La personalidad de Donald Trump seguramente está moldeada por su condición de empresario. No es el primer perfil de ese tipo que llega a la presidencia norteamericana. Por otra parte, las campañas electorales de EE. UU. son cada vez más caras. La última ha costado alrededor de 16 billones de dólares. Una cantidad récord que procede de donaciones corporativas e individuales de toda índole, y en una gran mayoría de los casos de donantes anónimos[1]. En 2010 la Corte Suprema abrió las puertas al gasto corporativo ilimitado en campañas con su fallo sobre el caso de la entidad sin fines de lucro Citizens United. Tampoco esto es nuevo. Sin embargo, sí es nuevo que un personaje como Elon Musk haya cobrado tanto protagonismo e influencia política en la campaña electoral y en la futura Administración Trump.
Elon Musk, muy popular entre los jóvenes estadounidenses (y europeos), es cofundador de Tesla, propietario de X (antigua Twitter) y de un sinfín de apps y patentes de las nuevas tecnologías. Ha invertido 118 millones en la campaña de Trump. Durante las últimas dos semanas de campaña, sorteaba un millón de dólares al día en los Estados decisivos entre los que se registraban para votar. Tras la victoria,ha sido nombrado, junto con Vivek Ramaswamy, director del “Departamento de Eficiencia Gubernamental” (DOGE en sus siglas en inglés).
Ese Departamento, dirigido de alguna manera no especificada por Musk y Ramaswamy, será básicamente un grupo de consultoría externo a la próxima Casa Blanca. DOGE evacuará recomendaciones a la Oficina de Administración y Presupuesto de la nueva Administración. El objetivo: racionalizar la burocracia gubernamental, eliminar el gasto innecesario y, en general, hacer que el gobierno federal funcione mejor. Puede descontarse que la aplicación de la tecnología, incluida la inteligencia artificial, será parte de este esfuerzo.
El nombramiento de Musk tiene que mucho ver con su habilidad para mejorar la eficiencia de sus compañías, pero sobre todo con su decidido apoyo a la candidatura de Trump. Musk también proporcionó la capacidad algorítmica de la red social X, que sin duda pudo canalizar muchos de los mensajes, la información y la desinformación de Trump, y probablemente fue una de las claves de su victoria.
Musk, que ha sido comparado con Steve Bannon, exjefe de Estrategia de la Casa Blanca durante el primer mandato de Trump, ya es una pieza clave de la futura Administración: está presente en las conversaciones telefónicas entre el recién elegido presidente y los mandatarios extranjeros, y desde su cargo como jefe del DOGE controlará toda la Administración, pero, sobre todo, sus narrativas y sus mensajes.
¿Qué podemos saber de los posicionamientos políticos de un perfil tan inusual? Para empezar, sabemos que comparte los sueños energéticos y espaciales de los tecno-optimistas, y que es difícil ubicarlo en la dupla tradicional izquierda/derecha. En un momento en que, en Estados Unidos, a derecha e izquierda, se defiende el populismo proteccionista: desde el senador republicano Josh Hawley, hostil al libre comercio, hasta el redistribucionismo de Bernie Sanders, Musk discreparía con ambos. Para él la solución a todo problema es el crecimiento, el progreso tecnológico y la maximización del potencial humano. El tecnosolucionismo es la fuerza motriz de la visión del mundo de Musk.
Cree que la mejor manera de resolver problemas es mediante la innovación, ya sea lidiando con el cambio climático –sostiene que necesitamos electrificar el mundo con energía solar– o el riesgo existencial –defiende que necesitamos ser una especie multiplanetaria–. Contundente postura esta última que suelen pasar por alto admiradores incondicionales suyos, en paradójica devoción simultánea del soberanismo antiglobalista. Aunque en su día apoyó la pausa de la IA, ahora parece ser favorable a su rápido desarrollo.
