miembros de la democracia cristiana –como el propio Renzi– conviven como pueden con exsocialistas y excomunistas. Con Renzi el PD tiene a su cabeza por primera vez a un político cuyos orígenes no echan raíces en el PCI y su poderoso sindicato CGIL, y éste no es un detalle menor. Si Renzi es capaz de llevar al Partito Democratico a una renovación ideológica que atenúe las diferencias entre las familias, habrá puesto fin al difícil camino de la izquierda italiana en busca de una nueva identidad, iniciado por Enrico Berlinguer y Bettino Craxi a finales de los 70. Pero ésta no será una empresa fácil, pues la inclinación natural de la izquierda italiana al faccionalismo desde la desaparición del PSI y el PCI, a principios de los noventa, juega en contra de tal empeño.

Sea siguiendo el camino de Blair, o el suyo propio, el éxito de Renzi en su tarea de regenerar a la izquierda italiana y ahormarla en torno a un proyecto moderno que pueda trabajar al margen del control de sus antiguos cuadros comunistas y sindicales, no sólo sería bueno para el PD sino también para la democracia italiana. Más si cabe, ahora que está en el gobierno, pues un nuevo fracaso del PD sería directamente capitalizado por las opciones populistas encarnadas por Grillo y Berlusconi. Para ello, Renzi deberá evitar que las históricas desavenencias de la izquierda italiana se proyecten a las instituciones del Gobierno. Como ha ilustrado el caso Letta, eso no va a resultar nada fácil.

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