Anotaciones FAES 29
Las elecciones presidenciales que se acaban de celebrar en Irán han dado el triunfo a Massoud Pezeshkian, un candidato rechazado en la anterior elección presidencial por el Consejo de los Guardianes y que ahora sucede al fallecido Ebrahim Raisi, quien representaba la represión más sangrienta y feroz del régimen teocrático iraní como uno de los principales responsables del asesinato masivo de opositores en 1988.
Pezeshkian ha concurrido a las elecciones beneficiado por la imagen de moderado que ha querido cultivar. Es cierto que, comparado con Raisi, casi cualquier candidato podía parecer moderado, pero no hay que engañarse sobre lo que puede significar “moderación” en el contexto de un sistema de opresión fanatizado y empobrecedor para el pueblo iraní. El ganador es un hombre del régimen que nunca lo ha cuestionado. Su aparente moderación en las formas puede ser funcional para que los ayatolás puedan agitar un señuelo de evolución del régimen hacia formas más soportables. Pero será eso, un señuelo.
Hay dos razones esenciales para no depositar esperanza real alguna en un cambio mínimamente perceptible en Teherán. La primera es que, a pesar de las cifras oficiales de participación, los datos hechos públicos por las organizaciones de oposición hablan de un claro boicot de los iraníes a un ejercicio que no pasa de ser un lavado de cara del régimen teocrático, mediante unas aparentes elecciones controladas de principio a fin por los organismos que velan por el mantenimiento férreo de la ortodoxia. La otra razón es igualmente clara: el poder real radica en el líder supremo, el ayatolá Jamenei, y en la Guardia Revolucionaria, la milicia del régimen que controla todos los resortes del Estado, incluida la economía, y es el principal agente de desestabilización global a través de sus diversas franquicias e instrumentos de intervención, incluidos por supuesto los terroristas.
Irán es una potencia desestabilizadora, alineada con China y Rusia, presente como denominador común en los conflictos de Ucrania, Gaza y Líbano. Su apocalíptica conjura para destruir Israel es un objetivo real y la determinación de convertirse en una potencia nuclear sin control que hegemonice la región es irrevocable. Pezeshkian, si es que alberga alguna intención reformadora real, no será más que un peón pronto a caducar.