Medido por su historial de donante, Elon Musk sería una figura proteica y ambigua. Ha favorecido campañas tanto demócratas como republicanas. Ha expresado su apoyo hacia algunas posiciones típicas de la old right norteamericana, como el no intervencionismo en conflictos extranjeros y la aversión a los subsidios gubernamentales. Pero también ha abogado por la acción contra el calentamiento global apoyando, por ejemplo, el acuerdo climático de París.
Imposible obviar su actividad en Twitter (ahora, X). El juicio que nos puede merecer tanto su dirección de X como su presencia activa en esa red social lo formulamos desde la convicción de que la libertad de expresión es crucial para la democracia, y desde una sincera aversión a toda forma de censura, formal o informal. Para la vida democrática es vital convivir con puntos de vista con los que se discrepa apasionadamente. Pero, dicho esto, también hay buenas razones para atender a quienes dicen que Musk ha degradado la libertad de expresión y reducido los términos del debate a sus elementos más crudos. Con sus casi 200 millones de seguidores, poco dados al matiz, Musk es responsable de sintonizar la cultura digital de X en una onda alarmante. Asombrosamente activo en la plataforma que controla, no solo tolera malos actores; también los elogia y promueve personalmente. Algunos episodios recientes durante la reciente campaña dan cuenta sobrada de esto.
Otros rasgos de su personalidad han sido ampliamente divulgados –él mismo no los oculta– y son analizados en la primera biografía publicada del personaje. Su trastorno obsesivo-compulsivo, su síndrome de Asperger autodiagnosticado, su hiperactivismo, hacen de Musk, para muchos, algo así como un símbolo de nuestra época. También su trayectoria ilustra alguno de los tópicos del self made man: de familia modesta, su abuelo materno era un quiropráctico y aviador aficionado canadiense que emigró a Sudáfrica. Sus padres se separaron cuando él tenía ocho años. Cuando Musk, de 18 años, se marchó a Canadá a estudiar, cada uno de sus padres le dio 2.000 dólares. Hoy su fortuna es difícil de calcular. Como la escala de su ambición: hacer de la humanidad una “civilización espacial”, capaz de colonizar otros planetas. Para sectores conservadores tradicionales, un paradigma de globalismo megalómano.
“Lo que me importa es ganar, y no por poco”, escribió en un correo electrónico en 1999. “Dios sabe por qué… eso probablemente tenga sus raíces en algún agujero negro psicoanalítico o cortocircuito neuronal muy perturbador”. Cada una de las empresas de Musk es resultado de una apuesta de alto riesgo. En un perfil reciente, el historiador Niall Ferguson ilustra este rasgo de la personalidad de Musk con dos anécdotas. El inversor de capital riesgo Michael Moritz se negó a invertir en Tesla en 2006, diciendo a Musk: “No vamos a competir con Toyota. Es una misión imposible”. “¿Cómo va a ser un negocio?”, preguntó el empresario de Internet Reid Hoffman cuando Musk le propuso SpaceX.
Actualmente es director ejecutivo de cinco grandes empresas —Tesla, SpaceX, The Boring Company, Neuralink y X, antes Twitter—, por no mencionar una empresa de inteligencia artificial que, según él, desafiará a OpenAI.
Musk no sobresale en el arte de hacer amigos y oscila demasiado en terrenos delicados. Tras apoyar inicialmente a Ucrania, poniendo gratuitamente a disposición de Zelenski los servicios de Internet por satélite Starlink de SpaceX—, “geocercó” después el acceso cuando los ucranianos intentaron lanzar un ataque marítimo con drones contra la Crimea anexionada por Moscú. Ha dicho estar intentando “evitar que la guerra en Ucrania se convierta en una tercera guerra mundial”, y justificó el desembolso para comprar Twitter (ahora X) como “parte de la misión de preservar la civilización, dando a nuestra sociedad más tiempo para convertirse en multiplanetaria” y resistir al pensamiento de grupo de los medios de comunicación.
El carácter y trayectoria de Musk son enormemente característicos y hablan de una personalidad muy acusada para lo bueno y para lo malo. Para la desmesura y para la ambición.
[1] https://www.npr.org/2024/11/05/1211598176/the-billion-dollar-campaign