Desde hace bastantes años, cuando se recuerda el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, resulta tristemente tópico acompañar el doliente homenaje a su memoria con un lamento adicional: el de su olvido entre los jóvenes de hoy. Un olvido “sospechoso”, se diría, en una época y un país tan dedicados a la fabricación política de recuerdos históricos. Y ciertamente resulta extraña la desproporción entre la plétora de la “memoria democrática” y el anémico recuerdo, rutinariamente ritualizado, con que se despacha la memoria de las víctimas del terrorismo etarra. La memoria y el olvido se dosifican en España desde el poder a conveniencia: se incentiva un olvido que preserve alianzas incalificables y se promociona una memoria que haga más espeso el “muro” entre españoles.
RECORDARLO TODO, Y A TODOS
Es un deber moral remontar esa corriente, al margen de cualquier expectativa de rentabilidad política. No solo hay que recordar cómo mataron a Miguel Ángel. Hay que recordar quién lo hizo, quién lo justificó, quién calló y, sobre todo, por qué y para qué. Lo que pasó un poco antes y lo que pasó después.
Nadie, o muy pocos, de los que asistieron a la secuencia atroz de aquel asesinato en diferido pudo dejar de conmoverse. Los monstruos existen, pero no abundan. Lo que ya es más frecuente es el analfabetismo moral, la incuria política, la cobardía… Por eso es necesario recapitular los hechos y dar un paso más; tomar conciencia del drama humano, sí, pero también de lo que Joseba Arregi llamaba el “significado político de las víctimas del terrorismo”. Esto último no se hace casi nunca. Es normal, escocería demasiado al fariseísmo político imperante. Precisamente por eso debe hacerse: nos jugamos –y ya vamos tarde– el ser o no una sociedad decente.
Miguel Ángel llegó a ser un símbolo porque las circunstancias de su asesinato resumían muy bien la crueldad y barbarie del terrorismo etarra y la cobardía de sus cómplices. Miguel Ángel fue el segundo concejal del Partido Popular asesinado por ETA en aplicación de la ponencia Oldartzen (“embistiendo”) diseñada por Herri Batasuna trece años antes con la finalidad de “socializar el sufrimiento”. Su propuesta “de acción”: el asesinato de políticos y cargos públicos en lugar de militares y miembros de los Cuerpos de Seguridad provocaría más rápidamente el desistimiento social. El primero había sido Gregorio Ordóñez, dos años y medio antes. Siguieron muchos otros.
En aquellos días de julio la televisión mostró el miedo de los batasunos a la reacción social, pero hace ya mucho tiempo que el prime time en la televisión pública prefiere a Arnaldo Otegi. ¿Qué ha ocurrido? Bueno, todo un “proceso de paz” en que hubo que fabricar nuevos perfiles a un sinfín de criminales para hacerlos presentables como interlocutores del proceso. Del primer proceso, el primigenio: el Jordán en que el PSOE renegó del “viejo hombre” para que cobrara vida el “nuevo”. En términos menos paulinos, cuando Zapatero inició la transformación del PSOE hasta desvincularlo por completo de su compromiso con la Transición.
Otegi en 1997 era parlamentario de Herri Batasuna. Aquel 12 de julio de 1997, diría más tarde, en 2016, cuando ya había sido bendecido como “hombre de paz”, se fue a la playa de Zarauz, no a la manifestación de Bilbao, la más grande jamás convocada, para pedir la libertad de Miguel Ángel. Normal, teniendo en cuenta sus ideas sobre la “paz” de ese año, recogidas en el recuerdo de su militancia etarra (ETA-pm VIII Asamblea pro-KAS): “A partir de la VIII Asamblea algunos de nosotros asumimos conscientemente que la pérdida de referencia en ETA (pm) no tenía posibilidad de sustitución (…). Pensábamos que la única posibilidad era confluir en ETA-m (militar) y que era HB la referencia obligada para llevar adelante esta convergencia de la izquierda vasca”[1].
Otegi nunca condenó el asesinato de Miguel Ángel ni ninguno de los otros 850 causados por ETA. No le ha hecho falta para ser socio estratégico del Gobierno de España y liderar la formación que más rápido concluye pactos de investidura –anunciados, nunca publicados– con el PSOE. Una formación de filántropos, según algún delegado del Gobierno, a la que los españoles debemos “muchas vidas”. Todo sea por la paz y una investidura.
Ha pasado mucho tiempo, es cierto. En el momento de producirse aquellas trágicas circunstancias, muchos veían las cosas de otra manera. A muchos les parecía que ETA estaba en su papel matando militares y policías, pero ¿aquello? Xabier Arzalluz, presidente del Partido Nacionalista Vasco, por ejemplo, se negaba a creer en la autoría de ETA y propagó el… bulo de que el secuestro podría ser obra del CESID, porque era inconcebible que ETA cometiera un error tan suicida. Ahora el PNV usa en campañas autonómicas la ejecutoria histórica –criminal y cobarde– de la “izquierda abertzale” al quedarse sin mayor competencia. Impacienta un poco que no se le recuerde tantos silencios y algunas palabras vergonzosas de entonces. Todo sea por la paz y una investidura.
