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No fue golpe, fue fraude

No es una novedad que la democracia boliviana viva episodios como el del miércoles con la intentona burda de golpe de estado protagonizada por el exgeneral de las Fuerzas Armadas, Juan José Zúñiga que duró apenas unas horas.

Este hecho provocado por el propio entorno del presidente Luis Arce demuestra el grave estado de la democracia en Bolivia y su sistema institucional, y pone en seria evidencia la situación de las Fuerzas Armadas, una de las instituciones más importantes del Estado sobre las que se soporta su seguridad y defensa: éstas carecen de cohesión de cuerpo, están profundamente divididas y no tienen un liderazgo claro.

Este, sin duda, es un efecto del autoritarismo que experimenta Bolivia desde el 2006, cuando Evo Morales asumió la primera magistratura del Estado. Desde entonces el Ejecutivo liderado por el Movimiento al Socialismo (MAS) ha intentado por todos los medios hacerse con la totalidad de las instituciones públicas, interrumpiendo los mecanismos de pesos y contrapesos, comprando voluntades y reduciendo a una relación prebendal las instituciones del Estado.

Después de manifestar que su pretensión era “restablecer la democracia”, denostando a la clase política y a la élite boliviana, para “liberar a todos los presos políticos”, Juan José Zúñiga confesó que todo fue una tramoya montada por el presidente Luis Arce y su entorno. Más allá de si estas declaraciones se asimilan como una ‘verdad a medias’, lo cierto es que el presidente pretendía aprovechar este movimiento para elevar su popularidad en medio de la crisis de dólares, de precios y de desabastecimiento de combustible que experimenta Bolivia desde hace varios meses.

Para los bolivianos esta maniobra demuestra la falta de estrategia de un presidente que ha perdido la brújula y el sentido de gobernanza de cara a las elecciones presidenciales de 2025, incapaz de transmitir credibilidad y certidumbre, y cuya desesperación le ha llevado a tomar una decisión que ha puesto a Bolivia a los ojos de la comunidad internacional solo para ratificar la incompetencia y los límites tan elementales de un gobierno autoritario que viene arrastrando visibles falencias, como la desinstitucionalización generalizada que arrastra graves riesgos de acabar definitivamente con la democracia.

Desorden, improvisación y desesperación son los calificativos con los que se puede definir esta intentona errática en medio de una disputa electoral entre dos caudillos del mismo corte. Evo Morales fue uno de los primeros en expresar sus sospechas por los movimientos militares previos al falso golpe pretendiendo victimizarse ante la duda de si el presidente Luis Arce decide impulsar más acciones en su contra o arrestarlo a su pesar para fracturar aún más el país.

El origen de fondo de la tramoya es incierto. El presidente Arce ha conseguido por breves instantes saborear el respaldo internacional en favor de la virtud de la democracia que le ha puesto a él sobre el sillón presidencial, pero las motivaciones pérfidas y mal planificadas acaban en otra cosa. La lucha interna que vive el MAS le provoca a tomar decisiones desatinadas y con graves consecuencias, la pérdida cada vez más notoria de poder lo pone en evidencia y su incapacidad para proveer de soluciones a los bolivianos le ha introducido en un aprieto insalvable que lo desprestigia, incluso, entre sus propias bases.

Las acusaciones y descalificativos entre los dos bandos, evistas y arcistas, no ha cesado y se intensificará conforme se vaya acercando la fecha electoral (septiembre 2025), arrastrando a toda la sociedad boliviana a un juego maniqueo entre dos caudillos que, por ambición o interés de supervivencia, pretenden preservar el poder para continuar con su lógica rupturista del Estado de Derecho.

La oposición boliviana no ha entrado en esta pugna, lo cual estratégicamente se entiende, no vaya a ser que salga salpicada de los golpes entre unos y otros. Después del auto-golpe, con una crisis económica que se agudiza y con Evo Morales inhabilitado para las elecciones de 2025, la oposición democrática puede estar más cerca de arrebatarle el poder al masismo, si consigue asimilar un proyecto de unidad en base a propuestas atractivas para esa parte de la sociedad (votante del MAS) que tiene serias dudas de apostar por la continuidad de un gobierno infructuoso, decadente y autoritario, pero que tampoco se siente identificada por la alternativa.

En los videos que el miércoles por la tarde se compartían por las redes tras la noticia, se escuchaban gritos de fondo de ciudadanos indignados frente al hecho bajo el vituperio de ‘¡golpista!’, lo cual, inevitablemente, retrotrae a los hechos acaecidos en 2019. Son los mismos masistas que se acusan, esta vez entre unos y otros de golpismo, mientras otros miramos de fondo con sorpresa reconociendo, por segunda vez, el fraude del MAS.


Mateo Rosales Leygue es consultor político y fundador de Libres en Movimiento