El populismo más destructivo encontró en la victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) un nuevo vehículo para seguir parasitando América Latina con su demagogia. Ya antes del COVID-19 la economía mexicana se acercaba a un marasmo en el que todos los indicadores empeoraban. Los gestos de AMLO para satisfacer a su galería populista no han hecho más que dificultar la inversión y agravar la pobreza. La violencia rampante y la corrupción son males que la insolvencia gestora y la inanidad política de AMLO no han hecho sino empeorar. La enorme crisis sanitaria que supone la pandemia ha encontrado en el presidente mexicano una combinación letal de negación y superchería dejando al país inerme ante la extensión del virus que ha superado ya todas las alertas y se ha convertido en un azote de grandes dimensiones.
¿Cómo extender una cortina de humo para ocultar semejantes carencias? Pues acudiendo a las técnicas populistas más acreditadas. En este caso, el objetivo es la inversión española, en especial la de las compañías del sector energético. El presidente mexicano ha aprovechado la crisis del COVID-19 para justificar, por razones sociales, faltaría más, una ofensiva contra la inversión española a través de la actuación del regulador estatal para primar al ente público de la energía y hacer inviables los proyectos de inversión de compañías españolas a las que atribuye pretensiones monopolísticas cuando en realidad son las que aportan competencia, innovación y mejora medioambiental al sistema. Esta situación ha llevado a Iberdrola a cancelar un proyecto de inversión en una central de ciclo combinado en Tuxpan valorado en 1200 millones de dólares. La inversión española ha contribuido a la modernización de la economía mexicana con un firme compromiso de presencia a largo plazo en el país y, por tanto, con una apuesta decidida por el futuro de México. Los delirantes prejuicios del populismo que representa López Obrador no deberían modificar lo sustancial de esa apuesta, pero sí requieren una actuación mucho más decidida por parte de las autoridades españolas para que México respete las reglas del juego y restablezca el entorno de seguridad jurídica y previsibilidad sin las que no son posibles proyectos empresariales de largo alcance.
Una vez más, las esperanzas de regeneración, de cambio y de mejora social que el atolondrado discurso progresista deposita en los populismos etiquetados de izquierda, vuelven a quedar en evidencia. López Obrador es la prueba de ello. Otra más.