Podemos recordar también quién era en 1997 el director de la redacción del diario Egin: Martin Garitano, luego diputado general de Guipúzcoa y compañero de la portavoz de Bildu en el Congreso, la diputada Aizpurúa (cuánto antisistema presupuestívoro tolera España). El 11 de julio de 1997, Egin titulaba su información del secuestro de Miguel Ángel, con una foto suya y este titular: “Desaparece un concejal del PP”. En páginas interiores, la previsible culpabilización al Gobierno y la reivindicación de los presos etarras. El 13 de julio, al conocerse ya el asesinato, este fue su titular de portada: “El Gobierno no se movió y ETA disparó contra el edil del PP”. Y en su editorial, refiriéndose al Gobierno: “resulta especialmente indignante comprobar el grado de insensibilidad de quien pone su ilegal estrategia, su burla constante a los derechos que corresponden a seiscientos ciudadanos vascos, por encima de la vida de sus propios compañeros… La tragedia termina en burla. Y la responsabilidad última es sin duda, de quienes teniendo todos los instrumentos para, cumpliendo con la ley, evitar hechos como estos, los desprecia”.
Una máquina, no ya de fango, sino de verdadero estiércol. Pero el PSOE ha preferido esperar más de veinte años para hostilizar “tabloides digitales” de la “fachosfera” antes que recordar la sucia labor de tantos socios de hoy, ayer chivatos encuadrados en el “comando plumillas”. Habrá sido por la paz y una investidura.
EL SIGNIFICADO POLÍTICO DE LAS VÍCTIMAS
En el País Vasco se ha practicado durante medio siglo una campaña de laminación para eliminar rivales incómodos del nacionalismo. Unos la promovían con pistolas; otros se aprovechaban de ella mirando hacia otro lado sin mover un dedo y boicoteando cada iniciativa eficaz adoptada contra la violencia y la impunidad terrorista. ¿Cómo hubiera sido el País Vasco si Gregorio Ordóñez hubiera sido alcalde de San Sebastián? ¿Si Fernando Buesa, Fernando Múgica y tantos otros no hubieran sido asesinados?
Eliminados ellos, ahora se quiere borrar de la memoria colectiva toda esta historia cuyos símbolos son las víctimas asesinadas. Lo pretenden los que en el País Vasco hacían política como si ETA no existiese entonces y hoy hacen como si ETA no hubiese existido nunca.
No debemos consentirlo. Y esta es nuestra mejor razón: la memoria de todas víctimas asesinadas por ETA tiene un significado político. Ese significado no tiene nada que ver con las ideas políticas de cada una de ellas. El significado a que me refiero es otro. Las víctimas tienen significado político porque la intención de sus asesinos fue eliminarlas como obstáculos a su pretensión política. ETA no mataba por matar. Buscaba el desistimiento social para imponer o facilitar un programa.
Por eso, no se trata solo de compadecer a las víctimas sino de explicar por qué mataban los que mataban. El significado político de las víctimas asesinadas hace intolerable que los objetivos históricos de ETA puedan orientar ningún tipo de iniciativa legislativa en el País Vasco. En palabras de Fernando Savater: que el ‘nuevo estatus’ que se cocina suponga un compendio de los «objetivos de ETA convertidos en Ley».
La Ley vasca de víctimas lo deja más que claro: “La restauración de una ciudadanía plena, el restablecimiento de un orden democrático radical para la sociedad vasca pasa por la negación del proyecto político que instituyó más de 800 razones que lo deslegitiman”.
Desde que asesinaron a Miguel Ángel, se han sacudido muchos árboles y han caído muchas nueces. Esta es una historia que hay que mirar con perspectiva: no se reduce a una Legislatura o a tales o cuales elecciones. La Constitución buscó la integración de los nacionalismos. La fórmula autonómica quiso conjugar unidad y diversidad y ser punto de encuentro. En aquel periodo constituyente hubo también compromisos tácitos. Se creyó que la prima a los nacionalistas pacificaba un problema histórico.
En el País Vasco, esa prima al nacionalismo tenía que ver con la esperanza de terminar con ETA. Fue un cálculo equivocado: el PNV no arrastró a ETA. ETA llegó a arrastrar en un momento determinado al PNV. Hasta el Pacto de Estella. Hasta el frente nacionalista. Hasta el Plan Ibarretxe. Y todo eso empezó justo después del asesinato de Miguel Ángel. Cuando el PNV intuyó que el final del terrorismo podía ser letal para el nacionalismo. No es que el PNV no quisiera el final de ETA. Es que no quería cualquier final de ETA.
Desde que en 2004 la izquierda quiso dejar de sentirse solidaria con la Transición, buscó en las opciones nacionalistas nuevos socios “constituyentes”. Sabiendo que esos nuevos socios llevaban años dando por caducado el modelo constitucional y embarcándose en debates acerca de su superación.
Hoy quiere olvidarse esto y arrinconar a las víctimas. Pero las víctimas del terrorismo no pueden ser postergadas. Ellas son la referencia inexcusable de la democracia española: no murieron por ningún bando; murieron por la libertad de todos. Recordarlas hoy, a todas, en la persona de Miguel Ángel, es lo que nos compromete a fortalecer el constitucionalismo en el País Vasco y en el conjunto de toda España. Porque eliminar cualquier vestigio de la Constitución y de España en el País Vasco era lo que se buscaba con su muerte.
[1] Declaraciones de A. Otegi recogidas en el libro ETA pm. El otro camino, de Giovanni Giacopuzzi. Txalaparta, 1997, pp. 254-255.
Vicente de la Quintana, abogado y escritor