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Miguel Ángel Blanco: árbol caído

Anotaciones 22

En el otoño de 2008 era fácil encontrarse por Madrid con un cartel que anunciaba una exposición patrocinada por el Ministerio de Cultura. Su título era “Miguel Ángel Blanco. Árbol caído”.

Se sabe muy poco de Miguel Ángel Blanco. Apenas hemos visto algunas fotografías suyas y alguna imagen más, pero parece evidente que quien decidió ser concejal del PP en el País Vasco cuando lo hizo no era uno más. La aparente sencillez de Blanco ha de encubrir necesariamente todo un personaje que seguramente nunca llegaremos a conocer bien, y por eso era importante que se le rindiera homenaje y se le recordara, aunque fuera de manera metafórica, hablando de él como de un árbol caído.

Sin embargo, no era una metáfora. La exposición no tenía nada que ver con Miguel Ángel Blanco Garrido, sino con un notable artista que dialoga con los árboles, a quien una fundación había encargado una obra conmemorativa de la muerte de un árbol en sentido estricto, un haya centenaria que era el mayor orgullo de su jardín y cuyas raíces habían sido dañadas inadvertidamente por unas obras recientes.

Sorprendió que nadie reparara en que el cartel con que se publicitaba la exposición podía confundir. O, quizás, aún más, que en realidad no confundiera tanto como cabía suponer. Sorprendió a algunos a quienes parecía evidente que cualquier uso público del nombre de Miguel Ángel Blanco que no se refiriera a Miguel Ángel Blanco Garrido, con carteles en autobuses y en paredes de Madrid y con patrocinio de un ministerio, debía ser precisado –sin desmerecer al artista, por supuesto– por ejemplo, mediante el segundo apellido.

El hecho parecía una anécdota, pero era un síntoma. En aquellas fechas ya era de temer que entre una exposición sobre un árbol muerto con cien años que nos envía mensajes esenciales para nuestro autoconocimiento desde allí donde se encuentre y una exposición sobre un concejal asesinado por ETA con apenas treinta, muchos preferirían la primera, sin dudarlo, porque en su formación cívica y política el valor de los árboles que envían mensajes desde el corazón de lo telúrico es hoy superior al valor de los concejales asesinados, y hasta resulta más fácil y más entretenido dialogar con aquéllos. A fin de cuentas, las txalapartas de madera de haya son muy apreciadas por su sonido primitivo e inquietante; desde luego, mucho más primitivo e inquietante que la palabra de un concejal del PP vasco que tocaba la batería en un grupo pop, y no la txalaparta.

En aquel contexto, no extrañó que ETA asesinara en nombre de la conservación del paisaje y de la preservación de lo ancestral, y que la respuesta al asesinato de Ignacio Uría fuera la brutal indiferencia de quienes se suponía que le guardaban cierto aprecio, al menos como compañero de tapete verde.

Nuestra tragedia política empezaba a tener este aspecto: había que empezar a esforzarse para diferenciar entre el valor de los árboles caídos y el de las personas asesinadas. Hoy, ese esfuerzo ya debe ser para la pura resistencia.